Reseñas: Sombra vana, de Jane Harvey
Una novela inglesa y su metáfora
“Nunca más tener que darle el beso de las buenas noches. Después de cincuenta y tres años de tener que besarlo”, piensa aliviada la señora Mary Winthorpe cuando le avisan que su esposo, el coronel Alfred, acaba de morir.
Este desamor por el difunto, que marca el comienzo de Sombra vana, novela de Jane Hervey (seudónimo de la escritora inglesa Naomi Blanche Thoburn McGaw), es compartido en mayor o menor medida por dos de sus tres hijos varones.
A Jack, el mayor –un pintor cincuentón que se casó con una joven actriz contra la voluntad de su padre– le preocupa que lo hayan desheredado.
Su hermano Harry sugirió que no hubiera “escenas de lecho de muerte”, pero a Brian lo enfurece que todos se hayan ido a dormir “ajenos a todo, mientras el viejo se moría”.
Aunque Laurine, la esposa de Jack, se hace ilusiones de convertirse en una mujer rica y sentía terror de decir algo incorrecto en presencia del coronel, reconoce que el anciano siempre se mostró amable con ella.
Joanna, la nieta cuya madre murió en el parto, siente que su abuelo materno fue el único padre que ha conocido. Sin embargo, le impuso una disciplina tan rigurosa que su amor por él se transformó en miedo. Ella es profundamente infeliz en su matrimonio, pero no se atreve a dejar a su marido para irse a vivir con el hombre al que ama.
Thoburn McGaw nació en 1920. Escribió Sombra vana a principios de los años cincuenta, pero la novela –que recién ahora se conoce en castellano– permaneció inédita hasta 1963. La obra transcurre a lo largo de cuatro días, suficientes para trazar un minucioso retrato de una familia de clase alta en el cual predomina el tono irónico.
Los personajes componen un protagonista colectivo. El cuidado por delinear en ellos diferentes matices psicológicos los humaniza y los aleja de los estereotipos. Aunque lo que se calla termina siendo más importante que lo que se dice, la narración –sustentada por diálogos que definen actitudes y comportamientos– parece admitir la posibilidad de una estructura teatral.
El recuerdo fantasmal del “feroz e intolerante” coronel (Oficial de la Orden del Imperio Británico y Juez de Paz) todavía acecha a sus familiares, mientras organizan los preparativos del funeral y discuten si el deseo del militar era ser enterrado o cremado. La autora, además, se ocupa de describir las reacciones del personal al servicio de los ?Winthorpe, dueños de una propiedad que comprende una casa edificada trescientos años atrás y una finca de ochocientas hectáreas.
La sobria ambientación se centra en los pequeños detalles. Las personalidades se van revelando en gestos sutiles y conversaciones signadas por una cortesía forzada detrás de la que se esconden la frustración o la indiferencia. El simple reparto de los objetos de una vitrina puede afectar sentimientos muy hondos. Esto sucede en el caso de Laurine al observar, en silencio y de lo más ofendida, que Jack –a quien le corresponde elegir primero– no elige un reloj que ella adora. A veces alguien pierde la compostura, como cuando Harry se enfurece porque su huevo pasado por agua no se cocinó durante cuatro minutos exactos.
El título del libro de Hervey alude a un fragmento del “Salmo 39” que reflexiona sobre la caducidad de la vida y es leído por el pastor en el sermón fúnebre: “Ciertamente el hombre pasa como una sombra vana, y así en vano se conturba: atesora y no sabe para quién congregará aquellas cosas”. Esta cita bíblica podría interpretarse fuera del contexto religioso como una invitación a vivir el presente de la vida sin postergar nuestros momentos de felicidad a cambio de recompensas materiales o de un estatus social. En ese sentido la novela también insinúa una metáfora en torno a la muerte del coronel que simboliza la muerte definitiva de los últimos vestigios del rígido orden victoriano aún imperante en Gran Bretaña y anuncia los vertiginosos cambios culturales que traería la década de 1970.
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SOMBRA VANA
Jane Hervey
La Bestia Equilátera
Trad.: Laura Wittner
270 págs., $ 290