Enfermedad incurable
Pocas cosas más bobas que cancelar películas, obras de teatro y libros del pasado, o parte de los mismos, porque supuestamente no se ajustan a las sensibilidades del presente. Los patrullajes que se vienen produciendo en ese sentido en los últimos tiempos constituyen una censura aún más irracional que por motivos ideológicos, morales o religiosos. Ahora le tocó a Desayuno en Tifanny, la célebre película protagonizada por Audrey Hepburn y el que pagó el pato fue el gran Mickey Rooney por interpretar a un personaje japonés no siendo oriental y por los estereotipos en los que incurrió para componerlo. ¿No es ridículo? El británico Channel 5 cortajeó el film sin culpas.
Juan Gabriel Batalla, en su reciente libro La cultura de la cancelación nos recuerda que el tema no es nuevo. A Los Beatles, en los 60, estuvieron por cancelarlos cuando a John Lennon se le ocurrió decir que eran más famosos que Cristo.
Claro que existieron métodos más drásticos: aquí, las listas negras de la dictadura; en Estados Unidos, el macartismo; más lejos en el tiempo, la Inquisición. Amordazar y decidir con aires de superioridad que se puede ver y que no es una enfermedad incurable de la humanidad.