La Argentina después del cepo
Uno de los principales desafíos económicos que deberá enfrentar el próximo gobierno consiste en activar el desarrollo del país; acertar con la estrategia adecuada, que no se reduce a una fórmula única, será la clave del éxito
En la Argentina del nuevo ciclo enfrentamos dos desafíos económicos: salir del cepo que desde hace cuatro años ahoga la inversión y el crecimiento, y desarrollarnos. El primer desafío es arduo pero sabemos cómo sortearlo. La hoja de ruta del desarrollo, en cambio, aún está por escribirse.
En un conocido cuento indio seis sabios ciegos intentan caracterizar a un elefante por medio el tacto. El primero le palpa el lomo y dice: "Es como una pared de ladrillos". El segundo agarra el colmillo y piensa: "Es como una lanza". El tercero tantea la trompa retorcida y dice: "Es como una serpiente". El cuarto extiende su mano a la rodilla ancha y dice: "Es como un árbol". El quinto acaricia la oreja y dice: "Es como un abanico". El sexto juega con la cola oscilante y dice: "Es como una soga". Así, los sabios discuten largo y tendido, cada uno sesgado por su propia opinión y parcialmente en lo cierto; todos esencialmente equivocados.
El desarrollo a veces recuerda al elefante de los sabios ciegos. Hay quien piensa que se trata de crear empleo de calidad, de vender más caro nuestro trabajo, o de repensar la educación no sólo como escolarización sino también como acumulación de capital humano para el empleo del futuro, o de abrazar la innovación y el emprendedorismo para diversificar nuestro aparato productivo, o de establecer instituciones ordenadoras, o de recuperar el liderazgo público y privado que ordene los incentivos alrededor de una visión de futuro común, o de fortalecer el rol del Estado, su capacidad de provisión de bienes públicos y su sinergia con el sector privado, cruciales para poner en práctica ese delicado ejercicio de cooperación que es el desarrollo.
El desarrollo no es ninguna de esas cosas en particular sino todas ellas juntas. Es un producto que necesita muchos insumos: tener mucho de uno y poco del resto no es suficiente.
El desmembramiento del elefante sirve también para ilustrar de la distribución de la tarea del desarrollo en el organigrama de gobierno. La política de desarrollo involucra a los ministerios de Asuntos Exteriores, Ciencia y Tecnología, Economía, Educación, Infraestructura, Producción y Trabajo (además de organismos descentralizados de regulación o financiamiento productivo) cada uno de ellos con presupuesto y agenda autónoma. Incluso el abordaje sectorial está hoy desmembrado, con Producción sesgado a la industria, Agricultura, Ganadería y Pesca en su propio campo, y el sector servicios, crucial para la generación de empleo, abandonado a la regulación o a su propia suerte. El desarrollo, en cambio, es transversal y precisa de la cooperación y articulación entre las distintas áreas de gobierno.
Como los sabios ciegos, a veces disentimos sobre el modelo. Hay quienes rescatan el industrialismo de salarios bajos de los tigres asiáticos, o el combo de recursos naturales y servicios de alto valor de los "canguros" australianos, o el tsunami innovador y emprendedor de las "gacelas" israelíes.
El catálogo no acaba allí.
En la cena anual de la Universidad Di Tella, Felipe González cifraba el futuro de la Argentina en la provisión de recursos naturales frente a una demanda creciente de alimentos y energía. El economista Ricardo Hausmann suele cuestionar la popular consigna de agregar valor a los recursos naturales ("industrializar la ruralidad" para hacer del país el "supermercado del mundo") esgrimiendo el ejemplo de Finlandia, que pasó de cortar madera a fabricar máquinas para cortar madera, de ahí a fabricar máquinas de precisión, y de ahí a Nokia. Piero Ghezzi, ministro de Producción de Perú y principal encargado de su diversificación productiva, ilustra una versión de la agregación de valor: el consumidor de país desarrollado, dice, no quiere mermelada de arándanos sino arándanos en un lindo frasco que diga "Arándanos del Perú" (o, por caso, "Olivas Andinas", como propone un grupo de alumnos de la Universidad Di Tella para agregar valor de marca a la producción local). Hace poco se anunció la inminente salida a la Bolsa de Nueva York de Bioceres, un emprendimiento biotecnológico nacional que "industrializa la ruralidad" de otra manera, elevando su rinde y su calidad, a la vez que se desplaza lateralmente, del campo a la tecnología, como sugiere Hausmann.
Si uno mira en detalle las experiencias exitosas de desarrollo en el mundo, no encuentra un modelo puro sino paisaje diverso y accidentado, y muchas veces accidental (porque, como decía Albert Hirschman, de los errores también se aprende). Cuando el problema es complejo y el terreno inexplorado, como en este caso, lo mejor es abrazar la complejidad sin prejuicios.
Los modelos son abstracciones útiles para orientar la discusión e identificar cuellos de botella. Pero una parte de la tarea del desarrollo es clínica, se define caso por caso y precisa de un nivel de granularidad y persistencia al que no estamos acostumbrados.
Cuando hace poco un equipo de Harvard fue a asesorar sobre desarrollo al estado de Chiapas en México, lo primero que hizo fue trazar un diagnóstico y mapear las actividades locales en función de su interrelación y complejidad. Pero el trabajo central fue juntarse a hablar con la gente, hacerles las preguntas correctas a los productores, escuchar.
El desarrollo productivo requiere un volumen de información específica que ningún experto podría almacenar, pero el productor guarda esa información en su memoria. Para extraerla basta un enfoque agnóstico y casi rudimentario, una "mayéutica" del desarrollo que desarticule dos prejuicios gemelos: el temor al intervencionismo estatal, y el temor a la captura, por parte del productor, del aparato estatal.
Si uno le pregunta a un productor qué necesita para invertir y crecer, es probable que las primeras respuestas vengan por el lado de la protección o el subsidio a expensas del resto. Pero, una vez excluidos estos caminos, las siguientes respuestas hablarán de la falta de insumos, del costo financiero y de transporte, de las trabas burocráticas o consistencias regulatorias. Con el tiempo, del intercambio surgirán pequeñas fallas de mercado o cuellos de botella que el Estado muchas veces puede solucionar sin mucho costo.
Cuentan que el economista Carlos Díaz Alejandro decía que el atraso cambiario era como un elefante: difícil de definir pero fácil de identificar a la vista. Lo mismo podría decirse del desarrollo: es evidente cuando está presente, pero no sabemos definir cómo sucede. Porque no sabemos, y porque el mundo avanza y el desarrollo es un blanco móvil, tenemos que intentar de muchas maneras distintas todo el tiempo.
En la Argentina del nuevo ciclo enfrentamos dos desafíos: salir del cepo, y desarrollarnos. Hoy la atención está naturalmente puesta en el primero: desandar varios años de errores preservando el bienestar social es una tarea delicada. Pero nunca antes estuvimos en mejores condiciones de hacerlo sin recurrir a atajos como la convertibilidad o el sobreendeudamiento; en 12 meses el cepo, como el corralito, será un triste recuerdo.
Por eso tal vez la mejor noticia de las elecciones es la expresión de una vocación de cambio que es menos el reflejo del hartazgo que el de la aspiración a un futuro mejor, aspiración que es esencial para alimentar la ambiciosa y paciente tarea del desarrollo.
La agenda de desarrollo es el boceto de ese futuro mejor, la visión de país que, una vez ordenada la herencia, orientará este proceso de transformación que se iniciará en unos días. Trabajemos para ganarnos el futuro que nos merecemos.
Economista, presidente de Cippec