Milei, en una carrera contra el desgaste
El mercado celebra el arrojo del Presidente para tomar decisiones y, después de mucho tiempo, no descarta la viabilidad de un programa consistente; pero hay puntos débiles en la administración
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El gobierno de Milei parece estar marchando a dos velocidades distintas según la ocasión y el tema. La más rápida, el modo en que el Presidente inició el ajuste, le permitió hasta el momento dar un golpe de efecto principalmente en el mercado, que celebra el arrojo del líder libertario para tomar decisiones y, después de mucho tiempo, no descarta la viabilidad de un programa consistente en la Argentina. No es poco. Hay muchos empresarios entusiasmados con el rumbo del Gobierno. El Banco Santander, por ejemplo, traerá el 4 y el 5 del mes próximo a representantes de holdings como Allianz, Gramercy, Wamco, T Rowe Price y Pharo, muy interesados en reunirse con autoridades, inversores y legisladores locales, y algo parecido prepara el VR Capital Group.
Pero hay otra marcha, menos visible, que emerge hasta ahora como el punto débil de la administración, y es aquella que transcurre en rincones del Estado que funcionan todavía lejos de la mirada de Milei. Es una deficiencia que se entiende desde la génesis de un gobierno sin estructura, que llegó llenando listas con operadores del peronismo y que ganó las elecciones gracias al apoyo de Pro, pero que resulta también lo más incierto del proyecto Milei y lleva a los inversores a preguntarse si realmente el plan podrá tener éxito.
El contraste empezó a verse esta semana, mientras bajaba el riesgo país a niveles de abril de 2022 y despuntaban, al mismo tiempo, conflictos gremiales con los trabajadores ferroviarios, la salud y docentes. A veces parece que Casa Rosada y el sector sindical o de las organizaciones sociales hablan idiomas distintos, razonan según lógicas completamente opuestas y, peor, ni siquiera llegan uno a entender el objetivo del otro.
Son dos Argentinas que caminan en sentidos y ritmos diferentes. Hay que oír los argumentos de unos y otros. Gerardo Martínez, líder de la Uocra, alcanzó a planteárselo el jueves a Gita Gopinath, enviada del FMI, con una metáfora que obligó al traductor a esmerarse. “Nosotros necesitamos diálogo con el Gobierno, no que nos lleve a los chancletazos”, le dijo. Y eso que Martínez es todavía uno de los más propensos a conversar. En diciembre, no bien asumió Milei, tuvo una buena charla con Guillermo Francos sobre la reforma laboral que sería incluida en el decreto que finalmente frenó la Justicia. Llegaron incluso a acordar la parte de las multas, pero ese borrador inicial no prosperó, y el propio ministro del Interior lo admitió ante los sindicalistas días después: “Se impuso la postura de Sturzenegger”, les dijo. Difícil conciliar algo. La naturaleza y la velocidad de las decisiones han conformado hasta ahora el método Milei. Y aquel desencuentro con la CGT, que fue el primero, desencadenó tensiones que terminaron en el paro más temprano que la central le hizo a un presidente.
Todavía llama la atención el modo en que funcionarios y dirigentes gremiales interpretan aquella primera protesta: los sindicalistas están convencidos de que les sumó adhesiones e incluso los fortaleció, y el Gobierno, de que fue el mejor modo de mostrar rápidamente por qué fracasa la Argentina. Interpretaciones parecidas a las que se hicieron después de la caída de la ley ómnibus o cada vez que Luis D’Elía recorre, al son de “Se viene el estallido”, de La Bersuit, las calles de San Justo.
Como si todavía hubiera que dirimir quién es el responsable de la tragedia argentina. Volvió a pasar el miércoles con el paro de trenes. Omar Maturano, líder de La Fraternidad, se venía quejando internamente de que la Secretaría de Transporte no le prestaba atención con los salarios, y anunció la medida con una anticipación infrecuente, esperando que se dictara la conciliación obligatoria. Pero en la Secretaría de Transporte se rehusaron. “Quisieron hacernos pisar el palito”, razonaron después en la Secretaría de Trabajo, que conduce Omar Yassin, donde suponían que no debían gastar ese recurso porque, seguramente, en marzo, en situaciones más complicadas y temporada escolar, Maturano insistirá con otra protesta.
