Palermo vive (II y fin)
Ningún barrio entrecruzado por cada vez más idiomas, culturas y turistas en sus calles puede estar muerto. Sí, aunque dos vecinos del Soho porteño desarrollaran ayer en esta misma columna la teoría de que Palermo está muerto. ¿Muerto?
Boutade y poco más. Palermo es más Palermo que nunca porque aprendió a transformarse. Es un barrio caro, sí, como tantos en la ciudad, como el país en general, pero por algo tantos porteños aspiran a vivir allí, por algo los turistas tienen grabados en sus teléfonos ese nombre que remite a Sicilia, pero es, en realidad, una de las más claras manifestaciones del ser porteño.
En Palermo hay teatro para ciegos y choripanes con variedades que hace un par de años jamás nos hubiéramos atrevido a imaginar. En Palermo se concentra buena parte del talento y de la fuerza emprendedora de la diáspora venezolana y de los jóvenes colombianos que eligen nuestro país para estudiar. En Palermo, al fin, hay calles empedradas que conviven con árboles de alturas imposibles, restaurantes escondidos, clubes secretos, bicicletas de todos los colores, clases de las disciplinas más impensables.
Un barrio único. Tanto que un día Buenos Aires podría cambiar de nombre. ¿Capital de la Argentina? Palermo.