¿Hasta dónde puede un libro cambiarnos la vida?
Una novela o un ensayo pueden deparar esa felicidad que llega cuando reconocemos en un texto emociones o pensamientos que llevamos dentro sin saberlo, o cuando el autor nos acerca un mundo nuevo
Ahora que cualquiera tiene entre las manos un dispositivo con la respuesta a sus inquietudes, desde la teoría cuántica hasta un programa para aprender a meditar, hablar del poder transformador de un libro puede sonar ingenuo. Sin embargo, cada vez son más las disciplinas que estudian los efectos neurológicos, psicológicos y sociales que genera el simple acto de leer. Sin llegar a la biblioterapia, que sondea los aspectos terapéuticos de la cuestión, hay experiencias de lectura que abren percepciones inéditas sobre uno mismo o sobre el funcionamiento del mundo. La cuestión es simple: ¿puede un libro salvarnos?
No es una cuestión de fe. Un libro que llega en el momento justo puede brindarle al lector consuelo, una mirada empática, la manera de nombrar aquello que duele y hasta un modo de conocerse mejor o procesar la aspereza del mundo para poder seguir. No siempre ocurre, pero basta con que un libro capte nuestra atención completa para que se active el mecanismo de descubrimiento que aparece con la alquimia que convierte palabras en imágenes.
A lo largo de una vida dedicada a la literatura, la escritora Sylvia Iparraguirre tramó su vida familiar y personal a la vista de los otros y, a la vez, mantuvo una segunda existencia más íntima y secreta, vinculada a los libros. La llama la vida invisible. Tal el título de su último libro, en el que traza una autobiografía a partir de sus lecturas. ¿Qué libro, de entre todo lo mucho que leyó, la transformó de modo más notable? La autora de La tierra del fuego responde sin dudar: "Elegiría La guerra y la paz, de Tolstoi. La leí por primera vez a los 24 años. Sus personajes, Natacha, Pierre, André, me acompañaban aunque no estuviera leyendo. La psicología aplicada por Tolstoi en la creación de sus personajes me hizo dar cuenta de muchas cosas. A esa edad veía todo como si fuera más o menos lo mismo, y caí en la cuenta de que me podía pasar como a las criaturas de Tolstoi, que cuando dicen algo son malinterpretados, o que al explicar algo lo hacen mal, o que creen que el otro les está prestando atención cuando en realidad su pensamiento vuela lejos. Es decir, aprendí las dificultades de la comunicación. Esto también lo comprobé después en obras aparentemente más acotadas que las de Tolstoi; por ejemplo, en los cuentos de Chejov y Katherine Mansfield".
Es habitual que ese momento de descubrimiento personal, es decir, ese instante en que un libro nos atraviesa, resulte una vivencia íntima y secreta. Iparraguirre compartió su vida con el escritor Abelardo Castillo. La pareja convirtió la experiencia de la lectura en un diálogo. "Hablar sobre un libro con Abelardo era desplegarlo en todos los sentidos -cuenta-. Era como una relectura. Pasa los mismo con el cine y una buena película: cuando la ves por segunda vez, advertís una cantidad de cosas que la primera pasaste por alto. Hablar con un lector extraordinario, y Abelardo lo fue, ponía al descubierto no solo el sentido subyacente, profundo, del libro, sino también los procedimientos del escritor, los recursos literarios a los que había recurrido para que la historia fuera inolvidable, las alusiones a otros autores".
Un refugio
Un libro puede hacer bien. Cecilia Fanti lo sabe por experiencia propia. Era una chica joven, talentosa y bella -cualquiera que la conozca sabe que todavía lo es- , y a los 25 años un auto la atropelló y le quebró la espalda. Estuvo más de un mes en un hospital. Contra todos los pronósticos, salió caminando. Después escribió La chica del milagro, una historia que habla de la belleza del cuerpo y de la capacidad de reinventarse. Ella, sí, renació con un libro. Hoy atiende su librería -Céspedes- y sigue buscando eso que le hace bien: "El libro siempre fue para mí como un lugar seguro, un ancla, de alguna manera un hogar. Estar con o en un libro es siempre estar en casa, y esa sensación es inmejorable".
