Quita de fondos a la Ciudad: es inútil indignarse ante la revelación de lo obvio
El desenlace del reciente conflicto con la policía bonaerense es revelador de varias cuestiones de cultura política que es necesario dilucidar. El saqueo del 1% de los fondos coparticipables a la CABA no debería sorprender. El kirchnerismo lo vociferó a lo largo de toda su campaña electoral y la vicepresidenta lo planteó en La Matanza el mismo día de su asunción. Ahora se entiende mejor su lenguaje gestual en el traspaso del mando respecto de Macri: "Ahora tendrán que pagar". ¿Quiénes y qué cosa? El exmandatario, claro; pero también todo el electorado de Juntos por el Cambio. Particularmente, el de su detestada Capital Federal en favor del inviable GBA. En el primer caso, por las ofensas y humillaciones que le endilga a su antecesor por razones menos objetivas que ideológicas; correlativas a su visión de la política. Una perspectiva que dilucida menos la de aquellos a quienes alude que la suya.
Para el kirchnerismo, quien detenta el poder detenta "todo" el poder; la república es solo una ficción superflua, como lo evoca el trato que les propina a los senadores opositores: les corta el micrófono. El poder "real", por lo demás, ni siquiera estriba en las instituciones prescriptas por la Constitución, sino en una paraconstitucionalidad fáctica como el actual "vicepresidencialismo". No es una novedad en la cultura política argentina más allá de que nunca se haya llegado a niveles de distorsión institucional tan insólitos como los de la coyuntura actual.
El Perón retornado en 1973 insinuó un cambio que no alcanzó a desplegar, pero que expresó mediante gestos, como haber sentado a Balbín a su lado en la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso el 1º de mayo de 1974
Toda la democratización de masas entre 1916 y 1955 se fundó en esa premisa abrazada por los líderes de masas del período: Yrigoyen y Perón. También la de aquellos que luego de 1955 ejercitaron la proscripción del peronismo o la gimnasia conspirativa de voltear gobiernos constitucionales como los de Frondizi, Illia e Isabel. El Perón retornado en 1973 insinuó un cambio que no alcanzó a desplegar, pero que expresó mediante gestos, como haber sentado a Balbín a su lado en la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso el 1º de mayo de 1974, o aquel dato poco difundido de haber descartado con el jefe opositor definitivamente el sistema corporativista de gobierno pocos días antes de su fallecimiento.
Tras el despotismo militar exacerbado entre 1976 y 1983, Alfonsín pareció por fin hacer confluir a la democracia de masas con la división de poderes. Sin embargo, las tentaciones ejecutivistas no tardaron en reaparecer aun durante su gobierno; y sobre todo, en los de su sucesor, Menem. Aunque fue el kirchnerismo el que las restauró con plenitud desde 2003. La excepción del interregno presidido por Duhalde entre 2002 y 2003 fue solo un interesante paréntesis aunque antecedido por una crisis política y económica de proporciones desconocidas y que nos depositó en el actual estado de cosas.
Llama, no obstante, la atención el despliegue de valores políticos que desde el retorno a la democracia parecían superados para siempre. La experiencia de la pandemia del Covid-19, más allá de los halcones y las palomas a ambos lados de la denominada grieta, pareció sentar las bases de la imperdible oportunidad de forjar grandes acuerdos cooperativos perdidos desde hace décadas. Más necesarios que nunca dado el empantanamiento económico del país desde hace una larga década y su secuela de pobreza social endémica. Incluso las denominaciones de las coaliciones que se disputaron el gobierno en 2019 parecían así indicarlo: Frente de "Todos" y "Juntos" por el Cambio.
Los primeros ganaron luego de la promesa vociferada durante los años anteriores de que "no volvían más". Y los segundos, luego de la derrota de las primarias, por la proeza de haber remontado casi 10 puntos en las generales, colocándose apenas a 7 de los ganadores. El nuevo presidente aparentaba ser un hombre de diálogo que pretendía acabar, según sus palabras, con la "puta grieta". Resultó, como muchos lo sospechaban conociendo los antecedentes de los protagonistas, una impostura.
El Frente de Todos era de "todos" los peronistas K y sus aliados; y su declamación de la "unidad nacional" aludía solo a la de sus diversas facciones dispersas. Lejos de apaciguar los ánimos, el kirchnerismo desplegó como nunca la vigencia de valores políticos que deben ser analizados con fría objetividad metodológica. El odio, la venganza, el cinismo, la humillación del adversario y su ridiculización pública son cualidades que consideran, no solo útiles, sino positivas, y que deben practicarse sin miramientos ni vacilaciones. La escena del saqueo del 1% a la CABA por el Presidente ante los intendentes de Juntos por el Cambio que habían asistido a brindarle su apoyo frente a las acechanzas del conflicto policial bonaerense habla por sí misma: fue un ejercicio de premeditado sadismo político. ¿Mala fe? ¿Puñalada por la espalda? Tal vez, si se lo contempla desde una perspectiva ética hoy por hoy inconducente.
Ante adversarios con tan poco escrúpulos, Rodríguez Larreta reconoció su enojo humanamente comprensible. Pero la indignación poco aporta. En todo caso, resulta útil para iluminar la ficción de cualquier tipo de negociación sincera y razonable con esa concepción de la política. Una situación parecida había ocurrido unos días antes en la Cámara de Diputados cuando Massa y Ritondo parecían haber alcanzado un acuerdo sobre los términos a tratar en las sesiones, cuestiones ajenas a la emergencia de la pandemia. Apareció el delfín vicepresidencial y dio la orden de su progenitora de destruir el acuerdo. Asunto concluido.
Corolario: las cosas son y seguirán siendo así y aún peor; y una oposición con vocación ganadora deberá proceder en consecuencia. ¿Sin escrúpulos? ¿Convirtiendo la palabra y la buena fe en valores perimidos? De ninguna manera. Aunque tampoco con ingenuidad desprevenida sino reivindicando otros atributos como la osadía, la inteligencia y la astucia para reconocer los flancos débiles de un adversario sin códigos. No es tan difícil: brillan a la luz del día pese a haber transcurrido menos de un año de gobierno. Si la oposición no lo aprovecha o, peor, desiste de su vocación de poder, o se fractura por vanidades personalistas, lo que quedará de ella será solo un adorno indignado del oficialismo y sufrirá merecidas derrotas, además de perder la representación del nuevo movimiento ciudadano que ha ganado la calle.
Las experiencias autoritarias y totalitarias son como el tango: se baila de a dos, y son posibles merced a opositores a su medida. La historia del siglo XX resulta pletórica de ejemplos al respecto tanto en el orden de la política interna de los países como del internacional. Lo curioso es que una y otra vez tanta gente confiada en la racionalidad de la palabra o en la intuición de un juego de reglas subculturales compartidas no haya advertido en el lenguaje fáctico de los déspotas la burla que ellos dedican –a veces no sin razón– a su cándida y decadente estupidez. El caso del premier británico Chamberlain debería ser recordado como un ejemplo paradigmático. Es necesario contradecirlos invirtiendo su relato, con la fría realidad de sus éxitos imaginarios; y anticiparse con inteligencia a sus imposturas recordando el proverbio chino: "Es mejor encender una vela que blasfemar la oscuridad", y aquel otro español: "La verdad no tiene remedio; aunque a veces sea triste".
Miembro del Club Político Argentino