Hacen falta partidos, no movimientos
El peronismo y, de modo más disimulado, el radicalismo son movimientistas, dice el autor. Esto favorece la irrupción de líderes fugaces y la escasez de ideas de fondo, indispensables para construir una república

El vacío conceptual tiene en estos días una nueva expresión: la doctrina de los intendentes. Se nos pretende enseñar que sumando problemas municipales y sus soluciones presuntas se obtienen políticas nacionales capaces de simular un partido político en regla. Esto es falso y evanescente. Durará tan poco como las variaciones de conveniencia de cada intendente.
Pero con la irrupción de Sergio Massa en la escena política ya podemos estar tranquilos: hay alguien en condiciones de ocupar durante algún tiempo todos los programas televisivos y las entrevistas radiales y escritas. Tiene las condiciones estéticas, familiares y discursivas, y no molesta, porque no enarbola definiciones que puedan irritar. En la tradición de análisis político habitual, se dirá que es un desprendimiento del "peronismo" para sucederse a sí mismo, como si esa definición tuviera contenido y sus allegados se reunieran conspirativamente para preparar la maniobra ganadora.
Sergio Massa es la novedad. Lo fue en 1999 la Alianza; en los años inmediatos posteriores, la emergencia de los desconocidos señores Kirchner; también la convocatoria del señor Blumberg desde su tragedia familiar; a continuación, otra figura lustrosa y simpática que prometía novedades, el señor De Narváez. Y entre medio, dos figuras presidenciables con mucho mayor contenido personal, pero también con impulso breve, Elisa Carrió y Roberto Lavagna. Los Kirchner y Carrió han sabido construir un contenido luego de su primera aparición, pero eso no desmiente lo inesperado y fulgurante de los comienzos, que es lo que importa analizar aquí.
Cuando los argentinos fundamos la democracia, hace ahora treinta años, la reflexión política se nutría de la experiencia inmediata anterior y llevaba a suponer que dos grandes "partidos", el radicalismo y el peronismo, podrían protagonizar la política y alternarse en los papeles del oficialismo y la oposición. Pero ya entonces sospechábamos que ambos eran, en realidad, "movimientos", lo que en el peronismo era explícito y en el radicalismo quedaba disimulado por la buena organización territorial. He sostenido en libros y papeles que esas dos fuerzas históricas expresan fondos culturales distintos y que integran la base de la sociedad argentina. En ese sentido, tienen raíces y sentimientos que justifican el movimiento, pero que no alcanzan a ordenar los temas ideológica o doctrinariamente, pues hay "izquierdas" y "derechas" dentro de ambos movimientos. Lo que teníamos en 1983 era "bimovimientismo", aunque no lo percibiéramos con claridad entonces.
Los treinta años de democracia han ido separando la paja del trigo. Gobernar, propiciar políticas concretas u oponerse ha supuesto tomar decisiones cuyos contenidos han atravesado de manera desprolija a los dos movimientos. Y no entender esta dinámica histórica nos ha confundido y hasta agraviado, porque si un gobierno "peronista" toma decisiones que apoyan algunos "radicales", y viceversa, gritamos contra esa mezcla como impropia y sospechosa. Es más verdadero y más constructivo interpretar que nos estamos realineando. Más aún, que el mejor fruto del funcionamiento democrático es que los movimientos de origen cultural y emocional del pasado se van entrelazando pacíficamente de modo que podamos pasar a una república que no se nutre de movimientos -por definición, necesitados de populismo-, sino de la construcción y el funcionamiento de verdaderos partidos políticos.
En esta larga marcha -siempre son lentos los cambios históricos cuando son fértiles-, la sociedad argentina se aboca a cada turno electoral buscando algo, algo nuevo, algo que le ordene las categorías y los contenidos de las decisiones que debe tomar. Y la respuesta no se la pueden dar los "movimientos", porque aunque dentro de ellos ya hayan venido surgiendo esbozos de partidos, los límites son difusos. La explicación es sencilla: un dirigente de uno de esos movimientos que debe tomar definiciones doctrinarias o ideológicas teme siempre perder un pedazo que no coincida con esa postura. Así, se siguen prefiriendo generalidades, marchas, llamados encendidos, con la esperanza de ganarles a los otros a fuerza de recursos materiales y picardía comunicacional. Y confundimos la política con el dinero y la política con la publicidad. Y los ciudadanos, ya entrenados en este ballet, desconfían de la solidez de las promesas y los compromisos.
En esta fractura entre la demanda de la sociedad y la oferta política adquieren protagonismo las "figuras". Y nada tendría de malo si fuese la figura capaz de poner en marcha una formación política. Pero, salvo excepciones, como he dicho, no lo han sido. Y así se convierten en estrellas fugaces que dejan el lugar para nuevas apariciones, casi siempre con los mismos rasgos: encanto, carisma y vacío conceptual. En este escenario se dan además los "pases", que también ocupan y entretienen a los medios de comunicación, tan llamativos y objeto de exégesis como los pases en el fútbol, que llenan horas de comunicación en las radios de nuestros taxistas.
Radicalismo y peronismo tienen su lugar en la historia. Y es legítimo que cualquiera de nosotros piense y diga que se siente más cerca de uno de esos movimientos o del otro, pero ya no sirven como oferta política, porque han cumplido su ciclo y es en esta democracia, que han contribuido a fundar, en la que esos ciclos se han perfeccionado. La mejor prueba de esto es que en estas elecciones los que se han denominado o se han mostrado como peronistas "puros" o radicales "puros" han suscitado poco interés, incluso estando encarnados por personalidades nobles y luchadoras.
Una lectura verosímil de los resultados de estas PASO, que de algún modo unifica la interpretación de lo sucedido en distritos con rasgos culturales muy diferentes, es que la ciudadanía ha votado contra la continuación de la conducción y el proyecto político oficialista. En esa postura, se han beneficiado con fuerza los dirigentes y los agrupamientos que han denunciado los excesos o se han mostrado como capaces de derrotar al Gobierno al margen de los contenidos doctrinarios. Estamos saliendo de los movimientos, pero no entramos en los partidos. Y esta fuerza negativa se seguirá manifestando probablemente en octubre.
Así, la sociedad seguirá sin una oferta política que forme república. Y mientras esto más se postergue, más propensión tendremos a las estrellas fugaces y al consecuente desencanto. Tal hibernación es peligrosa, porque la sociedad tiene problemas concretos y acuciantes, y es a causa de ellos que la sociedad busca. Y busca con el sentimiento -a veces difícil de expresar y siempre imposible de medir en encuestas- de que los problemas no son insolubles y de que una buena política podría colocar al país en otra ruta.
La maduración de una nueva forma de hacer política no será rápida. Es probable que todavía al turno presidencial de 2015 lleguemos con esta oferta política de parches. Pero en los rechazos que ha manifestado el electorado en las PASO también aparecen reclamos positivos que condenan la corrupción, desoyen o desobedecen las pretensiones clientelistas, descartan proyectos puramente personales. Esa modesta depuración promete. Nos acercamos a las calidades republicanas, paso a paso, valga la sinonimia.
Guardemos los movimientos en la memoria, con cariño y sin pesar. Me parece que ya lo están haciendo los electores más jóvenes, según lo que he podido percibir en esta campaña. Es también una buena señal. Pero hay que hacer camino.
© LA NACION