No compres eso
Pregúntenle a un niño qué quiere ser cuando sea grande. No dirá futbolista ni astronauta, esas antiguallas: va a respondernos “quiero ser influencer”. Son tiempos muy narcisistas, y los niños –y los no tan niños– sueñan con triunfar en las redes sociales, ser escuchados, aplaudidos y recompensados por explicarles a los demás qué hacer con sus vidas.
Pero todo poder genera su contrapoder y en TikTok acaba de aparecer la especie de los desinfluencers: sujetos que explican cuáles productos están “sobrevalorados” y cuáles no deben consumirse. Este juego no vale la pena. Esta crema para la piel no produce ningún cambio. En pijama, despeinados, con sus cámaras baratas y sin filtros, los desinfluencers son los evangelistas del “eso no vale la pena” (que es, también, tratar de influir).
Mientras tanto, seremos desinfluencers de los desinfluencers y tararearemos junto a Charly García –el influencer de nuestra alma– este largo mantra: no puedes ser feliz con tanta gente hablando, hablando a tu alrededor.
Algo más...
La “desinfluencia” llega en un contexto mundial de recesión y reducción de gastos. Y es una reacción de desencanto hacia TikTok, que de ser el canal del pueblo pasó a convertirse en un mercado digital y en una infinita tanda publicitaria. ¿Cuánto puede durar esta “espontaneidad”? ¿Qué viene después?
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