Política y juventud, ¿una pareja disfuncional?
Dentro de siete días, la mayor potencia del mundo elegirá presidente entre un hombre de 74 años y uno de 77. ¿Se trata de un dato importante? La pregunta remite a otra: en política ¿es más valiosa la juventud o la experiencia? Si coincidiéramos en valorar a los jóvenes sin descartar a los viejos, surgirán más interrogantes: ¿la juventud tiene exclusiva relación con la edad o tiene más que ver con las actitudes y las ideas? ¿Los jóvenes han sabido transformar la política argentina? ¿Han aportado osadía constructiva, rebeldía conceptual y frescura en el debate? ¿O se han refugiado en la obsecuencia, en la comodidad del poder y el seguidismo? ¿Garantizan apertura y flexibilidad o reciclan el viejo dogmatismo, pero con aires descontracturados?
Con cierta ligereza y algún esnobismo, lo nuevo parece identificarse con lo bueno y "lo viejo", con aquello que merece ser rechazado –cuanto menos– por rancio y obsoleto. De un lado y del otro de la grieta, esa parece una idea común
Con cierta ligereza y algún esnobismo, lo nuevo parece identificarse con lo bueno y "lo viejo", con aquello que merece ser rechazado –cuanto menos– por rancio y obsoleto. De un lado y del otro de la grieta, esa parece una idea común. Las juventudes políticas suelen verse como portadoras de alguna superioridad, atraídas por un verbo de moda: deconstruir. Enamoradas del diccionario de la corrección política, del marketing y de la militancia digital, se abrazan a las nuevas herramientas como si ellas aseguraran lo nuevo y lo mejor. Como si el gran cambio fuera el salto del papel a la pantalla, sin importar que en uno u otro soporte se escriba el mismo libreto. ¿Los trolls y la lapidación digital son ejemplos de juventud o de un primitivismo anacrónico?
El problema de Estados Unidos es que deberá elegir entre un líder exaltado y otro insulso; entre un millonario estrafalario que se ubica por encima de las reglas y un político desangelado que debe explicar turbios negocios de familia; entre alguien que cosecha tempestades y alguien que no ha sembrado entusiasmo. El problema no parece la edad de los candidatos. Por supuesto que en política, como en cualquier otra actividad, la juventud puede inyectar nuevas energías, mayor audacia, creatividad e innovación. Es tan obvio como que la veteranía puede aportar, además de experiencia, serenidad y perspectiva, prudencia y equilibrio. La fórmula está en la interacción, en el puente generacional y en la combinación de miradas y sensibilidades diferentes. No importa tanto que sea "nuevo", sino que sea "bueno". Y una cosa no necesariamente va de la mano de la otra.
La política argentina no tiene, lamentablemente, buenas experiencias con los protagonismos juveniles. Desde ya, eso no significa que los jóvenes no puedan aportarle grandes cosas a la política. Significa, en todo caso, que vale la pena aprender de los fracasos y las frustraciones del pasado y del presente. Aunque haya algún empeño por reivindicar a la "juventud maravillosa" de los setenta, costará encontrar tanta soberbia, tanta crueldad, tanto dogmatismo y tanta locura como los que animaron a esas organizaciones juveniles.
Frente a aquella "soberbia armada", nada resulta comparable. Pero habría que admitir que, desde la recuperación democrática, se han sucedido formaciones juveniles con más apego al poder que a las ideas y con mayor vocación por los cargos que por la innovación y el aprendizaje. Unos hicieron aquella extraña alquimia entre la política y el sushi, como si el poder fuera un entretenimiento palaciego. Otros reivindicaron tiempos olvidables e impusieron la militancia allí donde no debería existir (en el periodismo, la Justicia, las escuelas y las cátedras). Revistieron de supuesto idealismo la ambición de poder y rindieron culto a un pasado oscuro. Otros creyeron que la "nueva política" se construía con manuales de marketing, focus groups y redes sociales; imaginaron que había que tirar "lo viejo" por la ventana y confundieron el arte de gobernar con un experimento digital, como si el último modelo de i-Phone fuera más potente que un partido político. Muchos, de una manera o de otra, perdieron la capacidad de escuchar y de preguntar; perdieron la oportunidad de aprender. Encontraron cierto confort en el fanatismo y la arrogancia, sin animarse a la interrogación.
