La naturalización del exabrupto
Con periódica constancia, cada dos o tres días, suenan palabras que en otros tiempos hicieron posible la derrota del kirchnerismo. Esas propuestas, en general hechas desde los márgenes de ese espacio, agrandan entre sus opositores la idea de que regresará al poder con los mismos vicios.
La exhibición de aquellas viejas recetas provoca el espanto y gana terreno entre los votantes de Mauricio Macri. Es natural. Muchos de ellos terminaron apoyándolo como freno al kirchnerismo, antes que por sus ideas o su carisma.
El fracaso económico del Gobierno ya provocó una catástrofe oficialista en las PASO y se extiende como un firme presagio de derrota para el 27 de octubre. Ante esa adversidad, este fin de semana podría ser el más esperanzador de una primavera amarga para el macrismo: un acto masivo en la ciudad de Buenos Aires y el potencial triunfo en las elecciones provinciales de Mendoza (del radicalismo, en verdad) alimentarán la ilusión sobre un milagro. Aferrarse a esos momentos y a datos de relativo impacto en el contexto general es más necesario que real para la clientela de Cambiemos. Por el contrario, no parece viable para la gente del Presidente esperar que los exabruptos del kirchnerismo puedan torcer la voluntad de quienes migraron del macrismo hacia la fórmula Fernández-Fernández.
La configuración de esa nueva mayoría electoral, que mucho se parece al viejo predominio del peronismo unificado, pasó por alto las graves denuncias de corrupción del kirchnerismo y desconoció la parte de responsabilidad de Cristina Kirchner en la construcción de la crisis económica que Macri agravó.
Por incómodo que resulte, una porción tan significativa del país como para ganar elecciones en forma rotunda no toma en cuenta, avala y hasta celebra lo que el propio kirchnerismo ahora trata de relativizar en nombre de la moderación que le exige la campaña electoral.
Es así que detrás de la ilusión del regreso de días felices casi la mitad del electorado pasa por alto el sistema de recaudación de coimas y su juzgamiento, la persecución de los periodistas y de los medios que investigaron la corrupción y, por supuesto, la independencia de la Justicia. El alineamiento de jueces y fiscales no parece una tarea ardua para el gobierno en ciernes. Salvo algunas excepciones, ese trabajo parece estar siendo anticipado por los propios protagonistas. Para Alberto Fernández, será esencial llevar la tranquilidad de la inmunidad a su vicepresidenta, bajo la inestable creencia de que a mayor distancia de las condenas menor riesgo de intervención política de aquella.
Las angustias económicas predominan en la decisión de votar al kirchnerismo, y para quienes ya pasaron por encima de las barreras morales para saltear la corrupción, no tiene relevancia debatir la expropiación de campos y de casas. Por extensión, será natural para nuevos y viejos kirchneristas un aumento extraordinario de los impuestos a los bienes personales, tal como ya introdujo Cristina. El razonamiento es simple: si hay ajuste, que lo paguen los que votaron a Macri.