Tiempo de definiciones en una causa por abuso de menores
La Corte Suprema de Justicia de la Nación tiene en sus manos un tema muy sensible para la sociedad toda. Finalizadas las instancias en la justicia de Entre Ríos, la causa contra el sacerdote Justo Ilarraz por abuso de menores llegó a esa etapa, luego de que se le dio lugar a un recurso presentado por la defensa del acusado y ya condenado, en el que se pide la declaración de prescripción. No se pide la absolución por la acción, sino que caiga por el paso del tiempo, que prescriba, dándole de esa manera aún más acreditación a los sucesos, confirmándolos. Meses atrás, desde ese tribunal se corrió vista del expediente a la Procuración de la Nación. Es entonces misión de la Procuración, junto a la Corte, dar la última palabra.
Sobrevivientes de los abusos, familiares, amigos y muchas personas de la comunidad están a la espera de esta resolución. Será un fallo que dará contundencia, de ser favorable, a una la ley gestada a partir de esta causa (la ley 27.206), en favor no solo de las víctimas, sino de toda la sociedad argentina. Incluso, hubo repercusión internacional sobre el caso. Un fallo ejemplar será un beneficio para el crecimiento y para el cuidado del pueblo, a la vez que un fortalecimiento del Poder Judicial en la lucha contra la corrupción, en la lucha para que no haya ningún atropello más a la niñez.
Los meses de abril y mayo quedaron marcados en las vidas de quienes fuimos víctimas de abuso sexual, durante nuestra niñez, en el Seminario Arquidiocesano de Paraná. En esos meses, cuatro años atrás, fue cuando pudimos hacerle frente, en la medida en que pudimos, a la dura realidad que vivimos. Meses donde afrontamos la vergüenza y la culpa, impuesta y fomentada desde una parte insensible, indiferente y atrevida de la Iglesia, usando su poder para aplastar y hundir.
Prevaleció en los denunciantes el coraje y la valentía. Y eso nos hizo sobrevivir. Por eso, no nos rendimos. Solo pretendieron callarnos mediante sus engaños, pedidos, promesas y consejos. Nos hicieron sentir salvadores y culpables a la vez, pero no salvadores de las víctimas o posibles víctimas, sino salvadores de su propio destino, de sus propios beneficios. Buscaron hacernos sentir responsables, al contar los hechos ocurridos, de manchar al Seminario. Quisieron asegurarse para ellos el silencio y la impunidad. Cerraron, con su poder, nuestros labios de niños, aprovecharon nuestra vulnerabilidad y dañaron sentimientos. Con su perversa actitud ahogaron los sueños y las esperanzas de muchos, atrofiando sus cuerpos y sus almas.
Aquellos humildes chicos crecieron, se volvieron valientes y decididos, se manifestaron después de poder quebrar aquellas imposiciones, se expusieron a partir de sus propias convicciones morales y éticas, e hicieron lo que corresponde y es debido: hablar, contar lo allí sucedido siendo niños y denunciarlo. Dejaron al descubierto, con sus testimonios y vivencias, las incoherencias religiosas y humanas de algunos integrantes de la Iglesia que gozaban de prestigio.
Transcurría el otoño en aquel año 2018 y, luego de períodos de investigación, de citaciones y audiencias, llegó el juicio. Se caía entonces el velo; al fin se manifestaba la verdad, incluso por ellos reconocida, y se lograba revelar el horror padecido por niños en el internado.
La justicia entrerriana estuvo a la altura de las circunstancias. Por eso, nuestro reconocimiento a la Procuración, a los fiscales que se desempeñaron con lealtad y compromiso en la investigación y llevaron el caso a juicio, a nuestros abogados y a los jueces, a los miembros de las distintas cámaras que intervinieron en distintas apelaciones y al mismo Tribunal Superior. La verdad se impuso sobre la corrupción, se evidenció el poder de la verdad a pesar de actitudes absolutamente egoístas, autoritarias y arbitrarias de parte de algunos religiosos, que prefirieron su confort y evitaron involucrarse.
No puedo dejar de reclamar por la lamentable demora de la Iglesia, con respecto a la tarea de enjuiciar a los presbíteros pedófilos. Pasa el tiempo y las autoridades parecen indiferentes, parecen sentirse personas ajenas y lejanas a tales circunstancias, sin importarles la angustia de sus fieles, tal vez no manifestada, pero en la gran mayoría sentida, aprovechándose de su nobleza a la fe. Parecen no ver que su insuficiente, lenta y tibia actuación hace también al malestar y a la indignación de muchísimas personas.
Nuestra Iglesia, mediante el mensaje bíblico, nos relata que el pueblo de Israel caminó 40 días por el desierto, hasta llegar a la tierra prometida, tierra donde emanaría leche y miel. No queremos que se repita esta historia, pasando años, pasando generaciones. Hoy por hoy, no soñamos con leche y miel, soñamos con justicia, justicia que nos han asegurado que habría. No pretendemos una justicia a espada y fuego ni un castigo eterno, sino una justicia que le dé a cada uno lo que le corresponda, lo merecido, tras haberlo cosechado por sus malos o buenos desempeños.
Estamos ahora a la espera de la palabra de a Procuración y de la Corte Suprema. Vienen tiempos de definiciones; no perdamos oportunidades.
El autor es una de las víctimas en el caso Ilarraz