Trump también se pierde camino a Corea del Centro
Hace poco, justo el día de la Tradición, un amigo señaló que a nuestros bosques ya ni siquiera los tapan árboles, sino esos yuyos rebeldes que aparecen después de cualquier lluvia. Tanto machacar con las aparentemente irreconciliables diferencias entre ambas Coreas, tanto en el plano metafórico como en el real, tal vez hayamos perdido dimensión de la importancia que sin duda ha tenido el reciente viaje de Donald Trump a ese continente. Es evidente que no somos los únicos que dudamos en comprender la compleja dinámica geopolítica y la enorme diversidad que caracteriza a la región más populosa y estratégica de la tierra. En efecto, en el contexto de la altísima tensión por la crisis nuclear en la península coreana y por la incertidumbre y los recelos que genera el recientemente ratificado programa expansionista chino, Washington necesitaba imperiosamente reafirmar su errática política exterior y tranquilizar a sus socios y aliados en la región. También era importante conformar una coalición para, al mismo tiempo, contener a Corea del Norte y convencer a los principales mercados asiáticos de la vocación de integración comercial americana, a pesar de su unilateral retiro del TPP (Tratado Trans Pacifico). A tales efectos, se diseñó una gira de doce días durante la cual Donald Trump visitó Japón, Corea del Sur, China, Vietnam y Filipinas. Al margen de (o como en realidad reflejan) las pomposas declaraciones que el ya desgastado líder republicano realizó a horas de su regreso, el balance de este periplo asiático no parece ser particularmente positivo.
En efecto, la administración Trump ofreció versiones contradictorias e incoherentes de sus objetivos y estrategias para el Asia-Pacífico. Como consecuencia, una alarmante sensación de incredulidad predominó en muchos actores clave, desde Tokio hasta Seúl y desde Hanoi hasta Manila. El propio presidente creó distracciones innecesarias con esa ráfaga de insultos infantiles dirigidos al líder norcoreano Kim Jong-un, mientras que no ahorró elogios para el controvertido presidente ruso, Vladimir Putin. Como consecuencia, nadie en Asia sabe a ciencia cierta qué esperar. Prima facie, los grandes beneficiados parecen ser tanto Beijing como Moscú.
Por un lado, quedó en claro que China será “el” socio asiático al menos durante la próxima década (y en contraposición con las recordadas diatribas de la campaña electoral): Trump es un regalo del cielo para el proyectado ascenso de este país como una potencia global aún más consolidada. Por otro lado, una Rusia cada día más activa e influyente en Medio Oriente, y que tiene a maltraer a toda Europa Central y del Este, busca también reposicionarse en la geografía donde sus fronteras son más amplias y vulnerables. En este sentido, el barullo y la falta de foco típicas de la política exterior de Trump allanan el camino para que tanto China como Rusia puedan ampliar su respectivas influencias.
El primer destino de esta gira había sido Tokio, donde Trump gozó de una entusiasta bienvenida por parte del primer ministro Shinzo Abe, quien lo cortejó hasta con un partido de golf. No será fácil olvidar el reclamo para que las automotrices japonesas fabriquen autos en los EEUU, cosa que ocurre hace décadas. Luego, en Corea del Sur, donde había una lógica preocupación de que Trump inflamara las tensiones con Pyongyang, el discurso del presidente norteamericano a la Asamblea Nacional resultó, por el contrario, prudente y medido. Fue muy bien recibido por el círculo rojo de Seúl.
Hasta ese momento, parecía que cierta coherencia iba a prevalecer en la política exterior norteamericana para Asia-Pacífico. Incluso, se volvió a emplear la etiqueta “Indo-Pacífico”, utilizada en octubre en la gira preparatoria del secretario de Estado Rex Tillerson. Se trata de un original modo de minimizar el creciente papel de China en la región y enfatizar los lazos entre los Estados Unidos y las naciones democráticas (Japón, Australia y sobre todo India).
