Los desafíos del deporte frente a los rasgos sexuales atípicos
La controversia en torno a la boxeadora Imane Khelif obliga a pensar nuevas alternativas sin caer en simplificaciones
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En estos días generó mucha controversia la participación en las olimpíadas de la argelina Imane Khelif, una boxeadora que algunos consideran “un hombre que se declara mujer”. Pero Imane Khelif no es una persona trans ni “un hombre que se declara mujer”. Es una mujer intersexual: tiene cromosomas XY y altos niveles de testosterona, que la llevarían a tener una ventaja sobre su contrincante. Algunas personas piensan que, si una persona tiene cromosomas XY, entonces es hombre, pero este reduccionismo es cuestionable, porque las categorías de sexo no incluyen sólo los genes, sino también los rasgos anatómicos, los niveles hormonales, la experiencia personal, y el estatus legal.
El enfrentamiento de Khelif con la italiana Angela Carini en las olimpíadas de París duró 46 segundos. Solo con dos derechazos, Carini, que hace rato forma parte de una campaña para que Khelif no pueda boxear en campeonatos internacionales, decidió retirarse al considerar que su salud estaba en peligro. El seleccionador español de boxeo Rafa Lozano había declarado que Khelif hacía daño a cualquier mujer que se enfrentara con ella en el ring. Por otra parte, no siempre Khelif resultó vencedora. En las olimpíadas del 2020 perdió y salió quinta.
Hubo otra deportista intersexual, la atleta sudafricana Caster Semenya, que fue campeona en los juegos olímpicos de Londres, en el 2012, y en los de Río de Janeiro, en el 2016. Pero luego el Comité Olímpico Internacional dictaminó que, si quería seguir compitiendo en la categoría femenina, tenía que medicarse para reducir sus niveles de testosterona. Semenya recorrió diversos tribunales, y aún sigue apelando la medida, pero no volvió a competir.
En las olimpíadas de Tokio 2020 por primera vez participó una mujer transexual, Laurel Hubbard. Esto obligó a las federaciones internacionales a crear normas específicas sobre la diversidad sexual. Organizaciones como la Federación Internacional de Boxeo declararon que las personas trans, y por la misma norma, las personas intersexuales, no pueden competir.
¿Por qué entonces la intersexual Imane Khelif participó de las olimpíadas 2024? Por un lado, porque, en virtud de sus irregularidades, la Federación Olímpica Internacional de Boxeo está suspendida del Comité Olímpico Internacional. Por el otro, porque este comité ahora tiene un enfoque distinto sobre las deportistas trans e intersexuales: considera que se debe estudiar caso por caso.
El problema acá es cómo las normas deportivas deben manejar el hecho biológico de que existen personas intersexuales con rasgos sexuales atípicos, y el hecho biológico de que los rasgos tienen una distribución desigual que otorga ventajas o desventajas deportivas a ciertas poblaciones o individuos. La distribución desigual de rasgos no solo ocurre cuando comparamos valores promedio de ambos sexos, sino también cuando comparamos valores promedio de distintos grupos étnicos. Por ejemplo, los keniatas y etíopes tienen características musculares que contribuyen a un mejor rendimiento en carreras de larga distancia, en comparación con otras poblaciones.
Si el tema generó tanta polémica, es porque no se divulga buena información sobre las personas transgénero e intersexuales, o directamente se la ignora. Son muchos los estudios científicos que muestran que en promedio la configuración cerebral de las personas transgénero se acerca más a la del sexo con el que se identifican que a su sexo genital. Por ejemplo, los de Uribe y colegas y Kurth y colegas, ambos del 2022, y el de Kiyar y colegas, del 2020.
Entre quienes ignoran estos estudios, están quienes suponen que la identidad transgénero es una moda ideológica vinculada al feminismo por la cual caprichosamente algunas personas se hacen pasar por el sexo opuesto, y destacan casos aislados de personas arrepentidas por haberse hormonado u operado para transicionar, cuando la evidencia científica no indica eso, sino que muchos mejoran su calidad de vida (revisión de Baker y otros, 2021), aunque estos estudios fueron realizados con poblaciones reducidas, y otros, como el de Leerdam y colegas, del 2023, brindan evidencias mixtas.
La sexualidad no se expresa solo en los genitales sino en características secundarias como la distribución de la grasa, la masa muscular, los niveles hormonales, y el crecimiento del vello corporal y facial, entre otras, y a nivel psicológico, en promedio también hay diferencias importantes que influyen en el carácter y en las elecciones de hombres y mujeres, que interactúan con cada contexto cultural.
Estos estudios sobre el cerebro también son ignorados o rechazados tanto por el feminismo transexcluyente (TERF) como por las feministas queer, que cultivan un reduccionismo sociológico por el que niegan toda influencia de la biología en la identidad de género.
También están quienes se oponen a la hormonación en “niños”, pero llaman así a personas que tienen hasta dieciocho años. Antes de la pubertad, no se utilizan bloqueadores hormonales. Muchos prefieren hacerlo en la pubertad para impedir que aparezcan caracteres secundarios como la barba o las mamas, típicos del sexo con el que la persona no se identifica.
Parece tan injusto autorizar enfrentamientos de deportistas con parámetros muy desiguales para determinados deportes, incluyendo a las personas trans y a las intersexuales, como impedirles por completo participar de las competencias internacionales. Entonces, ¿cuál sería la solución? Plantear categorías deportivas que sean adecuadas para satisfacer nuestros ideales de justicia en cada deporte, y no meter en la misma bolsa los problemas que surgen en ámbitos diferentes y que requieren distintas estrategias de solución.
(*) Roxana Kreimer es Licenciada en Filosofía y Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires