La fragilidad de las muñecas vivientes
Los he visto hace años, cuando también me salían al cruce por la calle. Ya no. Hoy se desarman al paso de otras. Chicas muy chicas, de esas que todavía no han dejado del todo atrás las marcas de la niñez. Las muñecas vivientes que caminan todavía incómodas adentro de esos cuerpos que parecen prestados. De lejos, son imponentes. De cerca, de una fragilidad aterradora. Nenas metidas, casi a los empujones, en anatomías que las exceden y las convierten, al mismo tiempo, en blancos móviles. Porque eso es lo que busca el mercado de pieles: la perpetua novedad, la primicia, el estreno absoluto.
"Nuevitas", anuncia el papelito pegado a las apuradas en un poste de luz por alguien que sabe que lo que hace no está bien. En el aviso hay dos siluetas femeninas. Al pie, un teléfono. Donde vivo, en Floresta, las "nuevitas" son multitud. Chicas, nenas casi, paradas desde la caída de la tarde en ciertas esquinas. Pero ni siquiera hay que asomarse a la calle para que el hálito de la sociedad pedófila, obsesionada por la carne de estreno, vuelva a respirarnos en la cara. Está en las revistas, en la televisión, en cuanto anuncio busque vender alguna cosa. Hasta no hace tiempo la veíamos en horario central, bailando reggaetón. "Muy bueno tu perreo. Muy sexy, muy sensual", fue el veredicto del jurado ante el baile de Z., una nena de 9 años. Muchos aseguran, indignados, que eso es la excepción, la rareza. Sin embargo, todo marcha en ese mismo sentido de hacer que los niños crezcan tan rápido como sea posible. Que dejen de pedir lo que todos piden: atención, explicaciones. Un límite. Presencia, incluso. Tal vez, sólo tal vez, no sea la adolescencia la que se haya adelantado, sino nuestra necesidad de librarnos de esas máquinas de interrogar que son los hijos, y que nos enfrentan con nuestra propia miseria de respuestas. Y la sociedad pedófila aplaude, encantada.
Hace días, tres chicas enfrentaron la cámara y grabaron un video ("Ya no nos callamos más") que se volvió viral. Contaron cómo habían sido abusadas por un mismo adulto cuando eran menores. Que el adulto en cuestión haya sido un cantante algo conocido y hoy preso por abuso sexual agravado es un detalle. Porque lo que realmente alarma es el grado de indefensión con el que atravesaron la ordalía. La absoluta falta de recursos personales, siendo tan niñas, para reaccionar. "Él me dijo que se hacía así", cuenta una. "Él era mi ídolo", dice la otra. Para poder hablar, debieron esperar a hacerse adultas. A dejar de ser muñecas silenciosas, listas para ser consumidas y descartadas. Esas que este estado de cosas necesita. Las mismas que, cuando alzan la voz, cambian las cosas para siempre.