
La Argentina requiere un cambio con transformación productiva
En 1890 la Argentina tenía un ingreso per cápita (producto dividido el número de habitantes) equivalente al 80% del norteamericano y similar al australiano. Era tres veces mayor que el de Brasil o Colombia, cercano al de Canadá y un poco mayor que el de Francia. Mantuvo esta relación de riqueza relativa hasta la década del 30 del siglo pasado, fecha a partir de la cual el ingreso per cápita de los argentinos empezó a desacoplarse de la referencia de Estados Unidos y de los países desarrollados y a caer sistemáticamente hasta ser equivalente al 25% en valores actuales.
El francés Philippe Aghion, que compartió el último premio Nobel de Economía junto a Joel Mokyr y Peter Howitt, en el libro The power of creative destruction, que trata el impacto de la innovación en el crecimiento económico, se pregunta en uno de los capítulos, cuándo no, sobre la razón de la declinación económica argentina, caso de investigación recurrente en la economía comparada. “La Gran Depresión coincidió con el comienzo de la caída. Para superar esa declinación, la Argentina debería haber diversificado su producción, ampliado su base industrial, e invertido en innovación. En lugar de ello, se replegó sobre sus fronteras y adoptó una política de sustitución de importaciones en lugar de desarrollar exportaciones y someterse a la competencia internacional. En una palabra, la Argentina falló en adaptar sus instituciones para hacer la transición desde una economía de base agropecuaria y acumulación a una economía de base industrial de innovación”. El economista francés cierra su análisis con un diagnóstico que asocia el mal argentino al de otras economías: “la trampa de los países de ingresos medios”. Muchas economías de ingresos medios tienen el desafío de crecer para converger al nivel de ingresos o estándar de vida de las economías más ricas. Algunas lo logran, como Corea del Sur, Israel y España, por ejemplo, otras fracasan y quedan afectadas por la divergencia, sus niveles de vida se alejan cada vez más de los estándares de las economías desarrolladas. “Para evitar la trampa de las economías de ingresos medios, las naciones deben encontrar una nueva estrategia de crecimiento, y replantear la estructura productiva para agregar más valor, con raíces en la innovación, un paso que la Argentina fracasó en dar”.
En el diagnóstico del caso argentino, Aghion y coautores omiten un dato que surge de la propia evidencia empírica que presentan: la Argentina convergía con los niveles de ingreso per cápita de las economías avanzadas como Australia hasta los años 30. Australia mantuvo el acople al crecimiento de los desarrollados, superando “la trampa de los países de ingresos medios”, mientras la Argentina se desacopló del pelotón de punta y quedó perdiendo posiciones entre las economías de ingresos medios, con el desafío de converger -o seguir en el curso divergente de la declinación relativa- a los niveles de vida de los países desarrollados. Según las series de Maddison el producto per cápita australiano actual en dólares constantes del 2011 (paridad de poder adquisitivo) cuadruplica al argentino. Mariano Grondona siempre sostuvo que la Argentina es un caso especial de “desdesarrollo económico”.
Si el desacople argentino vino con autarquía y proteccionismo, que nos aisló del mundo y nos condenó a “vivir con lo nuestro”, el catch up (recuperación, acople) con los países de ingresos altos presupone un cambio de estrategia y de modelo productivo con eje en el valor agregado exportable. Entre nosotros, uno de los pioneros en el planteo de la trampa de los ingresos medios en la que estamos según Aghion, fue el economista José María Fanelli. En el libro La Argentina y el desarrollo económico en el siglo XXI (2012), Fanelli subrayaba que el país “tenía el desafío de hacerse rico, antes de hacerse viejo” (alusión al bonus demográfico que se iría agotando en la tercera década del siglo XXI). Había que aprovechar los términos de intercambio excepcionales que se daban en las primeras décadas del nuevo siglo para consolidar un programa de desarrollo que nos permitiera salir de la “trampa de bajos ingresos asociada con la escasa acumulación de capital físico y humano, la informalidad y la baja productividad”. “Para que el crecimiento sea inclusivo, no alcanza con políticas de transferencia para asistir a los sectores afectados; hay que generar empleo productivo y oportunidades de emprendimiento para los sectores excluidos”. Se planteaban tres claves para superar la trampa: consensos para el cambio, instituciones para el cambio, inversiones y productividad para el cambio.
