Una satisfacción austera y mesurada
No debería causarnos fastidio el nuevo año electoral. Tampoco hastío. Al menos en dosis muy profundas y sin retorno. Ambas sensaciones son comprensibles dada la confusa realidad argentina y la modesta oferta electoral que se presenta como posible competidora para resolver las urgencias angustiantes de la ciudadanía y para perfilar un futuro más o menos despejado.
Este año la democracia cumple 40 años y a pesar de los cimbronazos, descalabros y crisis recurrentes en materia económico-social, el país puede exhibir avances en materia política que contrastan con un siglo XX marcado por golpes de Estado, proscripciones, procesos democráticos condicionados, violencia política y terrorismo de Estado. Un ciclo dramático de inestabilidad institucional que incluyó un conflicto bélico con Gran Bretaña en 1982 y que terminó convirtiendo al país en paria internacional.
La reconstrucción política fue consistente a partir de 1983. No sin titubeos, contradicciones y amenazas, la democracia fue instalando los derechos y el liberalismo político como lingua franca en el vocabulario de la agenda política doméstica, tal como lo expresó Roberto Gargarella en el libro Discutir Alfonsín. Quizá la prueba de fuego del sistema fue 2001 cuando, en medio de una de las crisis económicas más agudas, la resolución política transitó las vías institucionales prescriptas por la Constitución. Una luz opacada por la oscuridad de esos días que se ilumina con la perspectiva del tiempo
Atados al presente perpetuo, atornillados a los efectos de la última noticia y dominados por el último “urgente”, dejamos de ver los sucesos con cierta distancia y perspectiva analítica, autocensurando la posibilidad de observar en un ciclo más largo aquello que colectivamente hicimos bien.
La democracia es la condición sine qua non para cualquier fórmula de crecimiento con desarrollo. No es intercambiable con otra manera de organizar la convivencia humana, a pesar de que muchas veces sus mecanismos parecen lentos y otras, sin sustancia. En todo caso, se trata de mejorar el sistema y no dejarlo en manos de quienes ofrecen respuestas sin mediación institucional o de quienes enarbolan discursos antipolíticos aglutinando furias y desencantos sin brindar alternativas serias basadas en consensos democráticos.
La democracia es un régimen que ordena la convivencia ideológico-política con procedimientos, formas, rutinas e hitos. Si en materia económica y social el país agudiza sus reprobados, eso no obtura los avances que en materia política y de derechos supimos conseguir en las últimas cuatro décadas. Uno de ellos es la regularidad de los procesos electorales, con su repetición bianual y la competencia de ideas y proyectos que suponen. El hastío, el cansancio y el desencanto son naturales consecuencias de una dura realidad atravesada por la pobreza y la inflación. A pesar de eso iniciamos un nuevo año electoral que es motivo de una satisfacción austera y mesurada, un estado de ánimo consciente de que nos queda una deuda social profunda y postergada que urge ser atendida.