Fernando Savater: Un escéptico de la nueva Europa
El intelectual español, recientemente convocado por Zapatero, cree que los nuevos miembros de la UE podrían perjudicar al continente. "Lo más parecido a un democráta que han conocido es Pedro el Grande", dice
Fernando Savater se define como un filósofo agnóstico y, se ufana, no hay Cristo capaz de ponerlo en capilla: "Lo más parecido a un demócrata que han visto fue Pedro el Grande", dijo con sorna a LA NACION. ¿De qué hablaba? No de Pedro I (1672-1725), aquel zar que prometió hacer de Rusia una gran potencia e insertarla en el sistema europeo de naciones, sino de los 10 países que se incorporarán el 1° de mayo a la Unión Europea.
Estaba por presentar en la Feria del Libro el último de su medio centenar de títulos, Los diez mandamientos en el siglo XXI, editado por Sudamericana. Después de un desayuno con un grupo de intelectuales en la Fundación Foro del Sur, dijo en una entrevista exclusiva que esos países "reúnen de una manera dificultosa las condiciones de la Unión Europea" y que sus políticas "son, en muchos casos, una extensión indebida del término democracia".
Savater nació en 1947 en San Sebastián. Por su lucha contra ETA por medio del movimiento "¡Basta ya!" ha recibido el premio Sajarov de la Unión Europea y, por su compromiso con la democracia, ha sido convocado por el nuevo presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, para reformar la televisión pública.
Savater, autor de Etica para Amador y El contenido de la felicidad, entre otros libros, va y viene con la reflexión urgente. Sobre España, en especial; sobre Europa, en general. Con la inminente ampliación de la UE, de hecho, se mostró inquieto: "Uno quiere que sea lo más acogedora posible y que prolongue su labor civilizadora y emancipadora, pero estos países es muy dudoso que tengan una tradición como Estados o sujetos políticos --dijo--. Uno tiene miedo de que logren constituir un flanco de países dispuestos a venderse al mejor postor".
--España tampoco era una democracia consolidada cuando se incorporó.
--No, pero estamos hablando de un país muy antiguo de Europa. Y ése es el asunto. Era un país muy antiguo que había tenido una dictadura militar, pero la democracia venía de mucho antes. En cambio, estos países nunca la han conocido. Lo más parecido a un demócrata que han visto fue Pedro el Grande.
--¿Desconfía de ellos?
--A lo mejor son excelentes, pero uno sospecha que se pueden crear situaciones difíciles: que estemos abiertos a una visión de conjunto de Europa y que ellos se pongan al servicio del mejor postor.
--¿Del mejor postor?
--De Estados Unidos, sobre todo. Han recibido un fuerte apoyo económico.
--Es decir, los prefiere como amigos, no como socios.
--Exacto. Creo que hay que darles una oportunidad, pero esta introducción me produce un poco de inquietud. En principio, uno se alegra de que Europa sea un proyecto abierto, no clausurado. Pero las cosas tienen que tener forma para existir. Ojalá que algún día todos los pueblos vivan en una generación unida. Mientras tanto, la Unión Europea tiene que ser europea además de unión. ¿Es tan europea Turquía como Polonia o Portugal?
--¿Y Gran Bretaña? Tony Blair convocará a un referéndum sobre la Constitución europea.
--Todos deberán hacerlo. Blair se guardaba una baza para el euro, pero, con la Constitución, se gasta ese cartucho.
--Allí tiene un socio, más que un amigo.
--Claro, Inglaterra es idiosincrásica hasta la médula. Es absurdo pensar en Europa sin Inglaterra. Uno puede pensar en Europa sin Bielorrusia, pero ninguno de los santos del cielo puede pensar en Europa sin Inglaterra, sin Alemania, sin Francia, sin España. En esos países hay una idea de lo que es Europa que luego podemos ir extendiendo. En un momento, uno se pregunta dónde acaba. Pasa con las ciudades. ¿Dónde exactamente acaban las ciudades y empieza el campo? Esto es igual.
--¿Cuánto le debe España a la Unión Europea?
