
Más centros, menos marginalidad
Olga Fernández Latour de Botas Para LA NACION
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Magistrales trabajos publicados en estas mismas páginas con motivo del bicentenario del nacimiento de Domingo Faustino Sarmiento dejan en claro, con datos y argumentos eruditos, lo que es percepción actual de la mayor parte de los argentinos: estamos en deuda con los propósitos de nuestros mayores y el peso de esa deuda cae sobre los sectores más desprotegidos de la sociedad.
Acaso lo más valioso que puede hacerse en procura de honrar al insigne Maestro es intentar comprenderlo en su contexto histórico y, en cuanto a la aplicación de sus lecciones a la deuda social de nuestros días, nada mejor para ello, aunque parezca paradójico, que recurrir, instalando un diálogo virtual acaso no entablado nunca verbalmente, a los testimonios de ideas coincidentes con las suyas dejados por sus antagonistas coetáneos. Dos de los más significativos son, en este sentido, el legado de José Hernández en la "Interesante memoria sobre el camino tras-andino", pieza epilogal de la primera edición de El gaucho Martín Fierro (Buenos Aires,1872) y el de Juan Bautista Alberdi cuando, en el capítulo XXI de Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina (París, 1879), afirma: "En América gobernar es poblar".
Gobernar es poblar, el axioma de Alberdi, resumió una visión sociopolítica propia de la Argentina del siglo XIX compartida por los prohombres de su tiempo. Pero ¿qué es poblar hoy? ¿Qué es poblar hoy en una nación con escaso analfabetismo, pero con inmensas carencias evidentes: plagas endémicas, desnutrición, desorganización familiar, falta de contención social y tantas otras lacras que la mera alfabetización no pudo erradicar? Ya no se trata, evidentemente, de pensar en traer rubias familias europeas necesitadas de apoyo: bastantes de nuestros nativos están mostrando diariamente que no se benefician con los derechos ni pueden cumplir con los deberes de auténticos pobladores de la Argentina. Poblar era, en 1879, lograr el acceso de cada familia a cierto supuesto mínimo de planificación social, lo que se resumía, según José Hernández le hizo decir a su gaucho Martín Fierro (Canto XXXIII de La Vuelta... , de 1879), en que "debe el gaucho tener casa, / escuela, iglesia y derechos". Hoy, como entonces, deben las personas tener básicamente eso y para tenerlo deben vivir -poner su casa- bajo el amparo de un diseño poblacional que reúna aquellas entidades indispensables: la que proporciona la educación, la que conforta el espíritu por la fe y la que codifica y administra la Justicia.
La unidad social básica ha sido y es la familia y por ello poblar no es construir barrios marginales de ocupación circunstancial, o fomentar la instalación precaria de villas de emergencia, o disimular la mendicidad de personas "sin techo" bajo la apariencia de actividades superfluas y nocivas. Poblar es crear instalaciones humanas con voluntad y posibilidad de permanencia, fundar aldeas orgullosas de su identidad, inventar nuevos "pagos" o "querencias" para la gente que ha perdido los de sus ancestros y que tiene derecho a recuperar una vida plena. El pueblo -el poblado- que necesitamos es aquel que, recuperando una milenaria estructura virtuosa cultivada en América precolombina y en el resto del mundo, se construya mirando hacia su mismo centro, orientado hacia su propia plaza entendida como el espacio aceptado para la sociabilidad, para la solidaridad endógena y exógena, para la comunicación, para la fiesta y para el duelo compartidos por quienes se sientan integrantes legítimos de una verdadera comunidad donde el concepto de marginalidad desaparece.
Llegar a eso supone una secuencia de auténticos compromisos contraídos entre personas responsables del funcionamiento de cada eslabón en la cadena de logros que cerrará con buen éxito las distintas etapas de realización. Un plan de poblamiento productivo como el que aquí mínimamente se bosqueja deberá estar sustentado por acciones concretas del Estado-inmediato, entendido como la delegación regional del Estado-nación.
La regionalización auténtica -no voluntarista, sino basada en datos concretos que incluirán desde el sentido histórico y simbólico de pertenencia de los pobladores hasta el equilibrio entre las posibilidades de mayor o menor desarrollo productivo del ambiente natural- será condición necesaria para poder llevar a cabo un plan como el que someramente hemos descripto.
La educación constituirá, en todo este proceso, su máxima, su irreemplazable herramienta. Y por eso, tomando de una experiencia muchas veces repetida en el aula según la cual la constitución de equipos de alumnos con capacidades diversas otorga a todos sus integrantes una identidad compartida y mejora el rendimiento general, hemos pensado que su fórmula, aplicada al urbanismo, sería positiva: "Marginalidad cero = multiplicación de los centros".
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