No descuidemos nuestra Antártida
El 14 de diciembre se cumplieron 101 años de la llegada del hombre al Polo Sur, proeza que fue llevada a cabo por una expedición al mando del noruego Roald Amudsen y financiada en su totalidad con capitales argentinos. El anuncio internacional del extraordinario logro se hizo en el Teatro Odeón de Buenos Aires.
Esta conmemoración nos ennoblece, al igual que nuestra presencia ininterrumpida en la Antártida desde 1904, cuando en las Orcadas del Sur se izó nuestra Bandera en la primera base permanente del mundo. Nos cabe el honor de ser reconocidos como pioneros de la investigación científica en esa Terra Australis Incognita.
El sector antártico argentino tiene una superficie de 1.461.597 km2 entre tierra firme y archipiélago, e incluye uno de los accidentes más peculiares del continente blanco: la península. En esos confines, la Argentina tiene asentadas seis bases permanentes, entre las cuales, la Belgrano II es la tercera más cercana al Polo Sur a nivel mundial. Las tareas que allí se realizan hacen a la grandeza silenciosa de esta Argentina invisible de la que hablaba Eduardo Mallea, y responden fielmente a los fines suscriptos por los Estados firmantes del Tratado Antártico de 1961, y al Protocolo de Madrid agregado en 1991: investigación científica, protección del medio ambiente, cooperación y paz.
Con el Tratado Antártico, los reclamos y las reivindicaciones territoriales quedaron congelados en el statu quo anterior a su firma, razón por la cual, la Argentina continúa ejerciendo su soberanía a pesar de los constantes reclamos de Gran Bretaña sobre todo su territorio. Los litigios con Chile, en cambio, no sólo han quedado congelados, sino que la creciente cooperación entre ambos países se encamina claramente hacia la soberanía compartida.
En lo que a ciencia se refiere, el Instituto Antártico Argentino desarrolla estudios estratosféricos, sismológicos y biológicos de importancia mundial. Cabe destacar el Proyecto Genoma Blanco, en el marco del cual se identificó una bacteria que tiene la propiedad de reparar suelos contaminados con combustibles derivados del petróleo, pues se alimenta de hidrocarburos. Nuestros científicos lograron realizar el mapeo de esta nueva especie bacteriana denominada Bizionia argentinensis.
El hecho es que la reivindicación de la soberanía argentina se fundamenta y se afianza en su presencia centenaria y constante, y en su impecable labor. Pero sucede que, por primera vez, esa tenacidad histórica parece correr riesgo de ser quebrada.
Desde el incendio del rompehielos Almirante Irízar en 2007, la tarea de transporte del personal y de abastecimiento de las bases fue asumida por un rompehielos ruso apto para navegar en aguas glaciares. El Ministerio de Defensa es el ámbito donde se tramitan las licitaciones públicas internacionales para la contratación de los buques que posibiliten esas misiones. Este año, el Servicio Logístico para la Defensa decidió innovar y otorgar el contrato a un buque holandés que ha sido reiteradamente impugnado por no cumplimentar la clasificación que estipula la organización marítima internacional para navegar en aguas australes por debajo del paralelo 60. Entre el cambio intempestivo y la interposición de impugnaciones han pasado 65 días, y no hay novedades. El tiempo óptimo para el acceso al continente antártico se agota, y peligra el cumplimiento de la campaña antártica 2012
2013. La consecuencia inmediata: la interrupción de los estudios científicos. Las probabilidades subsiguientes: la evacuación de las bases y su ulterior cierre.
Se suma a este hecho un absurdo aún mayor. A falta de buques, el Ministerio de Defensa prevé arrojar desde aviones ya no sólo alimentos y medicamentos, sino también el combustible requerido por las bases. Con maniobras de esta índole, el riesgo de derrame de miles de litros de hidrocarburos es, más que posible, altamente probable. Quienes sabemos de la fragilidad de ese continente precioso no podemos menos que escandalizarnos y, una vez superada la estupefacción, con la tímida esperanza de que no sea demasiado tarde y de que todavía no se haya rubricado semejante desatino, exigir al Ministerio de Defensa la pronta resolución que ponga al mar al buque apto para transportar a las dotaciones entrantes y salientes, y asegurar el aprovisionamiento de nuestras bases de manera segura y sustentable.
Es oportuno recordar que el Tratado Antártico congela los reclamos y las reivindicaciones de soberanía anteriores a su firma, pero que el afianzamiento de los derechos depende de la responsabilidad de las naciones. Los países firmantes realizan inspecciones periódicas, y el Reino Unido es uno de los más interesados fiscalizadores. Las sanciones merecidas pueden llevar a la pérdida de la soberanía. Se trata de un continente santuario. Codiciado, además.
Mientras los ambientalistas tiemblan y los científicos temen la posible frustración de investigaciones desarrolladas durante años, nosotros bailamos en Tecnópolis al compás de Fuerza Bruta. Tan distraídos estamos en lo trivial, tan ocupados en la beligerancia y tan sumergidos en la mediocridad de un presente que no logra superar el pasado, que no advertimos que estamos por clausurar el futuro: la Antártida.
© LA NACION