
Una ética navideña
Esta Navidad, muchos creyentes reflexionarán a partir de la pregunta: ¿a qué nos llama Jesús? Soy agnóstico, pero me interesa la respuesta. Las religiones me atraen intelectualmente lo suficiente como para haberme doctorado en estudios religiosos, una disciplina académica que abarca el análisis conceptual del fenómeno religioso y el estudio particular de ellas.
No hay un único relato de la vida y mensaje de Jesús. Los evangelios canónicos, los que se encuentran en la Biblia, fueron escritos bastante tiempo después de su muerte y por personas que no lo conocieron. El Evangelio según San Marcos probablemente no fue redactado hasta el año 70; los Evangelios de Mateo y Lucas, alrededor del año 85, y el Evangelio de Juan, entre el año 90 y el 100. No es menor el tiempo transcurrido entre la muerte de Jesús y estos relatos. Es como si recién ahora alguien escribiera una crónica sobre los pormenores del Mundial de 1978 o como si hoy se publicara la primera historia de la Segunda Guerra Mundial.
Existen también evangelios no canónicos que ofrecen interpretaciones alternativas de la vida y enseñanza de Jesús. En el Evangelio de Tomás, por ejemplo, Jesús niega que el reino de Dios sea un lugar que esté en algún horizonte futuro por llegar: "Si aquellos que lideran dicen, «miren, el reino está en el cielo», entonces las aves llegarán antes. Si dicen «está en el mar», entonces los peces llegarán antes". Jesús parece un maestro zen pregonando el cambio interior de sus discípulos, quienes en cambio esperaban que algo sucediera desde afuera. En el Evangelio de Judas, éste traiciona a Jesús como parte de un pacto mutuo. Judas es el discípulo preferido, el único con el cual Jesús compartió su plan redentor. También se conoce el Evangelio de la Infancia de Tomás, en el que se describen las travesuras del niño Jesús, que incluyen asesinar con una maldición a un chico y dejar ciego a vecinos que se quejan de su conducta. Resalto, para la tranquilidad de todos, que después Jesús revierte estos hechos.
A pesar de las distintas versiones, hay cierto consenso entre los especialistas del Nuevo Testamento. Para ellos, Jesús era un profeta apocalíptico. Eso quiere decir que Jesús pensaba y predicaba que el fin del mundo, la llegada del Reino de Dios, era inminente: había que arrepentirse y cambiar rápido porque en poco tiempo sería demasiado tarde.
De esa creencia derivaba la urgencia de una ética que invierte los valores tradicionales de la sociedad. Vivimos en un mundo donde a veces parece que ante todo se valora el dinero, la belleza y el poder. Jesús, en cambio, se asociaba con los desamparados. Las "buenas nuevas" eran para ellos. Por eso el Evangelio según San Lucas declara "Dichosos los pobres, porque el reino de Dios les pertenece". Este Evangelio es el que de manera más contundente afirma la prioridad que Jesús les otorga a los pobres. El Evangelio según San Mateo, en cambio, dice: "Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece". Que Lucas enfatiza que los elegidos son los pobres de pertenencias se ve claramente cuando agrega: "¡Ay de ustedes los ricos, porque ya han recibido su consuelo!". Incluso los evangelios canónicos tienen visiones que no siempre concuerdan.
De la urgencia apocalíptica de un mundo que se acababa, surgía la demanda de un cambio total en nuestras vidas. El Evangelio según San Mateo no podría ser más claro: "No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa. Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda". Qué exigente. Cuán alta pone Jesús la vara moral. Claramente los valores de este mundo no son los valores del Reino de Dios.
Si Jesús era un profeta apocalíptico, entonces la pregunta a la cual nos llama hoy es, esencialmente, qué hacer con una ética diseñada para un reino de otro mundo, que era inminente, pero nunca llegó. Me atrevo a una respuesta que, sé, no es original. No todos estamos capacitados para abandonarlo todo y trabajar como Jesús entre los desamparados. Otros tendrán lazos familiares y metas de este mundo. Para ellos el relato de la vida, muerte y resurrección de Jesús enseña que una vida basada en la honestidad absoluta y el servicio a los demás son posibles empezando ya, en este momento de nuestras vidas. Esas reglas de juego no son las de este mundo y por eso el cristiano debe, como decía San Agustín, vivir dentro del mundo sin ser de él. Incluso, estoy convencido, la política no es otra cosa que el servicio a los demás, y especialmente a los más vulnerables, en pos de transformar un país para mejor.
La Navidad llama a recordar que hay otra medida para evaluar una vida, minoritaria, más difícil, de valor incierto, pero que también es apostar a una aventura que se forja al vivir en contra de la corriente. Ojalá hubiera poco riesgo en suscribirse a lo que escribió Borges en su poema "Fragmentos de un evangelio apócrifo": "Piensa que los otros son justos o lo serán, y si no es así, no es tuyo el error."
Cambiaría para bien nuestro país si así fuera, porque dentro de la enseñanza de Jesús y, por ende, dentro de cada cristiano, existe la demanda de construir un mundo más equitativo y solidario.
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