Richard Ford: el escritor como cirujano
El flamante ganador del premio Princesa de Asturias de Letras fue reconocido por su creación de Frank Bascombe, de cuya primera aparición se cumplen por estos días 30 años
MADRID.- Richard Ford escribe con un bisturí que no deja cicatrices. Su lenguaje áspero, minimalista, en apariencia frío alumbró algunas de las narraciones más vivas de la cultura, la gente y la política actual de Estados Unidos.
Suele bromear que en su caso ser novelista sería cosa del destino: es disléxico, estudió letras porque era la única carrera en la que lo aceptaron, se dedicó durante años a oficios poco creativos, fracasó como periodista. Hasta que, pasados los 40 y desempleado, se entregó de lleno a su imaginación. De esa crisis surgió El periodista deportivo, el libró consagratorio en el que introdujo al mundo a Frank Bascombe, su personaje universal.
Justo cuando se cumplen 30 años de aquella creación Ford fue galardonado hoy con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2016, uno de los máximos reconocimientos a la carrera de un escritor que se entregan en el mundo hispano y que se suma a una lista de distinciones que incluye dos Pulitzer, un Pen/Faulkner y un Femina.
El jurado valoró su "cuidado detallismo en las descripciones, la mirada sombría y densa sobre la vida cotidiana de seres anónimos e invisibles", así como "la desolación y la emoción" que transmiten los cuentos y novelas en los que respira "el mosaico de historias cruzadas que es la sociedad norteamericana".
Destacó sobre todo la creación del inolvidable Bascombe, novelista frustrado, periodista de éxito, agente inmobiliario y finalmente jubilado a través del cual Ford se valió para contar Estados Unidos durante las últimas cuatro décadas. Desde El periodista deportivo (1986) hasta la reciente colección de novelas cortas Francamente, Frank (2014), pasando por El día de la independencia (1995) y Acción de gracias (2006).
Ford evolucionó de la mano de Bascombe, aunque reniega de que lo consideren su alter ego. Él, a diferencia de su personaje, nunca tuvo hijos ni quiso tenerlos; no triunfó como periodista y, claro, no fracasó como escritor. Y, sin embargo, suele llevar encima una libreta Moleskine en la que anota qué pensaría Bascombe ante episodios cotidianos que le toca vivir: "Me ayuda a estar más conectado al mundo".
La noticia del premio sorprendió a Ford, de 72 años, en su casa de las afueras de Nueva York. "Los escritores escriben libros para los lectores; así que, cuando se reconoce a uno de nosotros, es un buen día, tanto para la escritura en su conjunto como para todos los lectores", lo celebró, fiel a sí mismo, en una nota que no derrocha palabras.
Una infancia difícil
Nacido en Jackson (Mississippi), la tierra de Faulkner, Ford tuvo una infancia difícil. Era un mal estudiante, con fama de meterse a menudo en peleas callejeras de las que sobrevivió su pasión por el boxeo, que todavía hoy practica para relajarse.
En los años 60 trabajó en los ferrocarriles de Missouri, quiso estudiar administración de empresas, pero terminó en Letras, en la Universidad de Michigan. En 1976 intentó una primera novela, Un trozo de mi corazón, que según sus palabras "no leyó nadie". Cinco años después probó suerte con La última oportunidad, mientras empezaba a trabajar en lo que creía iba a ser su profesión definitiva, el periodismo deportivo.
El giro en su vida llegaría cuando cerró la revista en la que escribía, Inside Sports, y fracasó en su intento de que lo contratara Sports Illustrated. Su mujer, Kristina Hensley, lo alentó a hacer "algo que realmente lo divirtiera".
El periodista deportivo (1986) resultó un éxito instantáneo. El mundo descubrió un narrador esencial para entender la sociedad norteamericana moderna, con sus contradicciones, sueños y miserias.
Raymond Carver calificó alguna vez a Ford como el mejor escritor vivo de los Estados Unidos. Él se ríe cuando se lo recuerdan: "Me conformo con ser un escritor vivo". La crítica lo considera un heredero de Hemingway por su estilo sobrio y por la extrema parquedad y precisión de sus descripciones.
Sus párrafos son descargas.Hay que leer, por ejemplo, el comienzo de su última novela, Canadá (2013): "Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después. El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a mí en la senda que acabarían tomando nuestras vidas".
Nunca le atrajo lo políticamente correcto, más bien lo contrario. Es un constructor de escenas desgarradas, a veces irónicas e impiadosas. En Francamente, Frank relata así la visita que Bascombe le hace a su ex mujer recién diagnosticada con Alzheimer: "Tiene la piel brillante pero veteada, los huesos de la cara más visibles, los glaciales ojos, claros y extrañamente luminosos, y la nariz, en tiempos tersa, más grande y afilada, como si se estuviera concentrando. Sus pechos parecen más menudos. Está, en realidad, más guapa de lo que la recuerdo, como si le sentara bien el hecho de tener una enfermedad degenerativa y mortal".
Como maestro también del relato corto, a Ford se lo encasilla en el "realismo sucio" de Carver, Fante y Bukowski: minimalismo, lenguaje despojado, seres vulgares y corrientes como personajes. A él no le gusta esa etiqueta.
El Premio Princesa de Asturias de las Letras –creado en 1981– otorga al ganador 50.000 euros y una escultura de Joan Miró. A Ford lo impulsaron el español Antonio Muñoz Molina y el irlandés John Banville. Se impuso en la última ronda de votación del jurado al poeta polaco Adam Zagajewski. En la nómina de finalistas figuraban David Mamet, Andrés Trapiello, Antonio Lobo Antunes y Philippe Claudel, entre otros.
En octubre recibirá el reconocimiento de manos del rey Felipe VI, en Oviedo. Se espera para entonces algún indicio de su próxima obra. Dice que ya no revivirá a Bascombe. Pero aun con otros nombres seguirá contando la historia cotidiana de Estados Unidos. Ese país del que dijo hace poco: "Lo amo, pero cada día me cuesta más quererlo".