La pretensión del conocimiento
El sistema de precios es un mecanismo fundamental del capitalismo. El comportamiento de los precios relativos permite ir tomando decisiones de inversión en el sector real de la economía, dado que es la guía que tienen los empresarios para detectar dónde puede haber una demanda insatisfecha y, por lo tanto, la forma de asignar eficientemente los recursos productivos.
El principio económico más elemental dice que los recursos son escasos y las necesidades, ilimitadas. Dada esta restricción presupuestaria, un buen sistema económico permite asignar los escasos recursos económicos de manera tal de satisfacer la mayor cantidad de necesidades de la gente. Como ninguna mente humana ni computadora alguna puede conocer cuáles son las escalas de valores de la gente y como estas escalas de valores van cambiando permanentemente, la información está tan dispersa que el mercado se transforma en un proceso de descubrimiento, por el cual, en un sistema competitivo, el empresario tiene que descubrir qué es negocio. Es por esta razón que es fundamental que la estructura de precios relativos no sea distorsionada por el Estado, porque si la distorsiona, es como si la brújula de un navegante se volviera loca, es decir, el empresario pierde noción de qué es y qué no es negocio.
Por ejemplo, si el tipo de cambio real sufre permanentes y bruscos cambios a lo largo del tiempo, quien tiene que tomar una decisión de inversión no sabe si debe destinar recursos para producir algún bien para vender en una economía cerrada o tiene que encarar proyectos sujetos a la competencia internacional.
En el gráfico que acompaña esta nota pueden verse las violentas variaciones que ha tenido el tipo de cambio real a lo largo de los últimos 33 años. Con semejantes variaciones es imposible pensar en el largo plazo para recuperar el capital de una inversión. Pero la pregunta que surge es: ¿por qué tantas y violentas variaciones? Porque los gobiernos de todos los colores que hemos tenido en los últimos 33 años, y aun más atrás, evitaron sistemáticamente enfrentar los problemas de fondo de la economía y prefirieron cambiar los precios relativos vía una devaluación. Utilizaron el tipo de cambio real como el gran licuador del gasto público, del salario real y como forma de proteccionismo encubierto para generar transferencias de ingresos entre los diferentes sectores de la economía, donde el sector público, normalmente, fue el mayor beneficiario de esa transferencia de ingresos y patrimonios. El Estado, arbitrariamente, declaró ganadores y perdedores.
El listado de planes económicos que se limitaron a modificar arbitrariamente la estructura de precios relativos sin resolver los problemas de fondo es tan largo como la cantidad de fracasos económicos. El rodrigazo de 1975, la tablita cambiaria, el plan Austral, el plan Primavera y el plan BB (Bunge & Born) son algunos de los ejemplos que pueden darse sobre planes que creían que devaluando el peso, aumentando las tarifas de los servicios públicos, congelando los precios, estableciendo controles de cambios y retenciones a las exportaciones se resolvían todos los problemas de la economía argentina.
¿En qué situación estamos hoy respecto de la estructura de precios relativos? El cambio de precios relativos de enero 2002, ¿fue acompañado de reformas estructurales? La respuesta a este interrogante es no; por lo tanto, lo que puede afirmarse es que la actual estructura de precios, que surgió a partir de enero de 2002, no parece ser sostenible en el tiempo ni debería tener un final diferente de los anteriores intentos mencionados, salvo que, junto con el cambio de precios relativos y sus correcciones pendientes, se implementen las reformas estructurales postergadas.
Si la actual estructura de precios relativos no es percibida como relativamente estable por parte de los inversores, el crecimiento económico se verá comprometido por falta de inversiones, dado que el mercado no contará con señales claras de largo plazo para tomar decisiones de todo tipo. Y el problema es que difícilmente hoy cualquier agente económico perciba la actual estructura de precios relativos como estable en el tiempo. ¿Por qué?
En primer lugar, porque el deliberado retraso en las tarifas de los servicios públicos constituye una señal de alerta hacia el futuro. O se corrige este problema o las inversiones se paralizan por falta de infraestructura para producir.
En segundo lugar, las regulaciones en el mercado cambiario han generado una nueva distorsión que queda en evidencia cuando se compara la evolución del tipo de cambio nominal y el comportamiento de los precios mayoristas. Mientras el primero subió 2,85 veces desde diciembre de 2001, los segundos crecieron 2,26 veces. La brecha entre el aumento del tipo de cambio nominal y los precios mayoristas se redujo al 27 por ciento. ¿Es este tipo de cambio real el que quiere mantener el Gobierno o preferirá otro más alto? Si es que puede definir el tipo de cambio real.
En tercer lugar, el nivel de gasto público no es indiferente al momento de definir los precios relativos. Cuando el Estado le quita poder de demanda a la población vía impuestos y con esos recursos compra bienes y servicios u otorga subsidios, modifica la estructura de precios relativos de la economía, y, bueno es recordarlo, el gasto público no se ha mantenido constante desde la devaluación hasta ahora. Por el contrario, sigue creciendo mes tras mes. El Estado, con su gasto y su política tributaria, es un gran distorsionador de precios relativos.
En cuarto lugar, ¿cuáles serán los costos laborales que deberán enfrentar las empresas en el largo plazo? ¿Cuáles serán los impuestos que regirán sobre la nómina salarial y cuáles las regulaciones que se establecerán en este mercado? Sin conocer este dato de largo plazo, también es complicado proyectar la rentabilidad de una inversión dado que no se sabe, con relativa certeza, cuáles serán los costos por asumir para producir un determinado bien o servicio.
Soluciones saludables
Esconder los problemas estructurales detrás de arbitrarios cambios de precios relativos, fundamentalmente detrás de un tipo de cambio nominalmente alto, nunca dio resultados. Por eso, lo más saludable es que el Estado implemente las reformas de fondo, fije las reglas de juego de largo plazo y deje que los precios relativos fluctúen libremente para volver a funcionar como la brújula de la economía.
En definitiva, se trata de optar entre un modelo de crecimiento basado en la capacidad de innovación de la gente o la pretensión de un conocimiento omnímodo por parte de los funcionarios de turno declarando, arbitrariamente, ganadores y perdedores. Cuando el funcionario público maneja los precios relativos a su antojo, está conduciendo la economía de espaldas a la gente. Y esa estrategia, ya lo sabemos, no conduce a buen puerto.