Qatar 2022, el Mundial que nos une
“…El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar Benjamín: no puede cambiar de pasión…” En este recordado diálogo el personaje Pablo Sandoval, interpretado por Guillermo Francella en la película El secreto de sus ojos, nos ayuda a tomar conciencia de que el fútbol despierta emociones que la lógica no llega a comprender.
Ese es el contexto en el que, en las primeras horas de mañana, entraremos en una especie de tregua social, donde todas aquellas diferencias, hasta el momento amenazantes e intolerables, quedarán relegadas por un bien común mayor: alentar a la selección nacional de fútbol masculino en Qatar 2022.
¿Qué razón tan poderosa radica en este fenómeno que logra unificar a un país por momentos fragmentado y dividido? La ilusión. Parecería que hemos forjado una identidad colectiva desbordada por una imperiosa necesidad de obtener un triunfo. Nos hermanamos en un solo canto apoyando a nuestra selección de fútbol para conseguir el ansiado trofeo. ¿A qué responde esta fuerza? Por supuesto todos queremos ganar. No hay nada de malo en ello. Al contrario. Muchas veces ganar implica alegría compartida, júbilo, regocijo y encuentro. Sin embargo, cuando ponemos al triunfo como una única meta en forma desmedida, esta fantasía de obtener el título a toda costa podría presentarnos el riesgo de desilusionarnos en caso de no conseguirlo. La pérdida de esta ilusión excesiva nos llevaría a vivenciar estadíos de enojo, reproche, tristeza y frustración.
Muchas veces concebimos a los futbolistas como héroes temporales, proyectando en ellos nuestras ilusiones y expectativas, representando nuestros ideales de perfección. Como si tuviéramos la necesidad de acudir a algo externo para sobrellevar nuestros desafíos y luchas personales, ya que creemos que no vamos a poder encontrar eso que buscamos en nuestro interior porque nuestros recursos no son suficientes. Si no logramos aceptarnos, nos debilitaremos, nos negaremos, desdibujando nuestra identidad y buscaremos afuera aquello que percibimos que nos falta. Este tipo de mecanismo no nos invita a asumir el protagonismo de nuestra existencia, sino, por el contrario, nos relegan al lugar de espectadores de la grandeza de otros ¿El desafío? Amar lo que somos, dejando de pretender ser los mejores.
Solo en la medida en que logremos esta aceptación interna es que podremos dejar de compararnos con los otros y orientarnos hacia nuestro propio horizonte de expectativas que espera ser alcanzado.
Es un sueño embriagador creer que podremos encontrar en el afuera la satisfacción de nuestras necesidades. Sin embargo, es una esperanza vana. Cuando estamos seguros de lo que somos, de nuestro propio valor personal, sin estar enfocados exageradamente en la búsqueda desenfrenada de la victoria, también podemos aceptar, por ejemplo, que otro puede ser mejor que nosotros. Reconocer que como argentinos tenemos otras cosas buenas, valorarnos por lo que somos y no por nuestra condición de ganadores, será una de las claves más importantes para lograr compensar este rasgo triunfalista.
Qatar 2022 nos presenta oportunidades de sentido. Oportunidades para rencontrarnos con amigos y familiares. Para dejar atrás aquellas viejas asperezas, peleas y diferencias ideológicas. Para tomar conciencia que no necesitamos validarnos a partir de un resultado. Oportunidades para poder comprender que es un juego, y lo más importante es que podamos disfrutarlo. Para mirarnos, escucharnos y aceptarnos unos a otros y, sobre todo, a nosotros mismos. Oportunidades para volver a unirnos como país creando entornos donde podamos aceptar al otro, sin perder de vista nuestra individualidad.
Director de la Diplomatura en Psicología del Deporte de la Universidad Austral