La cultura filantrópica
Los gobiernos deben diseñar y desarrollar políticas públicas de promoción porque donar no es dar lo que sobra, sino invertir en lo que el otro necesita
Una de las principales formas de redistribución de riqueza en las sociedades luego del sistema impositivo es la cultura filantrópica. Las donaciones de dinero, de trabajo voluntario y de bienes y servicios aportan una significativa cantidad de recursos a la construcción de bienes públicos, es decir, a aquellos bienes y servicios que están a disposición de toda la sociedad en igual cantidad y calidad. Y como la generación, administración y distribución de bienes públicos ya no es monopolio del Estado, sino que depende de la articulación de éste con las empresas y las organizaciones de la sociedad civil, cobra vital importancia el flujo de recursos tangibles e intangibles que a ellos se destinan.
En un reciente artículo titulado "No está de moda. ¿Por qué los argentinos donan poco?" se hacía referencia a la baja intensidad del espíritu solidario encarnado en la acción de donar. Los datos son contundentes: un argentino dona, en promedio, 30 dólares al año, mucho menos que en los Estados Unidos, el país con más donaciones per cápita, donde el promedio anual asciende a 990 dólares. Los argentinos donan el equivalente al 0,25% del PBI nacional, mientras que para los norteamericanos la cifra representa dos puntos del PBI de ese país, según datos de la OSC National Philanthropic Trust.
Según otro informe, elaborado por el Grupo de Fundaciones y Empresas (GDFE), tres de cada cuatro donaciones se canalizan mediante fundaciones y sólo el 25% se hace a título personal. Los motivos pueden ser diversos, entre ellos, la falta de incentivo a las donaciones ante los casi inexistentes beneficios impositivos que contempla la normativa. Un donante puede deducir hasta el 5% del impuesto a las ganancias, pero tan sólo a organizaciones sin fines de lucro que cuenten con personería jurídica, lo que ya reduce el universo de entidades al 10% de las 80.000 organizaciones de la sociedad civil (OSC) que se estima existen en la Argentina. Además, para hacer efectiva la desgravación, las entidades deben encuadrar en los restringidos formatos que la ley define como beneficiarios de deducciones. Por lo tanto, en la práctica, lo que debería ser un incentivo para fomentar la cultura del dar se ha convertido en la promoción de la ignorancia del donar.
La baja calidad institucional, que genera desconfianza social en todo aquello que se vincule a lo público, también es un elemento inhibidor de la donación, pues los ciudadanos no cuentan con información confiable sobre el destino de sus aportes y existe poca capacidad en las organizaciones sociales de dar cuenta de la ruta que sigue el dinero donado y el impacto social que produce.
Otro aspecto limitante de la donación es el que se fija en el Código Civil, que dispone que de una herencia o en vida, una persona puede donar hasta el 33% de su patrimonio, pues el restante 66% debe destinarse a los herederos forzosos, es decir familiares (descendientes, ascendientes y cónyuge).
Para superar las restricciones impositivas, la desconfianza institucionalizada o las limitaciones legales pueden llevarse adelante diversas acciones. Una es promover la obra de grandes donantes individuales, como Eduardo Costantini, fundador del Malba, quien lleva donados 250 millones de dólares, principalmente en obras de arte. Algo similar sucedió con la herencia pictórica de la empresaria Amalia Lacroze de Fortabat. Otros empresarios dueños de firmas de diversa magnitud crearon fundaciones para apoyar proyectos de organizaciones sociales o impulsar programas orientados a la asistencia social, a la investigación científica, al apoyo académico, a la inclusión social o al fomento de emprendedores sociales en situación de vulnerabilidad.
Pero más allá de este altruismo empresarial, necesario pero lejos de ser suficiente para generar la inversión social que la sociedad civil requiere, es necesario crear cambios estructurales en la formación ciudadana para que todos los individuos asuman una cultura filantrópica en sintonía con la capacidad económica que posean. Las currículas educativas deben formar esa cultura de donar no sólo desde la teoría, sino desde acciones concretas y prácticas, como el fomento del aporte colectivo del estudiantado a las cooperadoras escolares o de los hospitales públicos.
La donación, si bien es una acción individual, cuando alcanza escala masiva se convierte en una cultura social que la propia sociedad autogestiona a través de sus organizaciones sociales, cívicas, de fomento y de asistencia, complementando los presupuestos públicos y generando bienes públicos de mayor alcance y calidad. Los recursos donados, más allá del valor material o monetario que pueden aportar a la creación de riqueza compartida, generan el mayor valor agregado que una inversión social puede alcanzar: garantizar el acceso equitativo a oportunidades. Por ello, los gobiernos deben diseñar y desarrollar políticas públicas de promoción de la cultura filantrópica porque donar no es dar lo que sobra, sino invertir en lo que el otro necesita.