El coloquio de IDEA asistió hace pocos días a una estimulante intervención del periodista Thomas Friedman. Habló de las oportunidades que creará "la era de la destrucción creativa" y anticipó profundas transformaciones derivadas de "un trabajo modular y digital, desconectado de fábricas y oficinas". Friedman cubrió guerras del siglo pasado y está cerca de cumplir 70 años. En el mismo escenario, el ministro de Economía decía que "el dólar blue no representa la realidad". Aunque pertenece a un joven funcionario sub-40, parecía la frase en blanco y negro de un ministro de los años ochenta. ¿Qué discurso es más joven? ¿El de Friedman o el de Guzmán? Pablo Moyano bloqueando Mercado Libre o Juan Grabois tomando campos, ¿representan modelos jóvenes? En la Argentina de estos días, Graciela Fernández Meijide exhibe argumentos más audaces y transgresores que muchos jóvenes militantes, anclados en una suerte de setentismo tardío. Atreverse a revisar las propias ideas, a poner el pasado en tela de juicio y a mirar el futuro con parámetros modernos ¿no son síntomas de juventud?
En las universidades, la militancia estudiantil parece más inclinada al pensamiento único que al espíritu crítico, se ha vuelto más dogmática y uniforme, con resistencia a cualquier idea que pueda poner en crisis sus "verdades absolutas". En ese paisaje, se impone cierto puritanismo ideológico y se convalidan distintas formas de censura o autocensura, con un explícito rechazo a la pluralidad de ideas. Son muchos los ejemplos de "voces prohibidas" en los recintos universitarios. Pero esta especie de "autoritarismo progre" tampoco es patrimonio exclusivo de los jóvenes: cuenta con fuerte respaldo de profesores con larga antigüedad. Otra vez: ni lo joven ni lo viejo parecen explicarse por la edad de los protagonistas.
Desde los noventa hasta ahora, los jóvenes han aportado a la política una estética de informalidad y quizás un lenguaje menos acartonado y ampuloso. Está muy bien. Pero se necesita que también aporten contenido innovador, que conviertan en un capital su mochila más liviana de pasado y de rencores, que incorporen rebeldía, creatividad y originalidad. Se necesita que contribuyan a interpretar el futuro. De ellos cabe esperar liderazgo en debates como el del empleo y la robótica, las nuevas relaciones y los nuevos modelos de trabajo, la cultura de la sustentabilidad ambiental, las energías alternativas y los desafíos de la inteligencia artificial, entre tantos otros. ¿Las juventudes políticas motorizan esa agenda?
Hay cierta exaltación de la juventud en la política, como si la cuestión no pasara tanto por los contenidos y los valores sino por el "packaging juvenil"; como si nos contentáramos con hablar con la "e" en lugar de combatir en serio la discriminación y la violencia contra la mujer.De la mano de esa exaltación, nos hemos acostumbrado a ver a muchos jóvenes como funcionarios y a pocos como líderes. Los funcionarios se designan, los líderes se hacen a sí mismos. Los funcionarios se deben a sus padrinos; los líderes, a sus ideas. Los funcionarios deben obedecer al jefe; los líderes deben nadar muchas veces contra la corriente. La política debe enriquecerse a través de una mixtura generacional. Se trata de animarse a romper moldes, a revisar nuestros fracasos y a construir algo distinto, sin que eso implique "deconstruir" porque sí. Se trata, al fin y al cabo, de rejuvenecer nuestras ideas: un desafío para todas las edades.