Cada vez más, el malhumor social se manifiesta en estallidos de furia; los expertos advierten un debilitamiento de los lazos sociales y un crecimiento de las frustraciones en un contexto de crisis y desigualdad estructural,origen. Se afirma que el sostenimiento que recibe la Iglesia por parte del Estado responde a expropiaciones sufridas en el siglo XIX; sin embargo, esos aportes guardan relación con los viejos diezmos,XCVBica.ParDFGSHenim ad tatem iusto cor secte duipit utat, vullut niam dit utet ad ea consequipit lumsand iametue te con ercing ea consed ero euisi.
Los hechos se repiten cada vez con mayor frecuencia. Tanto es así que uno puede detectar sin demasiada dificultad puntos en común, una suerte de patrón, como si todos ellos fueran parte de una trama más profunda. Cuesta pensar los estallidos de furia ciudadanos –a ellos nos referimos– como episodios inconexos. A fuerza de repetición, parecen más bien el síntoma de una dolencia social extendida.
Cada vez que alguno toma estado público, en cierto modo todos nos identificamos con uno de sus protagonistas. Pudimos apreciarlo a principios de abril, cuando la reacción desmedida de un taxista en el contexto de un incidente de tránsito generó un repudio casi unánime. Pero también en el debate que se generó en las redes sociales un mes después, luego de conocerse el caso del vecino de Villa Urquiza que rayó un auto mal estacionado. Esta vez, la acción del atacante recibió tanto rechazo como apoyo.
La intolerancia entre unos y otros, tan evidente en esas escenas, no nos resulta para nada ajena. Por el contrario, somos testigos de ella casi a diario, aunque no siempre termine en un episodio violento. Hay factores que la atizan: el tránsito colapsado, los problemas en el transporte público o los laberintos burocráticos son apenas algunos ejemplos. Pero, de acuerdo con sociólogos y especialistas en psicología social, hay elementos de sobra para concluir que, en el caso local, en todo hecho trivial que desemboca en una ira desmedida se canalizan enojos y frustraciones más profundas ligadas muchas veces a un contexto de enorme desigualdad.
Somos, según los expertos, una sociedad fragmentada, en la que no necesariamente vemos al otro, al que tenemos al lado, como un semejante. Nos movemos por una ciudad colapsada con una fuerte sensación de desamparo, producto de nuestra baja credibilidad en las instituciones y en la política en general, fuertemente marcada por la grieta, otra forma de confrontación. Y mientras lo hacemos, preocupados por la inflación y la pérdida de nuestro poder adquisitivo, el sentimiento que prima es la cautela, el miedo al otro, producto de la inseguridad. ¿Cómo podrían nuestros lazos sociales no verse alterados frente a este contexto?
Ansiedad y depresión
"Las relaciones afectivas y los estados de ánimo de los argentinos que viven en centros urbanos están siendo atravesados por el contexto inmediato social, por los déficits en cuestiones que hacen a la economía y la capacidad de subsistencia", explica Solange Rodríguez Espínola, investigadora del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA.
"En nuestra población urbana, la frustración por no poder planificar o lograr los objetivos personales propuestos se visualiza en los incrementos de síntomas de ansiedad y depresión, en tanto que en algunos la respuesta de irritabilidad o agresión pueden ser formas no adaptativas de afrontar las situaciones problemáticas a la luz de crisis sociales y económicas", señala Rodríguez Espínola, autora del informe "Malestar subjetivo (2010-2018). Asimetrías sociales en los recursos emocionales, afectivos y cognitivos", que se difundió en marzo último.
De acuerdo con este documento, en 2018 el 21% de los argentinos manifestó sufrir malestar psicológico; un 22,5% dijo que evade sus problemas sin intentar afrontarlos; un 13,6% expresó sentirse poco o nada feliz, en tanto que un 14,9% afirmó no tener proyectos personales. Las cifras, en todos los casos, aumentan notablemente –en algunos, se duplican– en los contextos socioeconómicos más vulnerables. Mañana el Observatorio dará a conocer un informe que profundiza y amplía estos datos, algunos de los cuales se adelantan en esta edición (ver aparte).
