
La incertidumbre política ante un ciclo que se termina
En 1915 la corona estaba en el arroyo. Había muerto la mayoría de los grandes dirigentes de principios de siglo, Mitre, Quintana, Roca, Pellegrini, Sáenz Peña. El presidente Victorino de la Plaza tenía la responsabilidad de administrar las elecciones con la nueva ley Sáenz Peña, en la confianza difusa de que sus parciales, el viejo equipo heredero del modelo conservador, estaba en posición de obtener la mayoría electoral. Pero no había propuesta, ni liderazgos claros, ni sueños a compartir. Solo la esperanza de que lo existente se continuara a sí mismo, en alegre mansedumbre.
Enfrente, un Lisandro de la Torre crítico pero minoritario procuraba convocar fuera de su espacio natural de Santa Fe, y solo el mayor y aguerrido radicalismo parecía erguirse con un gran caudal de votos que podrían darle la minoría de la ley. Pero todos los contendientes formaban apenas una escenografía sin cambios de fondo. Hipólito Yrigoyen, el candidato no favorito, ganó por poco margen la elección presidencial y las porciones mayoritarias en Diputados. Y empezó otra época.
En 1945 el gobierno golpista del general Farrell buscaba una salida hacia alguna forma constitucional. En lo precedente estaban dos visiones de la sociedad, incompatibles: el militarismo nacionalista heredero del golpe de 1930 y los partidos democráticos pero indecisos ante la amenaza de una fácil victoria radical. Y para todos estos protagonistas se trataba de cómo hacerse del poder sin discutir un futuro para el país, sino solo las franjas de espacio a disputar.
En ese ambiente de anomia, los políticos que habían gobernado hasta 1943 pensaban en repetir la vieja solución, con una candidatura mañosa del empresario Robustiano Patrón Costas, los radicales apocados por la conducción alvearista se habían quedado sin figuras y el partido militar también había perdido a su campeón. Habían muerto Alvear, el presidente Ortiz, Agustín P. Justo. En ese vacío el coronel Juan Perón encontró otro modo de pensar la política: en lugar de moverse en el eje militarismo-democracia, inventó uno distinto, justicia social-inmovilidad. Y con ese ingenio, obligó a casi todos a realinearse. Pero no era favorito, estaba poco arraigado en el mundillo dirigente y no tenía estructuras partidarias estimables.
En una angustiosa carrera de los números, en que el candidato de la Unión Democrática encabezó los primeros resultados por semanas, Perón terminó ganando las elecciones presidenciales, y los congresales, y las provincias. Y empezó otra época.
En 1982 estábamos exangües. Habíamos padecido una dictadura feroz, una política económica de saqueo especulativo y una derrota militar que ensuciaba nuestra bandera por primera vez en la Historia. Y no se sabía hablar del futuro. Era un país en duelo de vidas, libertades e ilusiones. Habían muerto grandes figuras, Perón, Balbín, y los partidos estaban malheridos después de años de censura, desvalorización y exilio. En ese desierto era difícil pensar en lo por venir, en lo deseable. Las fuerzas viejas proponían arreglos indecentes y estériles, continuidades impensables, como el pacto militar-sindical y la ley de autoamnistía. En la calle se sentía el vacío de poder como un agobio. El peronismo estaba desacreditado, del viejo radicalismo no se sabía su densidad y su fuerza.
Vencido, el gobierno militar abrió el cauce electoral, confiando en sus arreglos de entre bambalinas y las encuestas le dieron promesas de triunfo a un candidato no rupturista. Los que predicaban el cambio hacia la democracia no eran preferidos ni tenían el gran aparato partidario ni el calor del "caballo del comisario". Pero la propuesta de una revolución democrática sostenida por el radicalismo encabezado por Raúl Alfonsín -que no era favorito- ganó las elecciones presidenciales y parlamentarias, suprimiendo el vacío de poder. Y empezó otra época. Hace ya treinta y cinco años.
¡Treinta y cinco años! Para los que habíamos vivido lustros de gobiernos militares y democracias provisorias era un sueño imposible. Y es bueno que les digamos a los más jóvenes que esto que tenemos hoy es una de las grandes tareas históricas del pueblo argentino: vivir treinta y cinco años en democracia, con las libertades públicas afirmadas, sin inseguridad política de las personas, con florecimiento libre de las ideas.
También esta época parece acercarse a su fin. Yrigoyen nos legó la igualdad y la soberanía popular, Perón la justicia social y Alfonsín una democracia fundadora. Y esas construcciones de casi un siglo integran ahora nuestro patrimonio. Pero volvemos a sentir un cierto vacío de poder. Hoy los análisis políticos son dubitativos, las grandes figuras han concluido su ciclo o sus vidas, nadie discute los asuntos del futuro. Parece que el presente nos tiene tan ocupados que no levantamos la mirada. Y si disentimos es sobre interpretaciones del pasado cercano, buscando las identificaciones en banderas que ya cumplieron su ciclo o se amañan para enceguecernos.
¿Se parece este vacío a alguno de los que hemos ya vivido? ¿Y tendría por eso mismo un resultado comparable? Se trata del mismo molde: ausencia de futuro, mediocridad de los protagonistas, pobreza de las ideas, acidez vacía del debate. Y también insultos, descalificaciones, invento de "grieta". Pero la apariencia es incompleta, pues por la natural dinámica de la Historia son otros los ingredientes. No podemos esperar desarrollos parecidos. Pero sí observar que ese vacío ha de llenarse, forzosamente, porque la vida pública no se consuela del vacío. El sentimiento de anomia, de incertidumbre y de cierta angustia por lo público que hoy es colectivo, la sensación de que discutimos lo no importante, el rechazo emocional a ciertas figuras, y el reclamo de formas republicanas respetadas y de una memoria histórica veraz, están resintiendo la confianza pública.
Y se acerca uno de los turnos decisivos de la vida política, una elección presidencial y de legisladores y gobernadores de la mayoría de las provincias. ¿Está esa elección en posibilidad de resolver el vacío de poder? Nos lo podemos preguntar ahora, cuando falta menos de un año. Y nos quedamos pensando si toda la riqueza de las opciones es entre un modelo pasado lleno de corrupción y un modelo presente envenenado por la usura. ¿O acaso el presidente Macri, en el año de mandato que empieza, pueda levantarse sobre el polvo de las noticias policiales y los entresijos de las maniobras financieras, y hablarle al país de un futuro?
Pero también podría suceder que el vacío político se llene con premura en el lapso que queda hasta las elecciones de este año, con novedades que imiten el dinamismo que acompañó a las candidaturas de Perón en 1946 y de Alfonsín en 1983. No hay que descartarlo, es nuestra historia.
Economista e historiador