Hacia un nuevo balance de poder en las principales coaliciones
Estas elecciones de mitad de mandato determinarán el nuevo balance de poder de un sistema político que, a la luz de la relativa estabilidad de las preferencias electorales que lo definen, podría no diferir demasiado del actual.
Todos los sondeos coinciden en que las dos grandes coaliciones, el Frente de Todos y Juntos, superarán el umbral del 70 por ciento de los sufragios y, proyectando los indecisos, tranquilamente podrían acumular un 10 por ciento más. Por supuesto que puede haber alguna sorpresa, en particular en distritos en los que se combinan un creciente pesimismo, el agobio por la falta de perspectivas y un cansancio con la oferta de las fuerzas mayoritarias, concentrado especialmente en los segmentos más jóvenes de la población. Sin embargo, dada la situación objetivamente gravísima por la que atraviesa el país, tal vez la principal novedad consista en que no aparezcan con más ímpetu actores extrasistémicos que puedan conmocionar los cimientos de un sistema político que luce consolidado y resiliente a pesar de la profunda crisis en la que hace demasiado tiempo está encastrada la Argentina.
Si se observan con frialdad los datos económicos y sanitarios más destacados, la situación actual es sencillamente desastrosa. El ingreso en términos reales viene reduciéndose sin solución de continuidad en los últimos cuatro años. Había caído más del 20 por ciento entre 2018 y 2019, la convulsionada segunda mitad del gobierno de Macri. Desde el inicio de la gestión Fernández, el “bolsillo de la gente” continúa vaciándose: el salario medio cayó más del 5 por ciento desde la última vez que la ciudadanía se expresó en las urnas. Medido en términos reales, el desplome es catastrófico: un argentino promedio compra con su sueldo un tercio de los dólares que hubiera adquirido en 2017. Todos estamos mal, pero la enorme masa de conciudadanos que integran el sector informal está muchísimo peor. La Argentina tiene poderosos mecanismos de movilidad social… ¡descendente! Exactamente lo contrario de lo que había caracterizado a nuestro país durante más de una centuria, desde el último tercio del siglo XIX hasta el Rodrigazo (1975). La vieja y orgullosa clase media se ha empequeñecido y teme caer en el agujero negro de la pobreza y la marginalidad: la inercia destructiva de la inflación, la falta de trabajo y el agotamiento de los programas sociales como falsos sustitutos de un ingreso digno constituyen un paredón contra el que cualquier ciudadano puede y teme estrellarse. Continúa la fuga de capitales, capitalistas y empresas transnacionales ante un horizonte en el que no surgen expectativas de cambio. Es preferible cortar las pérdidas y salirse de una trampa en la cual el futuro puede incluso lucir mucho peor.
La cuestión sanitaria hace aún más complejo el cuadro de situación. Según Our World in Data, tenemos solo un 20 por ciento de la población con el programa de vacunación completo y un 58 por ciento con una sola dosis. Un desempeño mediocre en comparación no solo con las grandes potencias, sino también con Uruguay y Chile, ambos con el 67 por ciento de sus habitantes completamente inoculados. Algunos especialistas consideran que, dada la rápida “normalización” dispuesta tanto por el gobierno nacional como por las provincias, existe un riesgo muy significativo de que la cepa delta se haya esparcido y haya logrado un impacto muy negativo para la fecha de las elecciones, el 14 de noviembre. Mientras tanto, e inexplicablemente, la Argentina sigue testeando poco y de manera poco inteligente, sin estrategias de seguimiento ni de aislamiento. Más aún, están prohibidos los tests autoadministrados. Uno puede detectar en su casa un embarazo, pero no si está contagiado de Covid.
Frente a tamaño fracaso en términos económicos y sanitarios, es llamativo que el albertismo parezca haber resurgido de sus cenizas y hasta se haya atrevido a sacar pecho para generar una mayor influencia relativa tanto en la definición de candidaturas claves (Victoria Tolosa Paz en la provincia de Buenos Aires, Leandro Santoro en la ciudad) como en los reemplazos para los ministerios de Desarrollo Social y de Defensa. Es cierto que Jorge Taiana, el sustituto de Agustín Rossi, es muy cercano a Cristina Fernández. Pero Juanchi Zabaleta, de extrema confianza del Presidente, se destaca por haber desafiado a Máximo Kirchner y enfrentado a La Cámpora en Hurlingham. Su responsabilidad no será menor: estará a cargo de evitar que se profundice la conflictividad en un contexto en que importantes líderes piqueteros hablan de “estallido social”.
Una sociedad que no le encuentra salida a la crisis es interpelada ahora en plena temporada alta de promesas electorales por un gobierno que insiste en la idea de que “estamos saliendo”: un intangible que casi nada tiene que ver con la realidad, aunque es cierto que un 41 por ciento considera que su situación económica personal habría de mejorar el próximo año, según un sondeo reciente de D’Alessio Irol/Berensztein. Si en efecto ese porcentaje se transformara en voto, el oficialismo lograría un resultado más que decoroso dadas las circunstancias. Se trata de una narrativa despersonalizada y desideologizada que apunta a generar algo de esperanza. Erosionadas las principales espadas del oficialismo, que a lo sumo pueden contribuir a consolidar su núcleo de votantes más leales, en los principales distritos del país se advierte una cierta devaluación en el peso relativo de los principales candidatos. Este es sobre todo el caso de la provincia de Buenos Aires. En 2009 estuvo encabezada por un expresidente (Néstor Kirchner). En 2013, por un importante intendente del conurbano (Martín Insaurralde). Sergio Massa había ocupado el primer lugar en 2019. En esta oportunidad, se trata de una concejala por La Plata cuya aspiración consiste en ser intendenta de su ciudad luego de haber sido derrotada en las primarias de 2019.
Es cierto que Tolosa Paz cumplía paralelamente un rol en el área de política social. Pero se trata de una candidata con escasísima inserción territorial y cuyo principal mérito consiste en disponer de cierta destreza mediática para defender al oficialismo. Logró ese lugar por su cercanía con Alberto Fernández. Algo similar ocurre con Santoro. Cerca del Presidente aseguran que una elección “decorosa” afianzaría no solo su liderazgo para la segunda parte de su administración, sino incluso sus chances de buscar la reelección. “Sigue siendo el que mejor mide”, afirman ilusionados. ¿Qué ocurriría si el resultado de la elección fuera menos auspicioso de lo que aspiran los estrategas electorales del Gobierno? Indudablemente se dispararía un duro pase de facturas, con el “albertismo” como principal víctima. Al margen del cristinismo duro, hay quienes especulan con que algunos gobernadores y el propio Massa podrían ganar espacio en ese potencial rebalanceo del poder interno de la coalición gobernante.
En el caso de Juntos, todas las miradas apuntan a Horacio Rodríguez Larreta. Deberá hacer nuevamente una excelente elección en su distrito (superar el 50 por ciento), en este caso con María Eugenia Vidal a la cabeza. Pero su apuesta más arriesgada fue en la provincia, donde Diego Santilli deberá superar a Facundo Manes (los sondeos existentes sugieren cierta ventaja) para luego competir con el oficialismo en noviembre. El radicalismo enfrentará ahí una disyuntiva compleja: un buen resultado de Juntos acotaría las chances de que un radical aspire a liderar la fórmula de la coalición opositora en 2023. ¿Hay posibilidades de que se fragmente Juntos en el caso de que se consolide la candidatura de Rodríguez Larreta? Deberá desplegar un enorme esfuerzo y una efectiva capacidad de seducción para contener las aspiraciones de un radicalismo cada vez más cansado de ser el socio menor de Pro.ß