
Porteños y argentinos bajo la lupa
Los argentinos vivimos obsesionados por nuestra propia identidad. ¿Por qué somos así, como somos? ¿Por qué somos tan diferentes de los suizos, los ingleses, los mejicanos o los uruguayos? Por lo general, atribuimos nuestras virtudes y defectos a la "mezcla de razas". En otras palabras: somos un país joven, poblado por inmigrantes, una cruza extraña de italianos+españoles+árabes+aborígenes+irlandeses+franceses+japoneses+polacos+alemanes, etc. Así explicamos, sin mucho rigor, nuestras falencias: "somos rígidos como los españoles pero macaneadores como los napolitanos". El aluvión inmigratorio explicaría también la notoria belleza de las mujeres argentinas. Se suman las beldades germánicas (Nicole Neumann, Ingrid Grudke) a las eslavas (Karina Jelinek, Gisella Dulko) a las árabes (Zaira Nara, Beatriz Salomón) a las criollas (Carolina Ardohain, Mariana de Melo) obteniendo por resultado...¡La Mujer Argentina!
Explicación simpática. Pero las cosas no son así. Para comprobarlo, basta leer la obra de Alcide D´Orbigny ("Voyage dans l´Amérique Méridionale") naturalista y geógrafo francés que nos visitó a partir de 1827 y permaneció en Sudamérica durante ocho años. Al cabo de este período escribió un monumental tratado sobre estas naciones del Sur, que fue premiado por la Sociedad Francesa de Geografía. D´Orbigny estudíó la fauna, la flora, los ríos y montañas, las costumbres, la economía, las razas y pueblos. De sus largas meditaciones sobre la Argentina conviene subrayar que datan de 1827-28. Es decir que apenas acababa de producirse la Revolución de Mayo. El interior era un desierto, salvo las ciudades de Córdoba, Salta, Santa Fe, Corrientes. Ni siquiera habían llegado los indios chilenos con los malones de Calfucurá, que arribarían en 1833. No se había producido el gran alud de inmigrantes italianos, suizos, gallegos, árabes e irlandeses que sucedería a partir de 1880. Tampoco habían tenido lugar las Campañas del Desierto: ni la de Rosas (1835) ni la de Roca (1879).
Es decir; aquella era una Argentina virgen, recién nacida, con sus raíces misteriosas en estado puro. Por eso resulta asombroso verificar todo lo que D´Orbigny encontraba en nuestros antepasados. Por empezar, el francés destaca que el castellano que aquí se hablaba no era "puro" como el de Paraguay, Bolivia o Colombia, sino pleno de pronunciaciones caprichosas. Por ejemplo, ya se usaba la ye de yegua en lugar de la elle de lluvia. D´Orbigny dedica largos párrafos a interrogarse sobre el porqué de un habla tan estrafalaria como la de los argentinos.
Otras observaciones: "Todas las porteñas son hermosas y bien formadas. En general, a todas esas condiciones unen la majestad de los rasgos españoles y la más bella sangre que se pueda encontrar. Las chilenas, ensalzadas en América, no pueden en nada rivalizar con ellas, ni tampoco las mujeres de Lima, tan célebres entre los peruanos. Y diría que tampoco en ninguna parte de Europa he visto una población más hermosa de hombres y mujeres que en la capital argentina".
Un detalle: "Los habitantes de Buenos Aires son tan parlanchines como taciturnos los del campo. Se expresan con la mayor facilidad y hasta con elocuencia, Dotados de mucho ingenio natural y de una prodigiosa memoria, discurren sobre cualquier asunto con el mayor aplomo, como si dominaran en realidad la materia que tratan". Atención al siguiente párrafo sobre los jóvenes porteños: "Asombra, sobre todo, ver a los jóvenes abordar los problemas más importantes de la Moral y del Derecho, extenderse sobre teorías de Economía Política, hablar de Industria, Bellas Artes, Literatura, y pasar sin esfuerzo de un asunto a otro, empleando los términos técnicos más rebuscados y no pareciendo nunca suponer que su auditorio esté en condiciones de juzgar y de reconocer que toda esa charla oculta, en algunos, mucha ignorancia y un charlatanismo apoyado en algunos estudios superficiales y lecturas hechas a la ligera con más avidez que discernimiento. Esos hermosos parlanchines siempre están dispuestos a apropiarse de las ideas de otros; por eso difícilmente aplauden un feliz pensamiento... Lo censuran con desdén, pero después lo copian...
Los porteños son inagotables, y la fecundidad de su espíritu no parece tener otros límites que los de su manera de vivir. Pero...¿Sucede lo mismo cuando se trata de llevarlos a la práctica? El hombre que hace un momento se extasiaba con nosotros acerca de las maravillas de la Gravitación, por ejemplo, o sobre los resultados de los más hermosos problemas de la Astronomía...¿Puede hacer una regla de tres, o llevar las cuentas de los gastos de su casa? ¿Sabe mantener el orden de su hogar aquel que nos ha desarrollado los planes más sabios de la Economía Política?... Un alemán, que no juzgó favorablemente a los porteños, tuvo la audacia de hacer grabar y emplear un sello de armas de la República Argentina con la siguiente leyenda: "Ni palabra mala, ni obra buena". En otros términos, nada malo en teoría, nada bueno en práctica".
