Siempre hay razón para la esperanza
El grave cuadro de recesión, desempleo, caída abismal del producto bruto, cautiverio de los depósitos bancarios, escapada del dólar y rebrote inflacionario en el que se debate hoy nuestro país, ha llevado a los argentinos a un comprensible estado de impotencia, crispación y escepticismo. A nadie puede sorprender que, en ese contexto, prevalezcan en la población el desánimo y el mal humor.
Sin embargo, como lo señaló Marita Carballo en un trabajo publicado recientemente en las páginas de LA NACION y basado en encuestas de la empresa Gallup, aún es posible rescatar en los integrantes de nuestra sociedad algunas actitudes positivas, algunos rasgos -por ahora tímidos- de optimismo. Frente al descalabro económico y social que nos debatimos, somos muchos los argentinos que no bajamos la guardia; diríase que nos obstinamos en mantener un espacio abierto a la esperanza.
Según una encuesta realizada en el primer trimestre de este año, seis de cada diez habitantes de nuestra República creen que están en condiciones de influir favorablemente sobre la realidad social. En este punto se ha registrado, a través del tiempo, una curiosa evolución. En 1999 sólo el 31% de los encuestados pensaba que podía hacer mucho -o bastante- por su país. El 64%, en cambio, estimaba que podía hacer poco o nada por mejorar las cosas. En 2002, las cifras se han invertido: el 55% cree que puede influir mucho o bastante en los sucesos políticos y sociales; el núcleo de los pesimistas, por el contrario, ha descendido al 40 por ciento.
Una nueva tendencia parece haber surgido en la población. Los individuos se sienten hoy más responsables, se creen capaces de asumir un protagonismo social más activo, una mayor participación ciudadana. Y no sólo para alzar su voz de protesta, sino también para actuar sobre la realidad, para producir cambios.
Pero la realidad actual ofrece también otro dato positivo: la existencia de un creciente sentimiento de solidaridad entre los argentinos. A medida que crece la adversidad económica y social, se fortalece en la población la voluntad de ayudar al prójimo.
También aquí los números de Gallup son elocuentes. En febrero último, el 32% de las personas con más de 17 años había cumplido tareas solidarias o de bien público, en forma desinteresada, en los doce meses anteriores al momento de la encuesta. Cinco años atrás, sólo el 20% de los encuestados había realizado trabajos voluntarios.
Las cifras demuestran, pues, que crece en nuestro país, día tras día, el número de personas que cumplen servicios en grupos de ayuda solidaria, tales como Caritas, Cruz Roja, organizaciones parroquiales, cooperadoras de hospitales o escuelas, sociedades de fomento y otras entidades similares.
Es importante tener en cuenta estas notas positivas de la realidad, reveladoras de que aún en medio de las crisis más severas, siempre es posible mirar el mundo desde una perspectiva alentadora. Cuando parece que sólo quedan ruinas, queda siempre algo más: una reserva moral, un fondo de esperanza.