
Las alternativas: hegemonizar, institucionalizar o rechazar el cambio
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Con un ejemplo muy claro Nassin Nicholas Taleb resume el propósito y el mensaje de su best seller El cisne negro. Imaginemos que escogemos al azar entre la población general una muestra de mil personas, hombres y mujeres de distintas características físicas y de distinto estatus social y económico. Luego empezamos a requerir y a organizar la información de los seleccionados sobre sexo, peso, altura, calorías de consumo alimentario, ingreso per cápita, riqueza media, etc. Del análisis de los datos vamos a inferir que aquella información relacionada con los fenómenos físico-naturales responde a una regularidad y agrupa sus datos en torno a un valor medio que los representa (el dominio de “Mediocristán”). Por ejemplo, el peso medio de los 1000 seleccionados es de una cantidad de kilogramos y no se va a ver alterado, aunque entre los 1000 haya un obeso que pese más de tres veces el peso medio (evento raro o fenómeno de cola que no altera la distribución del resto de los valores respecto del valor promedio). Lo mismo sucederá con los datos de calorías de ingesta media, altura media, etc. La proporción de hombres y mujeres en la muestra tenderá al 50%. Pero cuando analizamos los datos económicos y sociales asociados a esa muestra, la conclusión puede cambiar radicalmente.
Supongamos que, a semejanza del caso raro del obeso en peso o de un enanito en altura, entre los mil cayó seleccionado un Bill Gates (el billonario citado por Taleb) con un patrimonio de miles de millones de dólares e ingresos mensuales en consonancia. Aquí, la distancia entre los indicadores socioeconómicos de Bill Gates y los restantes 999 hace la diferencia. El evento raro domina la distribución del resto de la muestra y fija una media de riqueza multimillonaria que no refleja la realidad de la población (estamos en el dominio de “Extremistán”). Podríamos concluir, y sería erróneo, que en la población hay millonarios y no hay pobres. En el ámbito de los fenómenos físico-naturales, uno puede confiar en la distribución de probabilidad de los fenómenos de azar representada por la curva acampanada normal de Gauss, donde los eventos raros son fenómenos de cola y donde es poco posible encontrarse con un “cisne negro”. Pero en el ámbito de los fenómenos sociales la normal de Gauss no sirve para pronosticar el futuro, porque la incertidumbre en este ámbito está mucho más expuesta a la “sorpresa de un cisne negro”, donde lo altamente improbable se torna realidad y sesga la frecuencia. De allí la dura crítica de Taleb a los cientistas sociales (economistas incluidos) por el abuso que hacen al proyectar el futuro basados en la distribución normal de probabilidades (la curva acampanada de Gauss).
John Kay y Mervyn King, en otro best seller, Radical Uncertainty, complementan la argumentación de Nassin Taleb, porque reivindican la divisoria de aguas compartida tanto por Frank Knight (Escuela de Chicago) como por John Maynard Keynes entre el riesgo y la incertidumbre futura. El riesgo tiene una distribución de probabilidad asociada y mensurable, la incertidumbre está dominada por eventos únicos e irrepetibles y no es medible. Los fenómenos de la realidad social (política incluida) pertenecen al dominio de la incertidumbre. Incertidumbre y propensión a cisnes negros dominan el registro político argentino de las últimas décadas.
Después de las PASO de agosto de 2015, la “probabilidad” de que ganara Daniel Scioli la presidencia dominaba análisis y pronósticos, pero Mauricio Macri ganó la presidencia en el balotaje. Después de las elecciones de mitad de mandato de 2017 y el triunfo de Cambiemos, Cristina Kirchner no iba a volver, pero volvió en 2019 imponiendo a “dedo” a quien presidiría su fórmula. A mediados de 2023 la disputa presidencial pasaba por Juntos por el Cambio, con las candidaturas de Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta. Ni los análisis ni los pronósticos “probabilísticos” anticiparon que Javier Milei se impondría en las PASO de agosto de 2023 y terminaría ganando la presidencia con el 56% de los votos. ¿Es necesario insistir en que el futuro argentino está abierto y en que el cambio que apoyó una mayoría en la última elección presidencial no necesariamente está asegurado, además de estar expuesto a cisnes negros?
