Haití… un llamado de atención para América Latina
Aproximadamente a las 8.20 PM del 6 de abril de 1994, el avión que transportaba al presidente de Ruanda Juvenal Habyarimana fue derribado por un misil. Perdió la vida, al igual que el presidente de Burundi y otros nueve funcionarios. Esa misma noche la primer ministro ruandesa, Madame Agathe Uwiligiyimana, quien planeaba en la mañana siguiente hablar a la sociedad llamando a la paz y la concordia, fue asesinada en su residencia en donde también murieron 15 guardianes de la paz de la misión de las Naciones Unidas (Unamir). Así dio comienzo el genocidio que terminó con la vida de 800.000 seres humanos y que representa una tragedia vergonzosa e inolvidable para toda la humanidad. Unos años después del genocidio, algunas de las fuerzas perpetuadoras tuvieron parte en la erupción de la Gran Guerra del Congo, una conflagración regional que ha costado la vida de más de 5 millones de personas.
El asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, de doce disparos, en un país devastado por la pobreza, la corrupción y la inseguridad, nos lleva irremediablemente a comparar. Aun teniendo en cuenta que, si bien las raíces de los conflictos son distintas, no podemos evitar pensar con gran preocupación que puede ocurrir de ahora en más en Haití y cuál será la reacción de América Latina ante un grave conflicto que afecta a toda la región.
En 2004 el derrocamiento del presidente Aristide, con el país al borde de la guerra civil, llevó a la intervención de una fuerza de algo más de 5000 efectivos denominada MIF (Mission Interim Force), compuesta por los EE. UU., Canadá, Francia y Chile para luego ser relevada el 01 de junio de 2004 por la ONU, con la misión Minustah y que se extendió por 15 años.
Minustah tuvo resultados muy positivos para Haití. Se construyeron escuelas, se instaló electricidad, se bajó el nivel de violencia. No fue perfecta, pero mejoró mucho la situación del país. Además, sirvió de ejemplo para que en la ONU se profundice el concepto de “accountabilty” (responsable de…), referido a la conducta de los guardianes de la paz.
Al mismo tiempo debemos decir que el continente no tomó nota de su paso por Haití en los últimos 15 años y que no aprovechó las lecciones aprendidas que dejó la Minustah. En esta misión de la ONU, todos los países participantes vieron y comprobaron en primera persona, la ausencia de un sistema de cooperación regional sólido, con capacidad de dar apoyo político, militar y logístico a la estabilización y reconstrucción de la paz en Haití. Fue gracias al aporte con enorme esfuerzo individual de cada estado, superponiendo medios y capacidades que se llegó al estado final previsto para la misión.
La situación hoy es muy compleja otra vez, ya que no es posible ni siquiera identificar cuáles son las facciones en pugna y la violencia es ejercida por bandas armadas que asolan regiones enteras, en donde ejercen su influencia para llevar a cabo todo tipo de delitos como parte del crimen organizado. Pero, por sobre todas las cosas ya hay por parte de la comunidad internacional y regional mucho tiempo, esfuerzo y lo más importante, vidas perdidas para lograr la paz y la reconciliación de Haití durante muchos años
Pensando en el caso de Ruanda, Kofi Annan expresó el 25 Jul 2005 lo siguiente: “Los momentos de crisis traen semillas de oportunidad, ofreciendo a las Naciones Unidas y las Organizaciones Regionales la oportunidad de trabajar todos juntos más cerca en construir y mantener la paz”.
Es entonces ahora el momento de preguntarnos y reflexionar acerca de cómo nuestra región pueda unirse para revertir el destino trágico de Haití.
En los tiempos que vivimos, ya al filo del primer cuarto del siglo XXI, el concepto de burden sharing está más vigente que nunca. Pero ese “compartir la carga” debe anclarse en organizaciones de cooperación internacional sólidas, preexistentes a la crisis, con acuerdos y políticas pre acordadas a fin de responder en forma inmediata ante la necesidad de cooperar. La interoperabilidad, el apoyo mutuo, la coordinación logística ante catástrofes o colapso de un estado de la región no puede improvisarse ni tampoco tiene que ver con la respuesta solidaria que siempre existe, aunque sea de manera improvisada. Hoy América Latina ha reaccionado tibiamente por Twitter ante los graves sucesos de Haití y si existiera la posibilidad de responder a un llamado, de manera similar al año 2004, está muy lejos de poder brindar un apoyo semejante.
Sin la presencia internacional no habrá solución posible que estabilice y construya la concordia y la paz para poner de pie a este país hermano. Dar la espalda a una situación como la de Ruanda, terminó en un genocidio en donde la comunidad internacional vio inconmovible, como miles de seres humanos morían a manos de sus compatriotas en la forma más cruel y bárbara. Las raíces del conflicto haitiano son diferentes en cierto punto de origen pero, tienen algo en común que no puede soslayarse; esto es el enfrentamiento entre hermanos, en donde la violencia y el odio llevan a incontables muertes anónimas y como acto final la de un presidente, cuyo asesinato representa una herida muy profunda a toda una nación y a un continente.
Profesor en la licenciatura en Relaciones Internacionales e investigador del Observatorio de Política Exterior de la Ucema