Nuestro malhumor social es apreciable, incluso, para los extranjeros. De visita en nuestro país hace pocos días, el expresidente del gobierno español Felipe González habló del estado de ánimo de la sociedad argentina. En el marco de un seminario sobre Democracia y Desarrollo, el ex líder del PSOE observó: "La crisis es severa, pero el estado de ánimo es peor". Y trazó un paralelismo con el colapso de 2001, que movilizó a la ciudadanía a salir a las calles: "No es verdad que sea la ira de 2001; es la desesperanza de 2019".
Daniel Arroyo, diputado nacional por el bloque peronista Red x Argentina, tampoco cree que este momento deba compararse con aquellas jornadas de 2001. Pero plantea un alerta acerca de cómo la sociedad argentina está atravesando el momento actual, marcado, según Arroyo, por la falta de horizontes claros.
"No vamos hacia un estallido social pero sí estamos ante un fenómeno de implosión social, la gente no quiere lío pero explota por dentro y lo demuestra mediante depresión o violencia. Tiene que ver con la dificultad de llegar a fin de mes, pero también con que se rompió el contrato social. Hoy mucha gente no cree en la política, entonces siente que tiene que arreglárselas como pueda. Cada uno va por la libre y eso genera mucha tensión interna, sobre todo cuando además vemos que al que va por la banquina le va mejor", alerta Arroyo, exviceministro de Desarrollo Social de la Nación.
Pero ¿cómo se construye el estado de ánimo de una sociedad? ¿Qué factores intervienen? ¿Cuáles son los fenómenos capaces de alterarlo, incluso, hasta provocar el quiebre los lazos entre unos y otros?
Vivencias de indefensión
El estado de ánimo de una sociedad está profundamente ligado a las condiciones materiales y sociales de existencia, dice Diana Kordon, coordinadora del Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial (Eatip). También actúa sobre él la producción y transmisión de discursos sociales que definen de cierta manera los hechos para construir consensos. "El deterioro de las condiciones de vida, por supuesto, incide sobre la fragilización del cuerpo social y produce crecientes fenómenos de fragmentación social. Lo que está en juego es un ‘modo de vivir’, un ‘modo de ser’. La falta de apoyo, de anclajes, producida por el debilitamiento de los metaencuadres sociales produce vivencias de indefensión, desazón, temor e incertidumbre, que no son fenómenos transitorios sino que se instalan afectando las identidades".
Según la especialista, médica psiquiatra y psicoanalista, con el debilitamiento de las certezas se tornan imprecisas, paradojales y contradictorias las prescripciones y prohibiciones que regulan las relaciones sociales. "Las manifestaciones de violencia que van in crescendo desde el acoso verbal hasta la agresión física son indicadoras de una lógica de funcionamiento basada en la omnipotencia. Se pierde el sentido mismo y el valor de la vida. El otro ha dejado de ser un semejante y no se lo reconoce como tal".
La desigualdad, en el sentido más amplio del término, propicia vínculos más fragmentados, con la consecuente desconfianza en los otros. "Las relaciones sociales no se construyen en el vacío. La desigualdad hace que nuestros vínculos con los demás se vuelvan más homogéneos y que nuestros espacios de sociabilidad estén conformados por personas más parecidas entre sí. Esto contradice la idea de una sociedad integrada socialmente, cuyo ejemplo arquetípico sería la escuela, en tanto espacio en el que conviven personas de muy distintos orígenes. Por otra parte, las fuertes desigualdades sociales también contribuyen a la definición de ‘barreras sociales’ y a generar prejuicios o estereotipos sobre los otros", reflexiona Juan Ignacio Piovani, investigador principal del Conicet y director del Programa de Investigación sobre la Sociedad Argentina Contemporánea (Pisac).
