La UCR, ¿sigue siendo un activo de la democracia argentina?
Un partido que aspire a recuperar la representación de los sectores medios debe despojarse de viejos clichés y prejuicios ideológicos, y reconstruir su propio relato
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Ante un nuevo recambio de autoridades del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical, el partido político más antiguo de la región, es oportuno formularnos una pregunta, dejando de lado la tradicional mirada endogámica y nostálgica de sus partidarios: ¿representa un aporte concreto al presente y al futuro de la democracia argentina la subsistencia de un partido político de valores y principios como la UCR? Si la respuesta es afirmativa, se disparará inmediatamente una segunda pregunta: ¿sobre la base de qué prédica y en representación de cuáles ideas y aspiraciones actuales resultaría valioso que continuara gravitando?
Indagarlo exige una mirada integral, partiendo de compartir tres presupuestos: es necesario recomponer un sistema de partidos como manda el artículo 38 de nuestra Constitución nacional; resulta vital fortalecer una tendencia centrípeta para que el juego democrático convalide el diálogo y permita alcanzar mínimos denominadores comunes, y para contribuir eficazmente en el logro de los anteriores objetivos, la UCR debe reafirmar que, en las actuales circunstancias, es un partido de oposición.
Podrá alegarse una visión ingenua, predicar en un desierto donde sobresalen la política centrífuga y polarizante, los liderazgos omniscientes y providenciales, la comunicación instantánea, la erosión de las prácticas democráticas, la brutalización del lenguaje y el debilitamiento de las instituciones. Sin embargo, cabe descreer de cierto pensamiento un tanto cínico que aconseja inventar nuevas prácticas, adaptadas a las exigencias de una época en la que, más que política, se practica una lucha sin cuartel. El esfuerzo debe enfocarse en recomponer el funcionamiento democrático e institucional.
Así, la primera conclusión nos permite vislumbrar como necesario un partido político republicano, reformista y con credenciales democráticas, dispuesto a ejercer su defensa, desechando aquello que, frente a su consolidación, un partido que “vende democracia” tiene poco para ofrecer. La vigencia del “método democrático”, que nos asegura elecciones libres y pacíficas para elegir a los gobernantes, no implica renunciar al “ideal democrático”, que nos recuerda que si los abusos de poder, el decisionismo, la falta de participación y la desigualdad son cada vez mayores, estamos ante un problema democrático, como sostiene Emilio Gentile en el reciente libro de Mariano Schuster El pasado no está muerto.
Si de algo puede enorgullecerse la UCR es de su rol en el restablecimiento democrático, la defensa de los derechos humanos y su cultura de diálogo y tolerancia, todos núcleos de su ADN que adquieren una importancia superlativa frente a un gobierno tan reaccionario en el plano cultural y social como el de LLA.
Lo que sí resulta imprescindible asumir es que la democracia fracasó en mejorar el bienestar de los argentinos, lo que nos permite afirmar que el presente que nos toca vivir mucho tiene que ver con la frustración, trastocada en enojo luego capitalizado políticamente. Ello no autoriza a concluir que todos los votantes de Milei convalidan la destrucción del Estado, o su redimensionamiento mediante ideas tan toscas como la motosierra, o sean menores sus exigencias en torno a salud, educación o la provisión de otros bienes públicos.
Desde esta aproximación, podemos afirmar entonces que la respuesta rondaría en torno al modo de ejercer la oposición, a los temas prioritarios que conformarían el relato y a la actualización de algunas de las ideas que históricamente ha defendido el radicalismo, enfocando su discurso en una propuesta con eje central en la clase media, teniendo presente que la sola generalización de cuestionamientos a ciertos abusos del Gobierno, sin especificaciones ni autocríticas previas, solo tiende a favorecer la confusión con uno de los extremos, incrementando la polarización y desdibujando la propia identidad.
De allí que un partido que aspire a recuperar la representación de los sectores medios deba despojarse de viejos clichés y prejuicios ideológicos y reconstruir su propio relato. Ya nadie discute en el mundo la importancia de preservar equilibrios macroeconómicos como condición necesaria para el crecimiento. Marcar su insuficiencia para alcanzar un desarrollo social y territorialmente equilibrado, poniendo de relieve el rol del Estado, es una de las premisas fundamentales de este discurso y una verdadera oportunidad en la actual coyuntura.
