La paradoja irresuelta de Javier Milei
Javier Milei sigue siendo una incógnita. Lleva casi cincuenta días en la presidencia y no termino de entenderlo. He hecho un esfuerzo para no trasladar al Milei presidente muchas impresiones negativas que me había provocado el Milei candidato, en la convicción de que el país necesita cambios estructurales que van en el sentido de aquellos que impulsa el Gobierno. A veces el Presidente ofrece razones que justifican el empeño, pero otras veces me digo que no hay caso, que aquella primera impresión es la que vale. Ahora echó a un ministro porque habría filtrado una frase suya pronunciada durante una reunión de gabinete en la que, supuestamente, dijo que dejará “sin un peso” a los gobernadores si se oponen a la ley ómnibus. Raro. No la frase, perfectamente creíble, sino la reacción de Milei ante un trascendido que no revela nada nuevo. Con otras palabras, eso ya lo había dicho. Y un ministro clave como Luis Caputo había advertido más o menos lo mismo a los gobernadores que no apoyaran el déficit cero al que apunta el proyecto de ley. ¿Entonces? ¿Cuál es el verdadero motivo del despido?
Hay en Milei una paradoja que no acaba de resolverse. Su determinación, clave para obtener el voto de un electorado harto y para cumplir con el mandato de cambio que asumió, es al mismo tiempo motivo de desconfianza. ¿De qué está hecha esa determinación? ¿Es fruto de la razón o prima en ella la fe ciega del fanático? ¿Proviene de un meditado diagnóstico de la realidad que busca transformar o surge del apego a un dogma que quiere imponer sin atender las circunstancias del contexto en el que se deben realizar los cambios?
Lo segundo sería un problema. La voluntad, el deseo, por más fuertes que sean, están llamados a darse de bruces contra la pared cuando están desconectados de la realidad en la que pretenden desplegarse. La suerte de un hombre va fraguándose en el diálogo que sus anhelos entablan con sus circunstancias, que ofrecen siempre una oportunidad tanto como un límite. El marketing y la publicidad nos venden otra cosa. Just do it. Suena muy lindo, pero no todo es posible. Macri quería terminar con el hambre. Milei quiere poner a la Argentina en el podio de los países más ricos del mundo. Aflojemos, muchachos. Podemos conformarnos con menos: abran los ojos, vean cómo estamos y empecemos a caminar con pasos firmes hacia el cambio posible. Porque del deseo desbocado al desengaño y la frustración hay un solo un paso.
"La oportunidad se perdería si los que representan a la mayoría de los ciudadanos no se ponen de acuerdo en la instrumentación del cambio"
¿Cuál es el cambio posible? Lo tenemos ante nosotros, siempre que sepamos aprovechar la oportunidad. Se trata de una ocasión inédita, dada por la confluencia de dos datos íntimamente relacionados. Primer dato: hoy la mayoría de los argentinos quiere un cambio. Segundo dato: la reacción al cambio pasa por su peor momento, con un peronismo debilitado y relegado a una minoría en razón del daño causado al país por los gobiernos kirchneristas.
Se sintió en la movilización que la CGT orquestó el miércoles, y sobre todo en los discursos de los dirigentes sindicales: el ánimo golpista parece exacerbado por la nebulosa conciencia de la propia desorientación. No tienen plan. Todavía no se reponen del golpe que les asestó un electorado que los alejó del poder, su único norte. En un peronismo alicaído, nadie se atreve a correr al costado a quien lo usó en su provecho sin ocultar su desprecio, para dejarlo tal como está. Sin líderes, los herederos de Perón se recuestan en lo de siempre, el sindicalismo, esta vez también desprestigiado por su aval irrestricto al gobierno de Alberto Fernández y por un cambio de época que descoloca a los viejos dinosaurios como nunca antes.
Este es el contexto que habilita la oportunidad. Al mismo tiempo, el contexto impone límites, desde la resistencia de poderosos intereses hasta una cultura del privilegio y la prebenda muy enquistada entre nosotros. Esos obstáculos no se superarán de un plumazo, por más determinación que haya. Habrá que enfrentarlos. Pero la oportunidad, la transformación posible, se perdería si los que representan a la mayoría de los ciudadanos no se ponen de acuerdo en la instrumentación del cambio y por necedad acaban convertidos en dos o más orgullosas minorías. Puede pasar, a la vista de las agónicas jornadas legislativas de esta semana.
¿Seguirá Milei empecinado en imponer la cruzada de la revolución libertaria? Desde mi perspectiva, si mantiene esa tesitura tiene más para perder que para ganar. No le conviene. Ni a él ni al país. Para lograr su cometido de impulsar el cambio de rumbo económico le convendría, creo yo, ampliar el foco y considerar al liberalismo como un todo que incluye también aspectos filosóficos y políticos. Entre ellos, la aceptación de la opinión ajena y el pluralismo. Eso habilitaría un diálogo más abierto, esencial para obtener los apoyos y consensos que imperiosamente necesita. ¿Será capaz el Milei presidente de lo que no pudo ni quiso el Milei candidato? La esperanza es un deber del sentimiento, escribió Fernando Pessoa, firmando con uno de sus heterónimos.