--Mucho. Le debe cosas distintas a las que habíamos supuesto en un primer momento. Cuando vivíamos en la dictadura veíamos en Europa el paraíso para solucionar nuestros problemas. Hoy sabemos que Europa ha sido muy beneficiosa para España, pero no es esa especie de lugar idílico, aunque para España haya sido enormemente positiva.
--¿No será que se han acostumbrado?
--Es una realidad. Ahora vemos que España probablemente va a echar de menos la Europa de hace poco porque, bueno, la entrada de todos estos países hace que España, que estaba en la beneficiada posición de ser un país necesitado de ayuda de la Unión Europea, pasó a formar parte de los privilegiados y tendremos que ayudar. Eso va a traer consecuencias. No ha habido un país tan anheloso de entrar en Europa como España. Ortega y Gasset dijo que si España era un problema, Europa era una solución. Para ese problema de golpes de Estado, de militarismo, la solución era entrar en Europa. Lo que pasa es que eso nos impone límites. Una vez que estamos dentro queremos tener un peso que algunos países no nos quieren conceder.
--¿Cuánto influye en Europa la relación con los Estados Unidos?
--Hombre, mucho, porque es un país con un peso, una presencia y una influencia en el mundo con las que sólo puedes estar a favor. Esos países no dejan que los otros sean indiferentes. Nosotros podemos ser indiferentes a Nueva Zelanda, pero es evidente que no podemos ser indiferentes a los Estados Unidos. Los Estados Unidos sienten desconfianza hacia Europa porque ven una especie de estados unidos europeos que, de alguna manera, se emanciparían de la tutela norteamericana o, incluso, podrían dar lugar a tutelas distintas. De ahí que los norteamericanos nunca se hayan entusiasmado con un ejército europeo.
--¿Fue un error haberles cedido el mando en la guerra de Kosovo?
--El problema no es el error. El problema es la debilidad de Europa. Por ella, los norteamericanos han tenido que actuar dos veces... Tres, si contamos la Guerra Fría. El problema no es que hayan sido llamados para Kosovo, sino que hayan sido llamados siempre. Tú no puedes ignorar después a quien te ha salvado tres veces. En Kosovo, nadie sabía qué hacer. Europa se permitía el lujo de reducir al máximo sus gastos militares y, de pronto, se encontró con una situación militar. Fue difícil no acudir a ellos. Más difícil era alquilarlos: decirles cuánto cobran por arreglar esto y marcharse. Los norteamericanos van, cobran y se quedan.
--¿Qué siente cuando un diario influyente como The Wall Street Journal habla del "Generalísimo Zapatero", comparándolo con Franco?
--Los norteamericanos no toleran que nadie les sea sumiso. Los países no están obligados a seguir la línea marcada por un presidente como Bush. El problema, hombre, es que usted ha fracasado. No me regañe a mí porque ha fracasado. Usted ha contado con un apoyo, a juicio de muchos excesivo, de España. Resolvió el problema militarmente, pero no tiene la más remota idea de qué hacer en Irak. No le extrañe a usted, entonces, que la gente que le ha ayudado le diga: "Veo que no va a arreglar esto". Tampoco usted está dando una imagen de lucidez excesiva.
--¿Es usted socialista?
--No, no soy hombre de un partido político. He votado más a los partidos de izquierda. Bueno, a los de derecha nunca los he votado. Vamos, no tengo ningún carné ni afiliación política. Una vez tuve el carné de los radicales italianos porque era un partido transnacional.
--Con Aznar, ¿España iba bien hasta los atentados?
--En algunas cosas, evidentemente sí. Y hay una prueba muy clara. En el debate de investidura se habló de todo menos de economía. Si el país hubiera ido mal, se habría hablado de economía ante todo. La lucha contra el terrorismo fue una buena baza de Aznar. Ha dejado el país mejor que los socialistas. Con una nueva amenaza, sí, tremenda, después de los atentados en Madrid. El problema era el tono. El gobierno de Aznar creó imposiciones en donde no hacía falta. Hubiera podido contar con apoyo, pero prefirió la imposición a la transacción.