Una gran nación en condicional
Tango, zamba, cueca, chamamé, malambo, carnavalito. En la gala del Colón los cuadros folclóricos conmovieron hasta el llanto. Pero los visitantes ilustres se quedaron sin ver la expresión autóctona principal: el sapucai de Carrió. Macri comprobó que lidiar con ese rubio imprevisible y temperamental, Trump, es más fácil que hacerlo con esa rubia imprevisible y temperamental, Lila. El gobierno buscaba con el G-20 su propio cambio climático: el cambio de clima social. ¡Y lo logró! Se recuperó algo del espíritu del "sí, se puede" después de siete meses de "no se puede", que incluyó corridas cambiarias, devaluación e ida al Fondo. Parecía increíble: en la Argentina, donde el cisne negro es que algo salga bien, ¡todo había sido perfecto!
Quizás envalentonada por lo que ella podría sentir como la semana más exitosa de su carrera, orgullosa por las felicitaciones recibidas por el operativo de seguridad de la Cumbre y el cierre del caso Maldonado, e incluso en el medio de algún rumor de posible candidatura a vice de Macri en 2019, la ministra Bullrich evaluó que los dioses estaban de su lado, se dijo que es ahora o nunca, y lanzó la modificación de la reglamentación del uso de armas de fuego para la policía. ¡Pum! Sin dar la voz de alto Carrió, disparó varios tuits a zonas vitales: "La reglamentación de Bullrich viola los DDHH fundamentales. Nosotros no vamos a ir al fascismo". Marcela Campagnoli, diputada de la Coalición Cívica, explicó el enojo: "Nos enteramos por televisión". Los "errores de comunicacion" internos esconden lo que no está resuelto en la coalición Cambiemos: la puja de poder. Carrió no quiere que se tomen grandes decisiones sin consultarla. Las armas las carga el diablo: buscando reglamentarlas, el gobierno, solito, se disparó en el pie. Otra vez.
Voces oficiales se defienden con un argumento: dicen que las tensiones internas son saludables y una evolución de la democracia, luego de años de liderazgo vertical del kirchnerismo. Pero, ¿el votante de Cambiemos lo ve así? El analista político y consultor Alejandro Catterberg expresa sus dudas: "Los miembros de la coalición deberían tener mucha cautela. El gobierno viene de un año muy difícil. A principio de año el desacuerdo en la coalición disparó la desconfianza en los mercados y obligó a la oposición a sobrerreaccionar y tomar posiciones más extremas. Además este año aumentó mucho el rechazo a la política, nuestras encuestas de Poliarquía arrojaron datos preocupantes que hace años que no veíamos: el 30 por ciento dice que no le gusta ningún político. Los indicadores de humor social están en valores críticos. Generar un espectáculo político donde se pelean es jugar con fuego. Incluso para los votantes duros de Cambiemos estas disputas generan mucho nerviosismo".
A estas alturas, la pregunta más importante sobre la solidez de la coalición no es cómo llega a 2019 sino cómo seguiría. Para que sea realmente "Cambiemos" y no sólo "Llegamos"; para que este gobierno deje de ser la herramienta electoral para frenar la vuelta del kirchnerismo y se convierta en la herramienta de cambio profundo en lo económico y social, ¿cómo se van a administrar los desacuerdos dentro de una coalición con diferencias ideológicas tan marcadas en temas relevantes como economía o seguridad? ¿De qué manera reaccionarían la Coalición Cívica y el radicalismo si un Macri reelecto decide acelerar hacia "los cambios en serio"?
Mientras, en el Congreso de la Magistratura los representantes de los jueces hicieron un nuevo intento por retrasar el pago de ganancias. El cambio cultural es durísimo. Nadie cree que su metro cuadrado sea el problema. Si los jueces aceptan que no pueden tener privilegios, si los empresarios, si los gremios, si se baja el déficit, si disminuye la inflación, si se frena el dólar, si se recupera algo del poder adquisitivo, si el campo tiene una buena cosecha, si llegan las inversiones. Tuvimos la gala, la orquesta y la partitura. Nos queda la nota dominante: si. Argentina afina en si. Somos un gran país en condicional.