
¿Qué dicen cuando dicen "que se vayan todos"?
Cuando alguien dice algo que nos sorprende le preguntamos: ¿qué está diciendo? Si al que acaba de decir algo le hacemos esta pregunta es porque queremos saber cuál es el decir profundo que se esconde detrás de su decir aparente: queremos saber qué dice de verdad . Lo cual responde a la raíz etimológica del verbo "decir": la voz indoeuropea deik , que significa "mostrar". Se supone que quien dice muestra. Pero a veces lo que dice es tan desconcertante que nos obliga a exigirle que muestre lo que está ocultando. Este es el sentido que los griegos daban a la palabra "verdad" al llamarla aletheia : la acción de quitarle ( a ) el velo a lo oculto ( lethos ). De-velar, re-velar, des-vestir la realidad.
Kant sostenía que lo que distingue al hombre de los animales es el habla, entendida como la capacidad de comunicarnos unos a otros la verdad. Por eso no aceptaba ninguna clase de mentira, ni siquiera la "piadosa" porque, al desnaturalizar el habla como vehículo de la verdad, la mentira nos deshumaniza.
Pero a veces el que habla sin decirnos la verdad tampoco miente. Su decir es confuso porque él mismo está confundido. En tal caso, el decir muestra que el que habla quiere decirnos algo que él mismo no consigue develar.
¿Es esto lo que ocurre con la consigna "que se vayan todos"? Miles de argentinos la vocean a diario. Millones de argentinos la respaldan al responder a las encuestas que no votarán por ninguno de los candidatos. Dicen y repiten sin sosiego "que se vayan todos". ¿Pero qué están diciendo cuando lo dicen? ¿Cuál es la verdad que se esconde detrás del dicho más popular de nuestro tiempo?
Interpretaciones
¿Puede darse al "que se vayan todos" una interpretación literal? Si tomáramos al adjetivo "todos" en su significación literal, "nadie" quedaría fuera de la condena popular. Políticos, banqueros, empresarios, sindicalistas, periodistas, deportistas, hasta los argentinos en general. Esto es manifiestamente absurdo. Pero la frase dice "que se vayan", no "que nos vayamos" todos. A partir de esta advertencia, los argentinos quedan partidos en dos. Un sector reclama que se vayan todos los que se alinean en el otro. Están de un lado los que quieren echar, y del otro, a los que quieren echar.
Así hemos reducido considerablemente el círculo de los que se tendrían que ir. ¿Pero cuánto abarca este círculo en algún sentido "menor"? ¿A todos los políticos, por ejemplo?
Difícilmente. Algunos políticos se han subido por lo pronto a la consigna de que se vayan todos. Si se incluyeran ellos mismos en el reclamo también tendrían que irse. ¿O reclaman solamente "que se vayan ellos", los que no coinciden con sus banderas? Pero, en tal caso, ya no se irían todos. "Ellos", los políticos tradicionales a quienes esos otros políticos "renovadores" señalan con el dedo, no sólo no quieren irse, sino que exhiben cierto apoyo en las encuestas electorales. Los cinco precandidatos justicialistas sumados sobrepasan, por ejemplo, el 40 por ciento de la intención de voto. No todos piden, según esta cifra, que se vayan todos.
¿Qué pasaría, además, si algunos de los que se van vuelven? ¿Qué pasaría si, retirándose de sus gobernaciones, intendencias o bancas, lograran algún tipo de revalidación electoral de aquí a unos meses? Cuando se les dice que se vayan, ¿también se les dice que no pueden volver? Pero si dijéramos "que se vayan y no puedan volver", ¿no caeríamos en algún tipo de proscripción? ¿Sería esta exigencia compatible con la democracia?
Hasta ahora hemos visto que los políticos que se suben a la consigna de que se vayan todos en el fondo sólo dicen "que se vayan ellos", sus rivales. Es decir, casi todos. Pero, como queda gente que aún sostiene a estos "casi todos" en las encuestas, no todos quieren que se vayan. Y a los que se van no podríamos prohibirles que vuelvan porque caeríamos en autoritarismo. El análisis lógico del "que se vayan todos" desemboca, por lo visto, en un callejón sin salida.
Cuando Galileo venía de reconocer públicamente ante el tribunal de la Inquisición que la tierra no se mueve alrededor del sol, le dijo por lo bajo a uno de sus íntimos: "sin embargo, se mueve". Una vez que el tribunal de la lógica ha condenado al "que se vayan todos", ¿no diremos también nosotros que alguna verdad se mueve, pese a ello, detrás del dicho más popular de nuestro tiempo?
¿Quiénes deberían irse?
Esta semana publicó el Indec su recuento semestral de la pobreza. El 53 por ciento de los argentinos son pobres: 19 millones.
Pero toda política económica, sea cual fuere su sesgo ideológico, tiene por objeto erradicar la pobreza. Los países desarrollados podrían ser definidos como aquellos donde no hay o casi no hay pobres. Los países en desarrollo son aquellos que marchan hacia esta meta.
Pero en la Argentina de los últimos años ha ocurrido lo contrario. Nuestro nivel de pobreza era inferior al 30 por ciento. Esta era la cifra del conurbano bonaerense, todavía, en mayo de 1989. En octubre de ese mismo año la hiperinflación la había llevado al 56 por ciento. Se pensó que ese alto nivel era excepcional. Y en cierto modo lo era, ya que de ahí en más empezó a bajar hasta el "piso" del 20 por ciento de 1994. De aquí en adelante volvió a subir gradualmente. En 1995, pasó la barrera del 30 por ciento. En mayo de 2001 rozó el 40 por ciento. En octubre de ese mismo año se ubicó en el 43 por ciento. En mayo de este año ascendió al 59 por ciento. Seis personas de cada diez son pobres en el Gran Buenos Aires.
Todavía se hallan por debajo del 30 por ciento la Patagonia y la Capital Federal. Córdoba, como el conurbano bonaerense, supera el 50 por ciento. Las provincias del norte sobrepasan el 60 por ciento. Lo peor, empero, no son estas cifras. Si se dieran en un país africano, serían recibidas con alegría porque indicarían un avance. En la Argentina señalan, al contrario, un retroceso. Lo peor no es un determinado nivel de pobreza. Lo peor es que esté subiendo. Lo peor no es el subdesarrollo, sino el des-desarrollo. La Argentina es el país de los nuevos pobres.
Esto no sólo lo saben los encuestadores. Lo sentimos todos. El 30 por ciento de los pobres que eran, porque lo siguen siendo. El 30 por ciento de los pobres que no eran, porque empezaron a serlo. El 40 por ciento de los que aún no son pobres, porque los cerca la pobreza.
Este es el agravio central de los argentinos al comprobar que, en vez de desarrollarlos, los han venido desdesarrollando . Aquí reside la significación profunda del "que se vayan todos". Si les pidiéramos a quienes gritan la consigna no por oportunistas para subirse a ella sino de corazón que después de pensar atentamente la precisaran terminarían por traducirla así: "que se vayan todos los responsables de nuestro empobrecimiento". He aquí una exigencia que todos los argentinos, salvo los imputados, suscribirían. He aquí el estudio que nos falta completar para señalar con el dedo, con las series del Indec a la vista, a quienes invirtieron la lógica de nuestro desarrollo, a quienes nos desdesarrollaron , a quienes nos empobrecieron. Si confeccionáramos esta lista sólo nos quedaría clamar al unísono que se vayan todos y cada uno de los que la integran.






