Quieren llegar pero no saben adónde ir
Los últimos dos años fueron un viaje al futuro. Aquello que parecía posible pero remoto se adelantó, desnudando fracturas generacionales, territoriales y de valores. Un mundo off line que se desvanece y otro on line que adquiere visos de realidad universal y permanente. Mientras el ser biológico se limitó, arrinconado por la peste, el ser digital se expandió en libertad.
Esa coexistencia estremeció los paradigmas que fueron los pilares en los que se asentó nuestra civilización. Unos miran perplejos, otros esperanzados, cómo el sistema educativo en todos los niveles quedó vetusto y atrasado; cómo el modelo de trabajo se derrumbó, desde horarios hasta jerarquías de otro tiempo; cómo la moneda fiduciaria es superada por cripto activos exentos de los controles gubernamentales; cómo el rol del Estado y sus normas han sido puestos en cuestión. Porque eso es lo que está pasando. Desde sindicatos y escuelas, hasta bancos centrales; desde industrias enteras hasta el sistema judicial, que no saben cómo lidiar con un mundo donde el poder se descentraliza en un plano de inmanencia desconocido. Y su razón de existir se esfuma, con un ímpetu schumpeteriano que amenaza recrear lo público y lo privado.
Ya no es cuestión de cambios de maquillaje al sistema institucional. De mirar para adelante y seguir como si nada. Lo que ha ocurrido es una transformación profunda de los temas centrales de la agenda pública. El mayor desafío es lograr que las generaciones del mundo off line, que hoy ostentan mayormente los lugares de decisión, identifiquen y den respuesta a lo inevitable. Porque lo peor que puede pasar es que los problemas del mañana (inmediato) se intenten resolver con herramientas del pasado, convirtiendo el absurdo en la mayor fuerza del pensamiento.
Lamentablemente es lo que está ocurriendo en nuestro país. Aún discutimos si es una “buena idea” o no pagar nuestras deudas; culpamos de la inflación a la clase media y no a la emisión descontrolada para comprar un punto y medio de votantes. No dimensionamos el desafío que enfrentamos. Mientras todo estuvo quieto, todo cambió, y en vez de buscar las oportunidades y resolver lo pendiente, la energía se puso en defender un mundo perdido, sin saber siquiera devolverle fuerzas para que resucite.
Descoyuntar el país, aislando provincias que quedan sin vuelos, volver la administración pública al papel o prohibir pagos con el ya viejo dinero, a esta altura es un arcaísmo. Propio de gobiernos con minúsculas que protegen privilegios, y no de estadistas que miran de frente el mañana y están dispuestos a crear. Sólo quieren llegar, a cualquier costo, y después no saben adónde ir. Pero como con casi todo, es cuestión de punto de vista. Los del mundo off line que interpreten la nueva agenda, que sirvan de puente con el otro mundo que ya está aquí, no sólo serán los que hagan la diferencia sino los que sienten las bases para una Argentina posible, una Argentina con futuro para nuestros hijos.