El populismo dilapidó la oportunidad de las primeras décadas del siglo y nos entrampó en un esquema productivo de pobrismo distributivo y capitalismo de amigos. Jaqueó la República y destruyó la moneda. Ahora, con un bono demográfico que se agota (menos población joven), recuperada la estabilidad macro, el cambio del modelo productivo debe acelerarse, y la batalla cultural debe anticiparse a una transición que no dejará de ser traumática.
El gobierno ha hecho trascender escenarios de posible crecimiento del producto. Uno con estabilidad sostenible en el tiempo de un 4% anual acumulado, aunque no haya reformas estructurales relevantes (3% de crecimiento a.a del ingreso per cápita); el otro, con reformas estructurales, de un crecimiento de 7% a.a. para duplicar el producto en 10 años (7,2% para ser precisos, y un 6% a.a de aumento del ingreso per cápita). En nuestra opinión, sin reformas es dudoso que la estabilidad dure, y que se crezca al 4%. En cambio, con reformas (la laboral, la tributaria y la previsional incluida), y con transformación del modelo productivo, es posible que el proceso de capitalización y el despegue de la productividad total de los factores den un salto cualitativo que nos permita duplicar el ingreso per cápita de los argentinos en los próximos 12 años. Un crecimiento con empleo y desarrollo inclusivo que va a afectar el metro cuadrado de cada argentino generando expectativas de un futuro mejor.
En esta senda de transformación productiva deseable hay que asumir tres desafíos. En primer lugar, que habrá “destrucción creativa” (expresión acuñada por el economista austríaco Joseph Schumpeter). Sin destrucción creativa, sostiene el citado Philippe Aghion, no hay posibilidades de superar la trampa de los ingresos medios, porque la convergencia a los niveles de vida de los países desarrollados impone una etapa de “imitación” de las tecnologías de punta y otra de “innovación” propia. En ambas están en juego ganancias de productividad. Por ejemplo, la Argentina está desarrollando los recursos no convencionales de gas y petróleo con una curva de aprendizaje que imita las mejores prácticas de referencia de Estados Unidos. Hoy sabemos que los rendimientos de Vaca Muerta superan a los de las formaciones equivalentes del Norte, pero todavía tenemos costos de perforación y logísticos superiores. Ya nos comparamos con el mejor al que imitamos, ahora hay que superarlo. Viene la etapa de innovar.
En segundo lugar, hay que aceptar que la destrucción creativa tiene costos de corto plazo, inevitables si se quiere acceder a los beneficios futuros mucho mayores. En el corto plazo habrá ventanas que se cierran, y es posible que esos emprendimientos que se pierden estén más cerca de los bienes y servicios de consumo finales, con impacto en los medios y la opinión pública. Pero habrá nuevas ventanas que empiezan a abrirse y muchas de ellas lo harán en etapas intermedias del proceso de capitalización de la economía. Nuevos emprendimientos asociados a las cadenas de valor con ventajas comparativas: agroindustria, petróleo, gas y energía, minería, industria del conocimiento, pesca, turismo receptivo, etc. El imperativo es que el tiempo que transcurre entre “destrucción” y “creación” de empleo sea el más corto posible.
Eso nos deriva al tercer requisito del cambio productivo: el acompañamiento de una institucionalidad que acelere la transición. El cambio de rumbo de un modelo cerrado a un modelo de valor agregado exportable promueve competencia por mercados externos y acelera el proceso de acople a la frontera tecnológica de los sectores involucrados movilizando capital y mejorando la productividad. El nuevo régimen laboral no es sólo para incorporar a sectores informales al empleo formal, también facilita la movilidad dentro del sector formal de la economía. Un régimen de defensa de la competencia focalizado en el libre acceso a los mercados evita que incumbentes y funcionarios blinden mercados cautivos. El estado austero con bienes públicos de calidad y una infraestructura vinculante con la región y el mundo apuntala la transformación. Y ni que hablar de una Argentina que recupera la confianza en sus instituciones con una alternancia en el poder que no compromete el nuevo rumbo.
Doctor en Economía y doctor en Derecho






