Reserva Ecológica, un bien en peligro
Hace algo más de dos semanas, un grupo de supuestos indigentes intentó ocupar por la fuerza terrenos pertenecientes a la Reserva Ecológica de la Costanera sur para instalar allí sus precarias viviendas. Dicho episodio sirvió para subrayar, una vez más, que la subsistencia de ese predio está en perpetuo peligro por causa de la indiferencia de algunos funcionarios y, al mismo tiempo, por la codicia con que es mirado desde diversos sectores.
En principio, la Reserva -nunca está de más repetirlo- no fue otra cosa que un rellenamiento destinado a servirle de base a un desmesurado proyecto de expansión urbana. Avatares institucionales y, asimismo, la falta de recursos hicieron que en las tierras vírgenes, sumidas en el más absoluto abandono, florecieran muchísimas especies de la flora propia de la zona costera bonaerense y, al mismo tiempo, empezaran a afincarse ejemplares de la fauna avícola y terrestre de la misma región. Hoy en día, bellamente silvestre y situada a pasos de la Plaza de Mayo y del Centro de la ciudad, la susodicha Reserva es calco fiel de cómo era la fisonomía de esta región cuando a ella arribaron sus colonizadores.
Entretanto, algunos detractores la califican en forma despectiva -"apenas son tierra y desperdicios volcados sobre sanitarios desechados"- y otros procuran desmerecerla, animados por la velada intención de que so pretexto de parquizarla o dotarla de infraestructura para nada acorde con su finalidad actual fuere destinada a lucrativas finalidades inmobiliarias.
Esas interesadas objeciones -las propuestas abarcaron desde un helipuerto hasta un campo de golf e instalaciones para deportes náuticos- desdeñan reparar en que se trata de un espacio verde que abarca 300 hectáreas. Dadas sus características, por cierto muy diferentes de las de los menguados parques y plazas de la urbe, atrae un millón de visitantes anuales, entre ellos colegiales, estudiantes, estudiosos y hasta algún distinguido huésped que no pudo reprimir su asombro al avistar cisnes de cuello negro a pasos de las céntricas moles edilicias.
Declarada reserva urbana e indisponible por una ordenanza del ex Concejo Deliberante -esa norma está vigente y tiene fuerza de ley local-, el mantenimiento de la Reserva y Parque Natural Costanera Sur ha desvelado a un puñado de abnegados servidores públicos y su gestión ha preocupado sanamente a caracterizadas organizaciones no gubernamentales especializadas y a la Universidad de Buenos Aires. No es para menos: hasta la actualidad, más de trescientos incendios, probadamente intencionales y casi todos impunes, trataron en vano de arrasarla. Y desde un tiempo a esta parte, en una de sus márgenes ha sido levantado, merced a la cómplice tolerancia de las autoridades, un asentamiento precario del cual, es probable, provinieron quienes pretendieron extender la usurpación.
Sugestiva coincidencia: poco antes, el defensor del pueblo adjunto para los temas ambientales, Antonio Brailovsky, había anunciado la creación del Programa de Fortalecimiento Institucional de la Reserva y había convocado a una reunión sobre el terreno con el propósito de difundirlo. Según dicho funcionario, hay una tendencia soterrada que trata de mantener a la Reserva lejos del conocimiento del grueso de la comunidad, de manera tal que muchos de sus integrantes sigan ignorando que es suya y que la pueden utilizar. Estrategia conducente a que ni se consolide ni se integre con el resto de las actividades urbanas.
A Buenos Aires le sobra cemento y le faltan espacios verdes, sobre todo con esas características únicas. La Reserva Ecológica, pues, no debería perder la peculiar singularidad que, precisamente, impone perdonarle que la hayan interpuesto entre nosotros y nuestro río. Sin dudas, es un valioso recurso ambiental, merecedor de que las autoridades porteñas se aviniesen a prestarle atención y a rescatarlo de codiciosas interferencias, ya fuere por lo cómodo de su acceso, porque en su interior se puede apreciar, como en ningún otro lugar de la urbe, la imponente obra de la naturaleza y, por igual, porque en todo el ámbito de la ciudad los porteños sólo podemos vislumbrar cómo era la fisonomía original de estos parajes cuando estamos dentro del parque natural -la Reserva- que bordea la Costanera sur.