Líderes que engañan: no querer o no poder ver lo que es evidente
La guerra en Ucrania nos recuerda los horrores de la Segunda Guerra Mundial; un poco de historia nos puede clarificar las consecuencias de no confrontar el problema detrás de las demandas Vladimir Putin
La invasión de Rusia a Ucrania nos hace recordar los horrores de la Segunda Guerra Mundial. El intento de los líderes de ese momento para calmar el expansionismo alemán se dio a llamar política de Apaciguamiento que lideró el Primer Ministro Británico, Neville Chamberlain. Frente a las demandas rusas actuales, un poco de historia nos puede clarificar las consecuencias de no confrontar el verdadero problema detrás de las demandas del presidente ruso, Vladimir Putin.
Septiembre 30, 1938. 17.30 horas
El avión de Neville Chamberlain , primer ministro británico, aterrizó en el aeropuerto de Henston, Londres. Cuando Chamberlain apareció al abrirse las puertas del avión que lo traía de Alemania, el estado de júbilo de la gente que lo esperaba era enorme. Todo el país, y el mundo, esperaban noticias de la reunión que Chamberlain había tenido con Adolf Hitler y los líderes de Francia e Italia en Munich. Frente a una multitud dijo “El acuerdo sobre el problema de Checoeslovaquia…es en mi opinión, solamente el preludio donde todos en Europa encontraremos paz”. Luego levantó un papel que sacudió en el aire y leyó una declaración que llevaba la firma del Canciller alemán y la de él mismo. Por el Pacto de Munich, Checoslovaquia entregaría a Alemania los territorios de los Sudetes, los cuales incluían importantes centros industriales y de comunicación, y los alemanes a cambio se comprometían a no atacar al resto del Estado checo y mantener la paz en el futuro.
Tal era el furor por el Pacto de Munich que el mismo rey invitó a Chamberlain a saludar a la multitud que lo esperaba en el Palacio de Buckingham. A las 19.27 horas de ese día, Chamberlain abrió la ventana de su residencia en 10 Downing Street y dijo unas palabras que pasaron a la historia y que lo perseguirían toda su vida: “Mis buenos amigos, esta es la segunda vez en nuestra historia que volvemos de Alemania a Downing Street y traemos paz con honor. Yo creo que es paz para nuestro tiempo. Les agradezco del fondo de mi corazón…y les recomiendo ahora que se vayan a casa a descansar”.
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En noviembre 1937, el Vizconde de Halifax, secretario de relaciones exteriores británico, tuvo una audiencia con Adolf Hitler en Berghof, una residencia de Hitler en los Alpes Bávaros. Halifax había pensado que la reunión había sido un éxito y le escribió al primer ministro Chamberlain diciendo que “Al menos que yo haya sido completamente engañado…Hitler fue sincero cuando me dijo que no quería que hubiera guerra”. Las apariencias engañan y los líderes también.
La política de apaciguamiento, como se dio a conocer la estrategia de contener a Alemania haciéndole concesiones, fue tal vez el mayor error de la política británica del siglo XX. A pesar de las acciones que Hitler iba realizando o las declaraciones que hacía, logró engañar a los líderes europeos que pensaban que el apaciguamiento sería suficiente para satisfacer al insaciable Führer. En una memorable frase de Lord Hugh Cecil, la política de apaciguamiento de Chamberlain era como “rascarle la cabeza a un cocodrilo con la esperanza que ronronee”.
Hitler estaba decido a poner presión a la paz mundial a partir de querer expandir Alemania. El Anschluss, la anexión de Austria a Alemania en marzo 1938, fue la alarma tardía que el mundo recibió sobre la imparable política expansionista del Reich. Churchill, respecto a la anexión austríaca dijo que “la violación de Austria” incrementó significativamente el poderío de la Alemania Nazi, y que no podrá haber ni complacencia ni relajación mientras la “boa constrictor” digiriera a su última víctima. En ese contexto, Churchill sugería una alianza con Francia para defender a Checoeslovaquia. Es que Hitler había puesto su dedo sobre los Sudetes, una región en Checoeslovaquia con predominancia de población germana.
De esta forma, Hitler avanzaba con su idea de Lebensraum o espacio vital, que se convirtió en un principio ideológico del nazismo y proveyó de una justificación para la expansión territorial alemana en Europa Central y del Este. Hitler ponía presión, el mundo estaba nervioso pero el optimismo de Chamberlain de llegar un acuerdo con el Führer no amainaba. Es que Chamberlain creía tener un as en la manga, el Plan Z.