Sobre la corrupción, ya en 1827: "El espíritu de rapiña y derroche ha hecho tales progresos en medio de los desórdenes políticos de Buenos Aires, que algunos empleados, no contentos con vender la Justicia y enriquecerse así, llegan a considerar que todo lo que pertenece al Estado es buena presa, y a cada cambio de gobierno, se produce un saqueo general. Después de determinada revolución, no se halló en la oficina del Ministerio un solo escritorio, ningún mueble, ningún utensilio. Se me ha asegurado asimismo que, después del movimiento de diciembre, uno de los miembros de la representación nacional hizo sacar las persianas de las ventanas de un apartamento del lugar de sesiones y se apropió de un cofre de hierro donde se guardaban los registros, reemplazándolo por una caja de madera, El guardián de los archivos hizo transportar a su casa las sillas de su oficina, dejando estupefacto a su reemplazante, que no halló nada donde sentarse. Las armas y las municiones son a menudo objeto de un tráfico escandaloso, y la República Argentina, que es reducida en población, ha consumido tal vez más armas desde la Independencia que algunos estados de Europa en el transcurso de prolongadas guerras. Algunos jueces sacan también buen partido de la Justicia. El litigante paga, por lo general, más de lo que puede ganar con el proceso. Y determinado magistrado recibe de ambas partes al mismo tiempo. Esta costumbre es hasta tal punto común que se habla de ella públicamente, y aquel cuyos derechos son más evidentes pierde el pleito si no los apoya con regalos".
Todavía no se había producido en nuestro país la Década Infamer, ni el pacto Roca-Runciman, ni el Peronismo, ni los gobiernos militares, ni el gremialismo con sus ramificaciones. Nada. Era 1827: el país todavía hispánico,en estado puro.
Sigue diciendo D´Orbigny: "Félix de Azara hizo notar, ya en tiempos de los virreyes, que las leyes carecían de fuerza y que siempre resultaba fácil a los habitantes eludirlas. La Revolución no ha hecho más que aumentar esta blandura de una parte y esa facilidad de la otra. Los volúmenes de leyes y decretos, publicados a porfía por cada uno de los gobiernos que se sucedieron con rapidez, no han mejorado la administración pública, ni procurado más garantías a la propiedad y a la seguridad individual".
¡Ya entonces, las mujeres eran bellas, los hombres chantas, las leyes no se cumplían y los políticos saqueaban los bienes del país!
Sigue: "Las clases altas se componen de españoles-americanos, como los denomina con razón el Sr. Humboldt. Y rara vez de sangre mestiza. Por eso la piel es muy blanca y se ven con placer personas rubias, tan raras en Perú y Chile. La raza española, en vez de alterarse, mejora en Buenos Aires".
Otra más: "Las carnicerías abundan como las panaderías en Francia. En este país, la carne es tan barata que ocupa el lugar del pan en Europa".
Durante una larga expedición con tropas criollas a Carmen de Patagones, D´Orbigny descubre a los "cabecitas negras": "Cuando nos despertamos, todos nuestros soldados estaban bañándose en la laguna... Era fácil comprobar, por el aspecto de todos esos cuerpos cobrizos, hasta qué punto la sangre está mezclada entre los habitantes del campo. Entre los doscientos cincuenta hombres que nos acompañaban, apenas se distinguían algunos blancos puros. Los restantes presentaban una mezcla de negro, indio y blanco. Con tantos matices diferentes y gradaciones tan delicadas, que era difícil decir, en algunos individuos, cuál predominaba... Sin embargo, todos los argentinos tienen, salvo los mulatos muy pronunciados y los indios bien definidos, pretensiones de ser de origen europeo, y el honor de tener sangre pura. Pero está a la vista que este orgullo es quimérico".
Quiere decir que Fidel Pintos pudo haber creado su "sanata" en 1827. La simulación de un discurso de entendidos, las amistades influyentes, el origen nobiliario y "europeo", la bravuconada sin respaldo...¡Todo, todo lo argentino estaba conformado con pelos y señales, ya en el tiempo de los virreyes!
En el curso de un viaje peligroso, D´Orbigny es recibido en la estancia de la familia Barrancos, cerca de la Guardia de Luján. Allí le sirven un asado que encuentra mediocre y luego un postre, que juzga delicioso. El Sr. Barrancos, al ver que sus invitados habían vaciado los platitos, ordena una segunda vuelta de "cuajada con azúcar".
Y en este punto destaca el francés una condición propia de nuestra tierra: él la llama "hospitalidad caritativa". Nosotros la llamaríamos "generosidad", enmendando la plana con todo respeto a Msr. D´Orbigny. En efecto, tanto este autor como otros europeos (W.H. Hudson, Robertson, Guinnard) se refieren a Europa insistentemente como fuente de "refinamiento, civilización, progreso, ciencia, estudio, confort, buenas maneras" y otras bondades que no se verifican en la América inculta y bestial. Ninguno de ellos alcanzó a estimar la gran virtud de nuestra nación: su generosidad. Su manga ancha, su mano abierta, que contrastan con la mezquindad de un Viejo Continente agobiado por guerras y hambrunas, donde se mide el centavo y se cuentan las rodajas de pan. Ahí no nos destacamos.
Para bien o para mal, somos -como decía Borges de los peronistas- "incorregibles".