¿En qué medida un libro transforma la vida? "En todas, no se me ocurre una en la que la literatura no lo haga", dice Fanti. "Cada lectura transforma algo en vos. Con el libro la relación no es unilateral. Hay un intercambio. Uno le dedica tiempo, atención, y el libro devuelve una experiencia transformadora. A veces las transformaciones son vitales, y es entonces cuando escuchás ?este libro me cambió la vida'. Esa frase suele llegar antes de otra que dice ?tenés que leerlo', lo cual habla de lo contagioso que es el poder de la lectura. Otras veces la transformación es pequeña. El libro mueve algo, una fibra, un momento. Es, por así decirlo, un cambio más modesto. Pero uno nunca es el mismo después de leer".
Ese diálogo entre el lector y la obra puede volverse el centro de un proyecto colectivo. Desde hace diez años la Fundación Filba desarrolla, además de los conocidos festivales de literatura nacional e internacional, un programa de capacitación en escuelas para compartir herramientas de estímulo a la lectura. "Leer es una experiencia profunda que te permite entender el mundo de otra manera y pararte en otro lugar para relacionarte con lo que te rodea -dice Gabriela Adamo, directora del proyecto-. Para algunos puede ser la música, para otros, la naturaleza; pero para muchos, es la lectura. Es una posibilidad de escape, pero también de aprender cosas nuevas, ser más sensible hacia las vidas ajenas, incorporar y aceptar otras formas de pensar. Sobre todo, está ese momento de felicidad en el que ves en palabras, por fin, sentimientos complejos que te atraviesan y que recién entonces, al verlos reflejados en un texto, podés comprender del todo. Vale la pena apuntar que el libro es una de las formas más accesibles y democráticas para obtener todos estos 'beneficios'".
Podría decirse que los libros son una posibilidad de brindar igualdad de oportunidades. Al menos esa es la aspiración del proyecto que dirige Adamo. "La directora de una de las escuelas a las que fuimos lo resumió en palabras que para mí son inolvidables: la lectura le ofrece a los chicos la posibilidad de imaginar otro final para sus vidas. Y estamos hablando de chicos que nacen y crecen en un contexto muy difícil, por lo que esta capacidad de imaginación se vuelve vital. Algo así te llena de ilusión", cuenta Adamo.
Fuente de alegría
Como ella, el historiador del arte José Emilio Burucúa sostiene que leer es una fuente de alegría y consuelo en la vida. Eso afirma enfáticamente en Excesos lectores, ascetismos iconográficos, el libro que ganó el premio de la reciente Feria del Libro de Buenos Aires, en el que vida y lectura se traman como una forma de autobiografía.
"Uno de los libros que más me transformó y sigue haciéndolo es el Quijote. Porque leerlo, de cabo a rabo, o aquí y allá, es fuente perenne de deleite, prueba superior de la necesidad del arte y de las cotas más altas que pueden alcanzar el ingenio, la gracia, la aceptación gozosa de la vida y la muerte. La historia de Genji, escrita por la dama Murasaki Shikibu en el año 1000, también me cambia un poco todos los días, porque me hace conocer visiones inesperadas e ignotas del corazón humano y de la naturaleza, al mismo tiempo, en sintonía", dice Burucúa.
Lo curioso es que no es esta la única dirección que puede tomar el proceso de cambio. En Trance, el escritor y crítico Alan Pauls da un giro inesperado y sostiene que de alguna manera el libro explora al que lee como un campo de prueba. Es decir, se lee y se es leído al mismo tiempo. De ahí las resonancias que arman un juego de espejos en el que es posible reconocerse en las vidas ajenas y volver a pensarse.
En ese ida y vuelta, Fanti encuentra dos libros que la marcaron. "Hay dos momentos en mi biografía lectora que recuerdo como determinantes. La lectura, a los 15 o16, de ?Carta a una señorita en París', el cuento de Cortázar. La sola idea de que algo tan asqueroso como vomitar se convirtiera en un acto tan mágico y peludito y a la vez siniestro que incluía a un conejito bebé fue para mí epifánico. Ahí descubrí lo que se podía hacer con el lenguaje. Y me dije que nunca quería dejar de tener esa sensación. Pero si de libros se trata, elijo Franny& Zooey, de Salinger. Es el libro que me empujó a seguir leyendo, a empezar a escribir, a buscar y armar el mapa familiar de la familia Glass, y definió de alguna manera mi fascinación por las narrativas de lazos familiares, esas tramas de amor, dolor y, por momento, ciertas dosis de ironía y compasión", dice Fanti.
En el fondo, todo lector sabe que un libro encierra la satisfacción del goce estético. Puede que, con suerte, esa experiencia abra un proceso de autoconocimiento impensable. Como fuere, con el libro adecuado entre las manos lo indudable es que nadie está realmente solo.