Los dilemas de la representación parlamentaria
Si en la elección de 2011 hubiéramos votado bajo un sistema de circunscripciones uninominales, seguramente el kirchnerismo habría alcanzado los dos tercios en la Cámara de Diputados. No hace falta mucha imaginación para saber qué hubiera sucedido a continuación.
Por esa razón resulta extraño que, en el contexto abierto por una eventual reforma política, algunas voces se alcen en favor de la implantación de este sistema para reemplazar el de representación proporcional. Se sostiene que elegir un único representante, con la consiguiente eliminación de la llamada lista sábana, tendría varias ventajas: permitir que los votantes conocieran mejor a sus representantes, evitar el clientelismo y romper la lógica del voto en bloque en el Congreso. Además, sus bondades estarían más que probadas por su utilización en los Estados Unidos.
No es necesario irnos tan lejos para reflexionar sobre los problemas que podría provocar un sistema tan polémico. En la legislación argentina se introdujo en dos ocasiones y fue utilizado en tres elecciones: la de 1904 y las de 1951/1954; en ambos casos se dio rápidamente marcha atrás por los desaguisados provocados.
Una de sus supuestas virtudes sería acercar al votante con su representante. Sin embargo, en las modernas sociedades de masas esto es apenas una ilusión. En las ciudades, nadie conoce a sus vecinos sólo por serlo; el conocimiento entre las personas tiene mucho más que ver con los medios de comunicación, las redes sociales y las formas de sociabilidad, que rara vez son de dimensión local, antes que con la vecinal interacción cara a cara.
En las zonas rurales el problema es otro: con una densidad de población mucho menor, las circunscripciones deben ser tan grandes que tampoco existe ninguna garantía de un conocimiento directo. Por dar un ejemplo, en 2015 la provincia de Córdoba eligió 12 diputados nacionales. Con un sistema de circunscripciones, la ciudad capital elegiría aproximadamente la mitad de ellos, y luego todo el resto de la provincia se dividiría en seis circunscripciones. Es difícil creer que en cada una de ellas las personas pudieran relacionarse cara a cara. El conocimiento directo es un asunto más propio de la política del siglo XIX, e incluso en ese caso, más bien de sociedades como Gran Bretaña o los Estados Unidos, que tienen una densidad de población incomparable con la de la Argentina.
Menos claro resulta entender por qué este sistema evitaría el clientelismo: se trata de prácticas que no tienen su origen en un determinado sistema electoral, sino en situaciones sociales y de poder, que además, por lo general, operan en los niveles locales, justamente los que se privilegiarían con la circunscripción. En 1904, por ejemplo, el sistema de circunscripción provocó la escandalosa multiplicación de la compra de votos. Tampoco es claro por qué este sistema eliminaría las votaciones parlamentarias en bloque, ya que esta práctica tiene más que ver con la existencia de partidos políticos que con el modo de elegir los legisladores. Sin dudas, no tiene ese efecto en los Estados Unidos.
Finalmente, el sistema de circunscripción encierra un enorme peligro, que pudo advertirse en ocasión de las elecciones de 1951 y 1954. Al no asentarse en ningún principio de repartición proporcional de los cargos -cada circunscripción se gana aunque sea por un voto de diferencia-, si un partido obtuviera una mayoría electoral importante, como sucedió en 2011, ese resultado podría producir un Congreso en el que la mayoría dominara la casi totalidad de las cámaras. En 1951, el peronismo, con el 62% de los votos, obtuvo 150 bancas de diputados, mientras que la UCR, con el 33%, apenas si logró 14, y podría haber obtenido sólo 5, de no haberle atribuido la ley 10 bancas adicionales a la minoría, en cuatro provincias y la Capital. Un verdadero despropósito y una injusticia que sólo pueden alentar conductas hegemónicas y derivas totalitarias.
Historiador, coautor de Historia de las elecciones en la Argentina
Luciano de Privitellio