Solidaridad en tiempos normales
Opera con valores radicalmente contrapuestos a la mezquindad habitual de muchos políticos y funcionarios
Durante las trágicas inundaciones me encontré releyendo Un paraíso construido en el infierno: las comunidades extraordinarias que surgen en los desastres, de la periodista norteamericana Rebecca Solnit. Galardonado en Estados Unidos como uno de los mejores libros de 2010, estudia las reacciones de sociedades ante desastres naturales llegando a la conclusión de que todas tienen algo en común: producen comunidades, pequeños paraísos donde la gente, de forma espontánea y autónoma, genera cadenas de solidaridad y ayuda a los demás.
Según Solnit, en estas situaciones los vecinos se convierten en amigos, casi familiares, y la ausencia de gobierno o de una respuesta estatal ante el desastre no conlleva un estado de anarquía y de guerra sino que da lugar a la cooperación. La respuesta ante el desastre no es organizada de arriba hacia abajo sino que surge de las iniciativas de la sociedad civil, donde ciudadanos comunes logran estar a la altura de las circunstancias. La alienación social en la reacción solidaria ante la tragedia se desvanece.
La alienación social en la reacción solidaria ante la tragedia se desvanece
Es un argumento con implicancias enormes ya que si tiene razón obliga a repensar la naturaleza humana. En el fondo, Solnit pone en duda la teoría hobbesiana según la cual el ser humano es intrínsecamente egoísta. En aquella visión, ante la ausencia de un gobierno que establezca el orden, el hombre terminaría en una guerra de todos contra todos. Según Solnit, en cambio, las comunidades de solidaridad que surgen del desastre "sugieren que, al igual que las máquinas, restablecen su configuración original después de un corte de energía, los seres humanos vuelven a algo altruista, comunitario, ingenioso e imaginativo después de un desastre, que volvemos a algo que ya sabemos hacer."
Los hechos que siguieron a la terrible inundación parecen corroborar sus conclusiones. La televisión recogió numerosos relatos, y yo escuché algunos personalmente, de gente que puso en riesgo sus vidas para salvar a otros, que abrieron sus hogares para albergar a desconocidos, que compartieron comida cuando no alcanzaba ni para ellos. La ayuda, además, no tardó en aparecer: cientos de personas fueron a supermercados a comprar alimentos u otros productos de primera necesidad y los llevaron a distintos puntos encargados de recolectarlos y transportarlos. Cientos de voluntarios ayudaron a clasificar y ordenar estas donaciones, aparecieron camiones y choferes que se ofrecieron a llevarlas a donde hicieran falta, se organizaron recitales y jornadas de teatro a beneficio de los afectados, etcétera. Todo en menos de una semana y sin una directiva oficial.
A pesar de una década de política entendida y pregonada como conflicto y división, hay otro país latente
Esto nos demuestra que, a pesar de una década de política entendida y pregonada como conflicto y división, hay otro país latente. Un país en el que las personas se ayudan entre sí, donde los valores de la solidaridad y del amor al prójimo están en el centro de la escena. Este país opera con valores radicalmente contrapuestos a la mezquindad habitual de muchos políticos y funcionarios. En una de sus apariciones en la ciudad de La Plata, Cristina Fernández de Kirchner manifestó que "la patria es el otro". Es una hermosa frase. Ojalá se pudiera creer en la capacidad de este gobierno para utilizar ese sentimiento como base de construcción política y proyecto de país de ahora en más.
La tragedia demuestra que, como dice Solnit, "la posibilidad del paraíso está dentro de nosotros como capacidad natural". El desafío es no esperar al desastre sino hacer del paraíso una realidad en tiempos normales.