Hay coincidencias de analistas y estrategas políticos en que el próximo turno electoral de octubre es clave para el futuro del cambio. Pero el futuro del cambio para ser exitoso también está supeditado a su consolidación. Y en los escenarios conjeturales de su consolidación crecen las especulaciones y los pronósticos fundados en los números de intención de voto de encuestas (fotografías del presente) sobre la alternativa de consolidar un cambio hegemónico respecto de la alternativa de consolidar un cambio institucional. Hay argumentos a favor de la conformación de una nueva fuerza política que sume liderazgos de otras fuerzas y amalgame una masa crítica con capacidad de llevar adelante las reformas estructurales pendientes y de librar la batalla cultural que arraigue el cambio. Pero el escenario de un cambio hegemónico tiene dos grandes problemas: uno de sucesión, para poder perpetuarse en el tiempo imponiéndose en los subsiguientes turnos electorales; el otro, de fondo, al no innovar en la tradición corporativa institucional de origen fascista convalidada en el golpe de 1930 y en la revolución de 1943.
En los 40 años de democracia que cumplimos en diciembre de 2023, aun con la alternancia republicana en el poder, seguimos luchando contra una cultura que cree que los cambios se imponen por la perpetuación del dominio hegemónico del poder. Si otros lo hicieron y hasta aquí llegaron coaligando intereses que resisten el cambio, ¿por qué no intentarlo para cohesionar nuevos intereses que impongan el cambio? Una repuesta pragmática sería: porque el futuro está abierto y expuesto a demasiados cisnes negros, como lo prueba nuestro devenir histórico político de las últimas cuatro décadas. Pero hay otra razón de fondo: porque el cambio no va a recrear un entorno de confianza que multiplique las transacciones, la inversión productiva, la productividad sistémica y el progreso social inclusivo, mientras propios y extraños no sean conscientes de que la constitución política y la constitución económica de la Argentina conforman un marco institucional consustanciado con un proyecto de largo plazo que asegura previsibilidad frente a la incertidumbre que domina el porvenir. Por eso hay que institucionalizar el cambio.
A no engañarse, el rechazo al cambio aguarda agazapado su oportunidad, ahora camuflado de falso republicanismo y haciendo el guiño a todo colectivo social que se cruce al paso, en especial a los que lucraron del Estado “omnipresente” con déficit e inflación crónica, pobrismo distributivo y capitalismo de amigos. Guiños tácticos de cambio, para que nada cambie.
El 1974, Friedrich Hayek recibió el Premio Nobel de Economía pronunciando un discurso de aceptación que tituló: “La ficción del conocimiento”. Planteó su escepticismo respecto del pronóstico del comportamiento económico, porque una auténtica previsión se hace orgánicamente por medio de un sistema, no por decreto o intervencionismo discrecional. En el análisis de la realidad social siempre faltan muchos fragmentos importantes de información. Solo la sociedad, en su conjunto, puede integrar en su funcionamiento estas múltiples piezas de información. La sociedad como totalidad piensa fuera de lo establecido. Hayek recomienda no sobrestimar la capacidad analítica para entender los cambios que acontecen en el mundo, y la importancia que se le asigna a cada uno de ellos (el “cientifismo”). Traducido y aplicado a nuestra realidad política: no demos por descontado el cambio, arrastramos una secuela de fracasos y reincidencias que nos hundieron en la pobreza y el subdesarrollo, contamos con información parcial de las preferencias sociales por el cambio y enfrentamos un futuro abierto a incertidumbres y posibles cisnes negros. Es necesario institucionalizar el cambio.ß