Panorámica. Victoria Ocampo y un legado más allá de las palabras

“Nunca he leído algo que se asemeje a esas voces de los troncos, ramas y hojas que acompañaron mi infancia con insistencia inolvidable”, escribió Victoria Ocampo en “Los bosques”, uno de los textos recopilados en La viajera y sus sombras (FCE).

De lo que allí habla es de sus impresiones al recorrer algunos parques y zonas agrestes estadounidenses, y del eco imborrable de la crianza vivida “en una quinta de San Isidro”.

Para cualquiera que visite la actual Villa Ocampo, el amor que su antigua habitante sentía por jardines, árboles y naturaleza resulta tan evidente como la devoción por todo aquello que involucrase la palabra escrita.

Los objetos aquí retratados, parte de lo que se puede observar al interior de Villa Ocampo, integraban el universo de su autora tanto como las magníficas extensiones de verde que rodean la casa-museo. Ocampo fue pionera en muchas cosas, pero también fue expresión de un modo de concebir la vida cultural donde estética y naturaleza, erudición y detalle eran elementos en cierto modo inseparables.

El próximo 7 de abril se celebrará el 133 aniversario de la fundadora de la revista Sur. Como Virginia Woolf, ella también lamentaba –pese a la crianza aristocrática, las institutrices francesas, los viajes y el roce cultural– no haber podido acceder a las instancias educativas que en su juventud aún estaban vedadas a las mujeres.

Vivienda permanente de Victoria entre 1941 y 1979, cedida por ella misma a la Unesco en 1973 y declarada Monumento Histórico Nacional en 1997, Villa Ocampo mantiene algo más que los ecos de un tiempo que ya pasó.

Están allí las huellas de una persona que decidió no solo aprovechar la cuna que le tocó en suerte, sino también realizar una minuciosa construcción de sí misma, alentar la palabra propia y la de los otros, cultivar la curiosidad e insistir, desde su particularidad, en dejar un legado que la sobreviviera.

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