Sergio Ramírez y Vaclav Havel: la cultura en el centro de la política
Los dos tienen la palabra como principal herramienta, Vaclav Havel desde el teatro, los ensayos; Sergio Ramírez, con la novela.
Los dos se hicieron cargo de lo que sus palabras generaron en su país en su tiempo, y se sumaron a la política activa aceptando cargos públicos de relevancia. Havel fue presidente de República Checa y Ramírez vicepresidente de Nicaragua.
A Ramírez, reconocido internacionalmente, premiado, solo le faltaba la persecución, la que Havel sufrió toda su vida (con cárcel incluida) y ahora la está padeciendo. El régimen de Daniel Ortega ordenó su arresto por “realizar actos que fomentan e incitan al odio y la violencia”.
Las palabras, esa maravillosa argamasa, son capaces de generar cambios, capaces de liderar procesos, ponen en blanco y negro, explican desde la sutileza que el bruto no llega a entender y por eso se le filtran, avanzan, se derraman sobre la gente que moldea su propia realidad con su ayuda.
El poder de los sin poder fue el concepto de Havel, simpleza absoluta para describir una realidad asfixiante, anacrónica, que el movimiento Carta 77 y un grupo de intelectuales con osadía ayudaron a cambiar y a vencer de manera definitiva.
La trilogía del inspector Dolores Morales, El cielo llora por mí, Ya nadie llora por mí y la reciente Tongolele no sabía bailar introducen la Nicaragua actual, con todo su padecimiento y brutalidad, en un relato policial, una ficción, en la que las huellas de la sinrazón están al descubierto.
Los escritores, los autores de teatro y cine y series, los actores, los músicos, los artistas, tienen el deber de contar desde otra plataforma, usar las palabras, el cuerpo, las notas musicales para expresar una época, para contar para el futuro, para develar, para cambiar el mundo.
Algunos de ellos, unos pocos, se van moviendo en esa delgada línea, ese despeñadero que parecería que implica contar con ficción la realidad más cruda, para que llegue a todos desde la emoción, para que pase desapercibida por los atolondrados, para que movilice a los que pueden cambiar las cosas.
Y algunos menos, pasan un día a la acción, son artistas o intelectuales vistiendo los trajes de la política, de los funcionarios, y dejan su huella en todo. En el estilo, en los equipos que forman, en la épica de sus viajes, sus decisiones, sus discursos, en todo dejan huella, les cuesta la burocracia, la máquina de demorar de transformar y a veces demoler las mejores intenciones, pero dejan su impronta porque vibran en otra sintonía, sintieron en el cuerpo las injusticias, la opresión, y lo contaron con sensibilidad.
Las palabras son su escudo además de su lanza. En ambos casos, su potencia literaria, su calidad, los hizo conocidos en el mundo, admirados y protegidos.
Sus hojas de vida -la de Ramírez tiene muchas páginas en blanco todavía- son especiales.
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