Qué le enseñó a Macri el debate sobre el tarifazo
Mauricio Macri pudo sortear con relativo éxito el primer round de la nueva pelea en torno de los aumentos en las tarifas de servicios energéticos, al aceptar un planteo de sus aliados del radicalismo y la Coalición Cívica para prorratear en cuotas el incremento que experimentarán las facturas de gas, prácticamente sin costo fiscal alguno. Pero el conflicto desatado la semana última, junto a las protestas callejeras, dejó no pocas lecciones para el Gobierno y también para los integrantes de Cambiemos .
El inusual mensaje presidencial grabado en Vaca Muerta y emitido por las redes sociales es precisamente una reacción ante esas enseñanzas.
Hasta bien entrada la semana pasada, desde el Gobierno se insistía en que los cuestionamientos a los aumentos tarifarios obedecían fundamentalmente a sectores de la oposición política, encabezados por el kirchnerismo, que están complotando contra la recuperación económica. Cerca del primer mandatario, se señalaba que esos grupos se agarrarían de cualquier cosa para que la Argentina no consolide una senda de crecimiento.
Es indudable que hay dirigentes en la oposición que apuestan al fracaso del Gobierno. Pero probablemente sea esa solo una parte del problema que se puso de manifiesto con la inquietud que desató el tarifazo.
La otra parte del problema guarda vinculación con una cultura populista que continúa estando muy presente en vastos sectores de la sociedad, e incluso en una porción de ciudadanos que apoyó a Macri en el ballottage de noviembre de 2015 ante Daniel Scioli . Se trata de parte de un electorado que quería dejar atrás la corrupción de la era kirchnerista pero que, a la hora de mirar su bolsillo, sigue creyendo que el Estado debería ser quien se ocupe de llenarlo; por ejemplo, proveyéndole el agua, la luz y el gas a cambio de unas pocas monedas, como durante la última década.
Igualmente, hay no pocos sectores, especialmente de clase media, acostumbrados durante años a recibir facturas de servicios públicos que representaban un mínimo porcentaje de sus ingresos mensuales. Ahora, al incrementarse el impacto de esas mismas facturas en el presupuesto familiar, deben resignar otros gastos, y eso les provoca un notorio malestar.
Frente a esa situación, al Gobierno ya no le alcanzaba con acusar a la oposición de apostar a que al país le vaya mal, sino que se imponía una explicación clara y a la vez profunda sobre la necesidad de una normalización tarifaria, que permita reducir los subsidios del Estado y disminuir el déficit de las cuentas públicas.
Macri comenzó a inmiscuirse en esa necesaria labor docente desde fines de la semana pasada, cuando expresó ante periodistas su especial preocupación por la paradoja de que, aun con tarifas más elevadas, el consumo de gas y electricidad de los argentinos no estaba bajando como hubiera sido deseable. En las últimas horas, desde Vaca Muerta, con un llamativo mensaje de 13 minutos -por demás prolongado para lo que el Presidente tiene acostumbrados a los argentinos- profundizó esa idea.
Su discurso combinó un pedido de comprensión frente al nuevo cuadro tarifario con indicadores de que el esfuerzo vale la pena y ya está dando frutos. Primero, destacó que en 2017 la Argentina tuvo un déficit fiscal de 400.000 millones de pesos, de los cuales 125.000 millones correspondieron a subsidios a la energía. Indicó que para pagar por la energía se debe pedir plata prestada y solicitó que todos los argentinos asuman el desafío de consumir menos agua, luz y gas.
En contrapartida, destacó que llevamos siete trimestres consecutivos de crecimiento económico, que se ha reducido el nivel de pobreza a razón de 5000 personas por día y que este año se terminará una obra cada tres días, lo cual les cambiará la vida a millones de argentinos. También recordó que uno de cada cuatro hogares de todo el país es acompañado con una tarifa social en los servicios públicos.
Otra enseñanza que el gobierno de Macri pudo haber recogido del debate por las tarifas es que, si bien admitir y enmendar errores es algo bien visto por la sociedad, cuando queda la sensación de que este proceso se repite una y otra vez, puede transformarse en un factor de debilidad para el propio Presidente.
Para vastos sectores de la opinión pública, quedó de nuevo la idea de que el Gobierno no sabe frenar antes de chocar y que siempre termina corriendo detrás de los acontecimientos. Algo de eso ocurrió al hacerse carne la percepción de que el jefe del Estado tuvo que corregir un error inicial gracias a la intervención de Elisa Carrió y los radicales.
¿No hubieran podido los aliados de Macri en Cambiemos advertirle al Gobierno sus temores sobre el malestar social que podría generar el aumento tarifario, antes de que el titular de la UCR, el gobernador mendocino Alfredo Cornejo , saliera a decir que el ministro Juan José Aranguren "le hizo meter la pata al Presidente"?
La respuesta de los aliados es que, muchas veces, para que el Gobierno los escuche, tienen que plantear sus reclamos a través de los medios de comunicación. La otra respuesta posible es que esto es política y tanto los radicales como la diputada Carrió requieren protagonismo y mostrarse en una posición diferenciada de la intransigencia que, en ciertos temas, caracteriza al Presidente y a su núcleo duro.
"No puede haber política sin diálogo, y mucho menos si formamos parte de un gobierno de coalición", expresan dirigentes de la coalición ajenos al Pro. Pero también el conflicto por las tarifas les dejó una enseñanza: es que el oficialismo precisa por parte de ellos una mayor labor docente ante la ciudadanía, capaz de explicar que el retraso tarifario heredado de la gestión kirchnerista ha sido destructivo para el sistema energético y para la situación fiscal de la Argentina. Macri se los agradecería.