Pero al llegar a Beijing, tercera etapa de su viaje, esas esperanzas no tardaron en desmoronarse. Trump fue extrañamente respetuoso con el presidente Xi Jinping, casi al punto de la sumisión. Una señal bastante diferente de la que esperaban sus aliados y un contraste notorio considerando el discurso duro sobre China que tantas veces había usado Trump. Más aún, enfatizó que ambas naciones eran “las dos economías más grandes e importantes motores del crecimiento económico global” y que, por lo tanto,necesitan trabajar juntos para ayudar a resolver los problemas del mundo. La afirmación entra en clara contradicción con el espíritu del “Indo-Pacífico” y remite a la idea de un concordato global, una suerte de G-2, una alianza preocupante para todos los países que se sienten amenazados por Beijing. Y que, desde luego, implica ignorar cualquier mención a la cuestión de los derechos humanos.
En Vietnam, Trump participó de la cumbre de Cooperación Económica Asia-Pacífico, donde pronunció un discurso plagado de esa dialéctica comercial de suma cero que solía ser un elemento básico de su campaña America First. En concordancia con su estrategia general de nacionalismo económico, que en la práctica se visualiza a través de cómo se van liquidando los acuerdos comerciales multilaterales, ratificó su voluntad de establecer convenios bilaterales, aclarando que no desea que “nadie se aproveche más de los Estados Unidos” (como si alguna vez eso en efecto hubiese ocurrido). Ignorando o por encima de ese reclamo por lo menos infundado, otras once naciones (Singapur, Brunei, Nueva Zelanda, Chile, Australia, Perú, Vietnam, Malasia, México, Canadá y Japón) aprovecharon el encuentro en Danang para anunciar un acuerdo tentativo de comercio multilateral para una nueva Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés): el mismo que Trump canceló en su tercer día en el cargo. Esta nueva versión del TPP (“TPP-11”) es, precisamente, una reacción a la incertidumbre generalizada sobre el papel de Estados Unidos en Asia.
Rodrigo Duterte, el controvertido presidente de Filipinas, llevó a cabo miles de ejecuciones extrajudiciales como parte de un inusual programa de lucha contra el narcotráfico. Durante su encuentro con este líder, Trump omitió una vez más mencionar públicamente cualquier referencia a la temática de los derechos humanos o de los valores democráticos. La política exterior de EEUU parece pivotear entonces en dos dimensiones: la cuestión de la seguridad (aunque sin claridad respecto de objetivos estratégicos) y un cambio en las reglas del comercio global pensando en el ilusorio objetivo de generar empleo industrial en el cinturón oxidado del Medio Oeste. Vale la pena recordar la frase del gran Tip O’Neill, representante de Massachussets y jefe de la cámara baja en los años de Reagan: “Toda la política es política local” (all politics is local).
Tal vez, el único punto en el que Trump logró algún tipo de consenso al menos preliminar fue en lo relativo a Corea del Norte. El presidente norteamericano utilizó a Pyongyang como bandera unificadora para la región para que esa amenaza aglutine la acción coordinada de países como China, Corea del Sur y Japón. El argumento de Trump durante su gira asiática, luego de advertir que cualquier ataque contra Estados Unidos o sus aliados sería un “error de cálculo fatal”, fue que no importa cuántas diferencias puedan tener esos países: amenazas de seguridad existenciales como la que representa Corea del Norte proporcionan un punto focal para trabajar en conjunto. Una vez más, no los uniría el amor, sino el espanto.
Se trata de un logro acotado para doce días de viaje durante los cuáles el GOP sufrió durísimas derrotas electorales en Virginia y Nueva Jersey. Pocos creen que Trump podrá cumplir con su promesa de hacer grande nuevamente a los EEUU (“Make América Great Again), pero muchos están esperanzados de que sea el Partido Demócrata el que salga favorecido de esta peculiar coyuntura. Es posible que resurja de sus cenizas y sea en las elecciones de medio término del próximo año una fuerza mucho más vigorosa y competitiva de lo que se esperaba luego de la dura derrota de Hillary Clinton.