Las primeras 96 horas
En apenas 96 horas, el presidente Adolfo Rodríguez Saá perdió buena parte del amplio apoyo que pareció darle el justicialismo cuando fue elegido por la Asamblea Legislativa para gobernar al país por tres meses.
La razón no es difícil de descubrir: sus primeros movimientos desde la Presidencia y ciertos gestos de quienes lo secundan permiten inferir que está haciendo las cosas como para quedarse hasta diciembre de 2003.
"Rodríguez Saá se está manejando como si fuese un discípulo de Perón", sostuvo el analista Rosendo Fraga. No le faltan fundamentos: el flamante jefe del Estado recibe a todo el mundo y todos parecen irse del despacho presidencial con el mensaje que querían escuchar. A las empresas endeudadas en dólares, a los bancos y a los inversores les garantiza el mantenimiento de una convertibilidad formal; al sindicalismo le otorga el manejo de la política social y media palabra sobre el reflotamiento del Consejo del Salario Mínimo y Móvil, en tanto que a la izquierda les concede las políticas de derechos humanos. A los sectores medios antiestatistas los trata de esperanzar con la supresión de ministerios y la rebaja de salarios de altos funcionarios y tranquiliza a la burocracia estatal prometiendo que nadie será despedido.
Pero la piedra fundamental de su plan de gobierno es la tercera moneda, el argentino. El mismo instrumento que le permitirá financiar los planes de empleo, que una vez más corren el riesgo de ser meros subsidios encubiertos.
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En la década del 80, el populismo fue financiado con inflación; en la década del 90, con el déficit fiscal y el endeudamiento; en los comienzos del siglo XXI, la nueva alternativa parece ser la tercera moneda, con el agravante de que puede resucitar la inflación de los años 80.
Al margen de la falta de soluciones de fondo a la crisis económica, la amenaza política vuelve a pender sobre el Gobierno. Si Rodríguez Saá no les expresa con claridad a los demás caudillos justicialistas que, a más tardar en abril, se irá de la Casa Rosada, la resistencia interna comenzará a crecer, junto con los problemas en el Congreso.
No será el único flanco de conflicto abierto. Los sectores más pobres -los desocupados y las víctimas del comienzo del fin de la economía informal- empezarán a ver la nueva moneda hacia febrero. Y no hay fecha cierta aún para el fin de las penurias de los castigados ahorristas, hartos de las colas en las entidades bancarias y de comprobar en carne propia que, mientras en cualquier país del mundo el ahorro es consumo diferido, en la Argentina es algo que le van a robar. Aunque dispersas, muchas de las víctimas del corralito ya hablan de un nuevo cacerolazo. El caldo de cultivo del estallido que signó la suerte de De la Rúa no ha desaparecido.