El Plan Z
Chamberlain tuvo una correspondencia fluida con su hermana Ida. En una carta le confesó que su plan era acercarse a Hitler directamente y preguntarle si lo que él quería eran los Sudetes. Si las demandas del Führer fueran razonables, el gobierno británico le pediría a los checos aceptarlas. Sin embargo, Hitler debería asegurar la integridad del resto de Checoeslovaquia. El “Plan Z” como se llamó, era el último recurso que el primer ministro tenía para salvar la paz. Chamberlain era un optimista y estaba preparado para salvar la paz mundial, aunque eso significara poner en riesgo su propio prestigio personal.
El 15 de septiembre 1938, Chamberlain voló por primera vez para encontrarse con el Füher. Llevaba la esperanza de muchos a esa reunión. Para Churchill, un acérrimo oponente a la política de apaciguamiento, dijo que ese viaje era “la cosa más estúpida que se hubiera hecho jamás”.
Chamberlain fue recibido por Hitler en Berchtesgaden, a tres horas en tren de Munich. Hitler quería los Sudetes, pero estaba dispuesto a esperar a que Chamberlain pudiera hablar con sus colegas sobre el tema para seguir la conversación. En una reunión de gabinete, posterior al primer viaje, Chamberlain aseveró que “los objetivos de Herr Hitler son estrictamente limitados” y que “estaba diciendo la verdad” cuando decía que no quería incorporar a los checos al Reich.
Con la entrega de los Sudetes garantizada, Chamberlain volvió a ver a Hitler el 22 de septiembre 1938. Luego de un inicio de conversación tensa, Chamberlain consideró que había “establecido cierta confianza” y que Hitler era “un hombre al que se podía confiar cuando hubiera dado su palabra. Chamberlain le contó a su hermana Ida que, al culminar la visita, Hitler “me dio un doble apretón de manos, solo reservado para sus demostraciones más amigables”
El pacto de Munich que garantizó la entrega de los Sudetes a Alemania, fue un desastre para Checoeslovaquia que perdió 11.000 kilómetros cuadrados de territorio, 3 millones de habitantes, y la gran mayoría de sus recursos naturales: 66% del carbón; 70% de la energía eléctrica y 70% de la producción de hierro y acero dejando al país a merced de una completa dominación alemana .
Durante la noche del 9 y 10 de noviembre 1938, una ola antisemita de violencia y destrucción se desperdigó en Alemania y Austria. Sinagogas quemadas, 7500 negocios judíos destruídos, casas vandalizadas y 30.000 judíos arrestados y llevados a campos de concentración además de cientos de muertos. Era la Noche de los Cristales Rotos (Kristallnacht).
En marzo 1939, Hitler invadió lo que quedaba de Checoeslovaquia. El 15 de marzo entró triunfal a Praga. La política de apaciguamiento estaba muerta. Hitler incumplió su palabra de que los Sudetes eran su único reclamo territorial.
El 1° de septiembre 1939, Alemania invadió Polonia y este último episodio dio lugar al inicio de la Segunda Guerra Mundial. El resto es historia conocida.
Hitler había violado los Acuerdos de Locarno (1925) al remilitalizar la Renania en 1936; anexó Austria, violó el Pacto de Munich, invadió el resto de Checoeslovaquia luego que le habían entregado los Sudetes y, finalmente, y tarde para cualquier acción más que la guerra, invadió Polonia. Hitler engañó a todos y todos se dejaron engañar por Hitler. Los líderes de ese momento fracasaron en percibir la verdadera esencia del nazismo y su líder, Adolf Hitler, un engañador serial.
Tal vez Winston Churchill, una de las mentes más claras de su época, pudo visualizar el futuro que deparaba al mundo. Churchill nunca confió en Hitler y consideraba que el Führer estaba engañando a todos y esperaba su turno para dar un zarpazo. El 5 de octubre de 1938, seis días después del Pacto de Munich, Chamberlain se presentó ante la Cámara para defender el acuerdo. La casi totalidad del Parlamento lo apoyó, pero Churchill tomó la palabra para exponer las que para él serían las consecuencias del pacto y pronosticó los hechos venideros: «Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra, eligió la humillación y nos llevará a la guerra».