Frente a un gobierno que limita su responsabilidad en materia económica a ordenar la macro, y para el cual carecer de política industrial es la mejor de las medidas para el sector, es obligatorio proponer políticas públicas de desarrollo productivo a través de un Estado inteligente, que no se limiten solo a proteger o subsidiar, incentivando la innovación y la inserción internacional de nuestra economía, si se aspira a ensanchar el discurso y la propuesta de una fuerza de centro.
Preocupación por la producción, defensa de las pymes, una apertura comercial más selectiva y gradual es lo que la sociedad empieza a avizorar como necesario y, en especial, la desdibujada clase media, a la que hay que convencer de una circunstancia evidente: la cuestión social de su empobrecimiento como clase no se va a resolver “por derecha”; se necesitarán otras políticas para lograrlo.
En este orden de ideas, nadie postula arriar banderas tradicionales como la defensa de la educación pública. Sin embargo, parece lógico preguntarse acerca de su creciente deterioro y las razones que paulatinamente la relegan a una opción de segunda categoría. Lo mismo podríamos sostener respecto del régimen universitario y su bajo porcentaje de graduación o la falta de planificación estratégica; igualmente para la salud pública. Todos temas preocupantes para los sectores medios y medios bajos de la sociedad.
Se trata de apartarse de la defensa in totum de determinados postulados que han devenido consignas anacrónicas, representativas de un statu quo conservador y autoindulgente, vacías de contenido, y que la sociedad –y en particular los jóvenes– concibe como pura retórica.
En el mismo orden se inscribe la necesidad de no aparecer negados o reticentes a las discusiones de reformas estructurales que tengan como objetivo impulsar la economía con políticas de desregulación ordenadas, destinadas a la construcción de confianza en los mercados, poniendo el acento en el diseño correcto de aquellas desde una perspectiva de inclusión.
Ninguna de estas u otras propuestas debe percibirse como fuera del centro político. Podrá decirse que algunos postulados están más a la derecha que las posiciones históricas de buena parte de nuestra dirigencia, pero ninguna va más allá del centro que hoy necesitamos fortalecer.
El resultado de la última elección nacional nos permite afirmar que la sociedad argentina, sin estar de acuerdo con muchos de los postulados y axiomas del Gobierno y aun fuertemente influida por el miedo a una hecatombe, no está dispuesta a regresar al pasado. Interpretar sus necesidades, anhelos y deseos exige la construcción de una oposición racional, enfocada en consolidar una opción de centro, de mesura y sensatez. La propia vacancia generada por la persistente crisis del peronismo incrementa la oportunidad de representación, cuya dinámica demanda un equilibrio opositor. Los vacíos en política tienden a cubrirse y aceptar la hegemonía no debería estar entre los planes de un partido de las características de la UCR.
Aproximándonos a una respuesta y en orden de significar su aporte a la construcción de un centro democrático, es útil tener presente dos aspectos cruciales de su historial. En épocas en que el disgusto de la sociedad con los políticos está lejos de haberse extinguido, el recuerdo de Yrigoyen, Alvear, Illia, Alfonsín y De la Rúa yéndose de la presidencia de la Nación más pobres de lo que entraron sigue representando una diferencia. Tampoco es un dato menor, y aun cuando la revolución tecnológica y la era digital tienda a menguarlo, que la UCR sigue siendo uno de los partidos con el mayor despliegue territorial. Una organización política que cuenta con cinco gobernadores, centenares de intendentes, representación parlamentaria en el Congreso y en las Legislaturas de todas las provincias, permite considerar la existencia de un voto larvado, tal vez enojado con el partido por causas diversas, pero que, como se ve, se manifiesta en elecciones subnacionales.
Si la UCR es capaz de conjugar un relato propio, un discurso acorde con lo que demanda una sociedad que sigue conservando su pulsión por el progreso social y la equidad, solo dispuesta a mirar hacia adelante, seguirá siendo la formación política en mejores condiciones de recomponer una opción de centro, no en beneficio de los propios radicales, sino al servicio de la democracia del conjunto de los argentinos.
Abogado, diputado provincial en varios períodos, exdiputado nacional y secretario y prosecretario parlamentario del Senado de la Nacion


