
¿Para qué sirve el francés?
Por Alicia Dujovne Ortiz (para La Nación )
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Había una vez hace mucho, mucho tiempo, en una comarca lejana caracterizada por su humedad, una ciudad francesa llamada Buenos Aires. Esa ciudad tenía una hermosa biblioteca dirigida por un hombre sabio y bondadoso, francés, llamado Paul Groussac, y un escritor llamado Borges que decía haber sido inventado por otro escritor también francés llamado Roger Caillois. En esa ciudad, las señoras finas hablaban francés y las otras, llamadas Mamuasel Yvonne o Margot, también. Pero después vino un gigante, también llamado Gran País del Norte, que trajo su lengua puesta (en francés se diría "que tenía la lengua bien colgada" o "que no tenía la lengua en el bolsillo", expresiones que aluden a la virtud de hablar sin timidez), y desde entonces en Buenos Aires, "chamullar" francés tiene que ver con la nostalgia, lo mismo que en un tango.
Espejismos de la nostalgia
Estas no fueron las conclusiones a las que se llegó hace unos días en el Museo Mitre durante una mesa redonda sobre la enseñanza del francés en la Argentina. Algo de eso hubo, y hasta mucho, pero la conclusión final anuló el sentimiento nostálgico. Yannick Rascou‘t, agregado de cooperación lingüística y educativa de la embajada de Francia, describió un panorama pasado pero, sobre todo, presente y futuro. Un panorama activo. Por ejemplo, a partir de septiembre se dictarán clases de francés por televisión. Pero además de enumerar una larga serie de medidas positivas, desde un seminario sobre la violencia hasta la difusión de la música francesa, Monsieur Rascou‘t hizo una reflexión sociológicamente acertada: "El pasado parece más maravilloso de lo que fue. En realidad, hacia los años 20, sólo la elite argentina hablaba francés, mientras que ahora la gente que lo habla pertenece a otros sectores".
El director de la Alianza Francesa, Serge Fohr, pronunció una frase menos optimista: "El espejo del francés en el que se miraba la Argentina se ha vuelto un espejismo". Pero si el interés por la lengua ha disminuido, la cultura francesa sigue atrayendo, de modo que la ya centenaria Alianza de la Argentina, la más importante del mundo, con una filial independiente en cada capital de provincia, ha tenido que adaptarse a los tiempos y se ha convertido en un centro cultural, una verdadera Casa de Francia. Monsieur Fohr terminó formulando una pregunta inquietante: "¿Para que sirve el francés en el mundo de hoy?"
Literatos y financistas
Las respuestas de Christian Puyo, del Colegio Franco-Argentino de San Isidro, y sobre todo de Daniel Fédou, director del Liceo Franco-Argentino Jean Mermoz, agregaron otro matiz inesperado: la gente se interesa menos por el francés como lengua, pero cada vez más, curiosamente, por la enseñanza francesa. El Jean Mermoz recibe un alto porcentaje de chicos argentinos, y eso desde el jardín de infantes, condición casi indispensable para recibir una enseñanza primaria y secundaria absolutamente bilingüe que culmina con la obtención del "bac" francés y del bachillerato argentino. "Yo prefiero no hablar de jardín -precisó Monsieur Fédou-. Es una verdadera escuela, totalmente en francés, que se extiende a lo largo de tres años." Acotemos por nuestra cuenta que en esa aclaración está la clave del problema: los dichosos años en que los argentinos buscábamos una educación más artística, con mucha expresión libre y mucho psicoanálisis, han quedado atrás. Ahora, en la Argentina, una sólida educación francesa basada en la racionalidad resulta un regalo del cielo. Para la libre expresión, o para la falta de lógica, en este país al que Breton también habría calificado de surrealista, como lo hizo con México, basta con caminar por la calle.
Pero el que dio la clave absoluta fue Thierry Bodassé, que dicta en francés un curso de economía de administración en la Universidad del Salvador. Un curso que surge de una nueva realidad: la fuerte presencia en la Argentina de las empresas francesas después de la privatización de los servicios públicos. "Francia no tiene fama de financista porque se sigue soñando con su glorioso pasado literario y artístico, pero el éxito de los empresarios franceses en este medio prueba que nuestro mensaje de eficiencia en materia de management ha sido recibido, y esa nueva característica francesa abre las puertas a la difusión de la lengua." Sí, dijo "pasado glorioso", y management lo dijo en inglés, y nadie pestañeó. ¿Para qué sirve el francés en el mundo de hoy, entonces? Según Monsieur Bodassé, para entenderse en el mundo de las empresas.
La eficiencia, al poder
Pero recapitulemos, y ya no en el mundo de los sueños, que han quedado muy lejos, sino en el del marketing . ¿En qué momento la literatura francesa y, con ella, la lengua en que se la escribe, dejó de difundirse fuera del territorio francés, por no decir fuera del 6éme arrondissement de París, es decir, de Saint-Germain des Prés? A mi humilde entender, el fenómeno se produjo después de Mayo del 68, cuando lo que subió al poder no fue la imaginación sino la eficiencia empresarial. Un acontecimiento que coincide exactamente con el fin de los grupos, de los "ismos" a los que Francia siempre nos tuvo acostumbrados. Los últimos fueron el nouveau roman y Tel Quel en la escritura, o la nouvelle vague en el cine. Después (dividir es reinar) sobrevino la dispersión y, agotado el impulso comunitario, cada escritor se quedó en su casa escribiendo libros que ya no publicaba al calor de un grupo sino solita su alma. En ese preciso instante, dichos libros se desconocieron en el exterior porque perdieron su tradicional aureola. Hoy ya no representan un movimiento ni hacen soñar con una de las imágenes más vendedoras inventadas por Francia: la de un conjunto de barbudos que discuten en un café.
Moraleja: está muy bien remozar el francés gracias a una excelente escolaridad y a un buen acceso a la eficacia financiera. Pero la literatura francesa no pertenece al pasado. A menudo sigue siendo bastante gloriosa. Lo que yo propondría es convencer a los maravillosos escritores que Francia siempre produce de que se vuelvan a reunir, para que se los siga conociendo en todas partes y leyendo en su lengua. Esa es nuestra nostalgia, pero no una nostalgia de tango sino de índole práctica. ¿Para que sirve el francés en el mundo de hoy? Para repetirnos con su acento inimitable lo que a partir de cierta revolución acaecida a fines del siglo XVIII siempre nos dijo: que es mejor juntos que solos.





