Quiten las manos de Schubert
Leo en el diario español El País que la compañía Huawei ha completado, con ayuda de un algoritmo y de inteligencia artificial, la Sinfonía Nº 8 de Franz Schubert, conocida también como La inacabada. No contentos con colonizar cada resquicio de la vida cotidiana, hace rato que las grandes tecnológicas se han lanzado a profanar el territorio del arte, ávidas de poner a su servicio la eficiencia de sus máquinas. Podría parecer un juego y así deberíamos tomarlo, salvo por la fe inconmovible que estas firmas voraces depositan en sus productos, a los que creen capaces de reemplazar al hombre en prácticamente todo, incluidas las tareas en las que talla de manera indeleble la inteligencia y la sensibilidad humanas. Entre ellas, claro, el periodismo y la creación artística.
La cosa es así: a partir de las características de tono, timbre y línea melódica de los dos movimientos que Schubert compuso en la Viena de principios del siglo XIX, el algoritmo generó una melodía para completar, con otros dos movimientos más, la sinfonía que el músico austríaco dejó inconclusa. Luego, dice la nota, Huawei trabajó con un compositor para "fijar una partitura orquestal de la melodía en la línea que presumiblemente buscaba entonces Schubert".
He aquí un primer equívoco. ¿Cómo se puede presumir lo que buscaba el gran músico romántico? Es muy probable que ni él mismo lo supiera. Es cierto que las primeras frases de un texto, las pinceladas inaugurales de un lienzo o las notas con que se abre una partitura condicionan la mano del creador, pues lo que sigue se desarrolla de algún modo en un diálogo con lo ya plasmado, que tanto guía como limita. Un diálogo en el que el artista sondea las posibilidades cifradas en ese comienzo que ya es materia, impulso convertido en forma, dirección que ha tomado la voz en su aventura de manifestarse. Pero no sabemos si Schubert buscaba algo, porque muchas veces descubrimos qué buscamos durante el proceso mismo de buscarlo. No es raro, porque el objeto de la pesquisa no suele ser algo concreto o delimitado. Y mucho menos en el caso de artistas como Schubert, cuya música contiene lo indecible.
Admitamos que el primero y el segundo movimiento de La inacabada encierran un número incontable de posibilidades. También, que sugieren algunas claves acerca de cómo podría haber continuado la sinfonía, si Schubert no la hubiera metido en un cajón en octubre de 1822. El problema es la limitación del algoritmo, que trabaja escaneando las relaciones entre lo ya dado, y por eso resulta incapaz de agregar nada nuevo, nada que aflore de la cualidad imprevisible y abierta del gesto creador. En otras palabras, y sin más vueltas, nada vivo. En este sentido, esos dos movimientos que pergeñó la máquina no serían el complemento de la sinfonía, sino su negación o su antítesis, porque habrían nacido muertos.
Mientras crea, el artista no solo dialoga con aquello que ya volcó en la página, el lienzo o la partitura, sino también con las impresiones e imágenes de su experiencia de vida, con lo que ha visto, con su propia época, con su imaginación y por supuesto también con aquellas obras de arte que lo han conmovido y lo han ayudado a cincelar su propia sensibilidad. Se trata de diálogos inarticulados de los que muchas veces ni el artista es consciente, entregado más bien a la intuición, el oficio y esa voz de origen secreto que a veces, cuando en medio de su trabajo alcanza el estado de gracia, le dicta al oído por dónde seguir.
Entonces, amigos de Huawei, ¿por qué no dejar las cosas como están? La mayor parte de los compositores y directores de orquesta consultados en la nota, con muy buenas razones, cuestionan la iniciativa. "La composición me resulta maravillosa tal y como es, igual que la Novena sinfonía de Bruckner, incompleta, asimismo, por otras razones -dice Gustavo Gimeno, director de la Filarmónica de Luxemburgo-. Schubert vivió lo suficiente como para haberla acabado [aunque murió a los 31 años] y no lo hizo. ¿Quiénes somos nosotros para completar un trabajo de, en este caso, uno de los músicos más sensibles, refinados y originales de la historia?".
Por último, hay un misterio, un agujero negro, que nunca será llenado. La creación, en cualquiera de sus formas, descansa en el misterio. Ese es el problema con la vida virtual y la tecnología con la que convivimos a diario. Tienen horror al vacío, al silencio, y todo lo llenan. Matan el misterio. Por eso, lo mejor que pueden hacer los algoritmos y las lumbreras que están detrás es conformarse con dominar el mundo, pero admitiendo que hay ciertas cosas que les está vedado alcanzar. Por favor, más respeto por Schubert.