El sistema educativo debe mirar más allá del talento
En el ambiente de la educación y la psicología se está poniendo de moda la discusión sobre si el éxito depende más de la inteligencia y el talento o de la "garra", y hasta qué punto esta cualidad puede enseñarse. Si tener "garra" fuera sólo una cuestión de voluntad personal o una característica innata, plantearse si pesa más o menos que la inteligencia y el talento tendría un interés puramente académico. Pero el debate que está tomando fuerza es bajo qué condiciones se desarrolla durante la infancia, en particular qué papel juegan la crianza, el entorno socioeconómico y el sistema educativo, y en qué medida esa cualidad reduce o amplifica las desigualdades existentes.
Si Messi aprendió algo en La Masía que logró potenciar su talento, ¿hay algo que aprendió Mascherano para potenciar su garra? En otras palabras: ¿se educa la garra?
En los Estados Unidos el término garra fue popularizado por Angela Duckworth, profesora del departamento de psicología de la Universidad de Pennsylvania, quien antes de dedicarse a la investigación enseñó matemática y ciencia en secundarios públicos. Duckworth define la "garra" (en inglés, grit) como la perseverancia que pone una persona en la persecución de objetivos de largo plazo. Tener "garra" no sólo es perseverar frente a los obstáculos, sino también ser capaz de planificar, priorizar y mantener en la mira un objetivo adaptándose a cambios del ambiente. En sus investigaciones encontró que lo que definía como "garra" distinguía, por encima de la inteligencia, a personas exitosas en contextos desafiantes. El hallazgo se repetía en poblaciones muy diversas: cadetes de la prestigiosa academia militar de West Point, ejecutivos de ventas y maestros de escuela a quienes les tocó enseñar en comunidades con problemas sociales.
Quienes vienen de ambientes menos favorables encuentran en la escuela desafíos insuperables, se frustran y dejan de intentar
Una de las conclusiones sobre las que hay consenso es que la "garra" se desarrolla durante la infancia y las condiciones más propicias se dan cuando un chico enfrenta desafíos y dificultades "en la dosis justa". Pero "la dosis justa" no necesariamente es la misma para todos. Y justamente ahí reside uno de los problemas del sistema de enseñanza en una sociedad segmentada y con marcadas desigualdades como la nuestra. A los niños que tienen la ventaja de criarse en un entorno favorable en términos de estímulo, apoyo y preparación, la escuela pública no les exige suficiente como para desarrollar perseverancia o "garra". Del otro lado, quienes vienen de ambientes menos favorables encuentran en la escuela desafíos insuperables, se frustran y dejan de intentar. En sociedades donde las condiciones de partida son más parejas, es más sencillo encontrar un nivel adecuado de exigencia que motive a la mayor cantidad posible de chicos a esforzarse.
Un segundo punto, sobre el cual la discusión todavía no ha sido saldada, es qué puede hacer la escuela para inculcar "garra", especialmente entre los niños y adolescentes en situación de pobreza.
En los Estados Unidos, la formación de individuos con "garra" es una preocupación recurrente de los charter schools, que son escuelas públicas con programas y normas de funcionamiento diferentes al sistema oficial. Algunos charter schools, como los pertenecientes a la red KIPP, tienen por objetivo preparar a niños de entornos desfavorecidos para alcanzar estudios universitarios, buscando no sólo la excelencia académica sino también la formación de carácter, con foco en la motivación, la perseverancia, la inteligencia social y los valores ciudadanos. Otra línea pone énfasis en la preparación del docente antes que en el sistema. Sostiene que los docentes deben transmitir el principio que la inteligencia no está dada sino que se desarrolla con esfuerzo y dedicación. Los buenos docentes, además, son más efectivos para encontrar esa dosis justa de exigencia, detectando y ofreciendo apoyo a quienes están significativamente por encima o por debajo del promedio.
Hay evidencia contundente que programas de desarrollo y estimulación temprana dirigidos a niños en situación de vulnerabilidad social tienen impacto de largo plazo sobre rasgos de personalidad
Si es cierto que la garra importa para el éxito tanto o más que la inteligencia, los sistemas que hacen avanzar de grado a los chicos aunque no hayan alcanzado los objetivos establecidos por el sistema educativo esconden el problema debajo de la alfombra y disminuyen la motivación de estos chicos para enfrentar y superar desafíos. Tampoco ayudan al desarrollo de la confianza y autoestima, que se construyen con la superación de obstáculos. Así, el conocimiento y las habilidades no adquiridas en los primeros años se transforman en un factor de abandono en instancias superiores de la educación.
Finalmente, hay evidencia contundente que programas de desarrollo y estimulación temprana dirigidos a niños en situación de vulnerabilidad social tienen impacto de largo plazo sobre rasgos de personalidad como la "garra" y la adaptabilidad social. Se demostró que los niños que participaron de estos programas tuvieron, en su juventud y adultez, mayores chances de finalizar sus estudios, conseguir trabajo y mantenerlo, obtuvieron mayores ingresos y estuvieron menos expuestos a problemas de adicción, criminalidad y embarazo adolescente.
La Argentina tiene gente talentosa y con garra no sólo en el fútbol: para potenciarlos en todos los órdenes de la vida, para acercarnos más a Messi y a Mascherano, el sistema educativo debería mirar más allá del talento y ayudar a los chicos en la construcción de valores y actitudes clave para una vida donde el progreso se construye superando obstáculos.