El problema es que no son discusiones teóricas. Incluyen, además de criterios corporativos propios, un sinfín de dificultades que afectan directamente a todos, incluso a quienes votaron a Milei. El sector ferroviario, por ejemplo, inquieta no solo por la crisis que atraviesa, sino por la cantidad de pasajeros que afecta: 400 millones de personas por año. Es decir, casi diez Argentinas a las que la interrupción de un recorrido puede arruinarles el día.
La incógnita es si el Gobierno está en condiciones de resolverlo. No hay solución sin tarifa: los trenes argentinos tienen por primera vez en muchos años el boleto mucho más barato que el del colectivo en el área metropolitana, y no alcanzaría ni triplicando el valor. Para no necesitar subsidio, el pasaje debería estar entre 1000 y 1200 pesos, diez veces más caro que hoy. El usuario tiene ya en la cabeza desde los tiempos de Duhalde que viajar no cuesta casi nada, y acepta entonces condiciones de servicio proporcionales a ese precio. Así sale todo. La línea San Martín, la más deteriorada, tiene hoy disponibles solo 14 de 24 formaciones. De ahí a saltar el molinete hay un paso.
Los trenes han dejado además de ser un negocio atractivo desde el corazón de su actividad, que es transportar pasajeros. Proliferan, en cambio, intereses periféricos a la cuestión, como las ferias comerciales en los andenes. Ya hay varios empresarios esperando unas 280 licitaciones que quedaron pendientes del año pasado. ¿O pretende Milei devolverle interés al núcleo del servicio, por ejemplo, privatizándolo? ¿Habrá interesados? ¿A qué tarifa? Dependerá en parte del éxito macroeconómico. Hasta ahora, pese al cambio de administración, el Gobierno ha decidido continuar casi con el mismo directorio, la mayoría de los cuales se identifica o viene de las filas del Frente Renovador. El ferroviario sigue siendo el mundo de Massa. Luis Adrián Luque, exconcejal por el partido 1País en San Miguel, logró un buen vínculo con Santiago Caputo y finalmente quedó como presidente de la compañía. Lo apuntalan varios que estaban el año pasado, aunque no siempre con cargo en el organigrama. José María Paesani, por ejemplo, cercano a Massa desde los tiempos de la Anses y la Jefatura de Gabinete, que fue además secretario de Servicios Públicos en Tigre. Otro cercano a ese universo, Diego Damián Rymar, quedó como jefe de Gabinete de la compañía. Es entendible que tanta continuidad envalentone también a emprendedores de buenos vínculos que, desde hace tiempo, miran con ansiedad la comercialización de locales adyacentes. Un elenco en el que sobresale Fabián Carballo, concesionario del Mercado Concentrador de José C. Paz y excandidato a intendente de ese distrito, que suele entrar y salir de las oficinas de la empresa, en Retiro, casi como si tuviera despacho.
Estas afinidades con Massa se replican en otras empresas estatales, como AySA, y provocan un silencioso malestar en uno de los principales aliados de Milei, Mauricio Macri. “¿Cómo puede ser?”, lo oyeron varias veces al expresidente quejarse desde Villa La Angostura, durante el verano. Justo en momentos en que el Gobierno y Pro intentan confeccionar una alianza legislativa que permita continuar con la otra parte del programa, la de las reformas de largo plazo. ¿Quién duda, por ejemplo, de que para resolver la crisis previsional será necesario ampliar la base de aportantes al sistema? ¿Puede conseguirse eso, se preguntan en La Libertad Avanza, sin la legislación laboral que frenó la Justicia? ¿Tiene el Gobierno los votos para reflotarla en el Congreso o deberá antes recomponer la relación con diputados que quedaron molestos luego de la caída de la ley? En el macrismo miran al bloque que conduce Pichetto, donde hay quienes admiten estar de acuerdo con proyectos que, de todos modos, rechazarán porque quedaron resentidos. La casta está ofendida. La estrategia de Milei, que repite en el Congreso Santiago Caputo, será volver a exponer a quienes frenen la transformación.
Será una discusión válida siempre y cuando existan posibilidades de que los proyectos sean aprobados. Y para eso no hay tanto tiempo. La oposición, principalmente los movimientos sociales y el kirchnerismo, esperan el momento en que el hartazgo social debilite al Presidente. Es una puja por el desgaste. “El primer paro de clases te quejás de Baradel, pero al quinto día te enojás con el Gobierno”, dice un dirigente peronista. Milei corre esa carrera contra el tiempo. Su apuro es antes que nada una necesidad.