Fragmentación social
El Pisac está integrado por más de 40 unidades académicas de universidades públicas de todo el país y comenzó a funcionar a fines de 2012. Su principal línea de trabajo apunta a conocer las heterogeneidades de la sociedad argentina actual. Desde el programa ya se han ejecutado diez proyectos de investigación y se han publicado ocho libros que buscan, de alguna manera, actualizar los supuestos y certezas que se tienen sobre nuestro tejido social.
Uno de estos libros, La Argentina en el siglo XXI. Cómo somos, vivimos y convivimos en una sociedad desigual (Siglo XXI), presenta los resultados de la Encuesta Nacional sobre la Estructura Social (ENES) –realizada en el marco del Pisac– y fue coordinado por el propio Piovani junto con Agustín Salvia. "Nuestra investigación puso el énfasis en las desigualdades interregionales, que son muy fuertes y preocupantes, y ponen en evidencia que hay muchas argentinas, en contra de la idea común de la Argentina como un país integrado y relativamente homogéneo", agrega Piovani, profesor titular de la Universidad Nacional de La Plata, quien cita algunos ejemplos tomados de la publicación.
"Cerca del 70% de los hogares de CABA están en los dos quintiles de ingresos más altos mientras que, en contraste, en el NOA y el NEA cerca del 70% de los hogares están en los dos quintiles de más bajos ingresos. En materia educativa, también podemos ver muchas desigualdades. En la escuela primaria, por ejemplo, la doble jornada, reconocida por ley, alcanza a cerca del 45% de los niños de CABA, mientras que en el NOA apenas supera el 1%. En la escuela secundaria, los estudiantes que declaran haber alcanzado un nivel intermedio o avanzado de conocimientos informáticos son cerca del 80% en CABA pero menos del 50% en Cuyo y el NEA, y menos del 25% en el NOA", grafica el especialista. En función de tales disparidades, se comprende que la idea de un "nosotros" amplio se dificulta. De cualquier modo, no siempre estas frustraciones terminan en violencia.
"Las investigaciones indican que cuando las personas están frustradas no siempre responden con agresión. Por el contrario, muestran muchas reacciones diferentes, las cuales varían desde la tristeza, la desesperación y la depresión, por un lado, hasta los intentos directos de vencer la fuente de frustración, por el otro. La agresión no es una respuesta automática a la frustración", considera Rodríguez Espínola.
De todos modos, si bien la relación entre desigualdad social y violencia no es lineal, es claro que las chances aumentan. "Distintos estudios en psicología social observan que en países caracterizados por una alta desigualdad económica las personas tienen más probabilidades de ser agredidas que en países con una menor desigualdad. Por ejemplo, en los colegios de países con mayor desigualdad identifican conflictos entre pares y situaciones de acoso escolar con una frecuencia más elevada. La desigualdad puede socavar los sentimientos de confianza entre las personas y la cohesión en la comunidad. Asimismo, puede empujar a una competencia más extrema por los recursos económicos", sostiene Hugo Simkin, profesor adjunto en la cátedra de Psicología Social en la Universidad de Buenos Aires e investigador asistente del Conicet, que aporta algunas claves para revertir el cuadro.
"Además de promover una buena educación y de ofrecer asistencia psicológica a quien la necesite, una economía sólida, condiciones de vida más saludables y un fuerte apoyo social son muy importantes para reducir la frustración, el afecto negativo y los pensamientos hostiles que alimentan la agresión entre grupos e individuos", puntualiza.
Arroyo también ve alternativas de salida. "La sociedad argentina es sana, sigue creyendo que el estudio es el camino para estar mejor. El narcotraficante no está bien visto. Pero el Estado tiene que brindar certezas y orientar. Cuando eso ocurra, la propia sociedad va a reconstruir sus lazos", analiza.
Reconstruir lazos
"La caída económica tiene que tener un piso –continúa–. A mí no me gusta la manera en que se armó la canasta de los 64 alimentos [se refiere al programa Precios Esenciales], pero por algún lado hay que empezar, así que espero que funcionen en esto de dar certezas, porque cuando vas al supermercado y no sabés si vas a gastar cien pesos o quinientos, eso también genera mucha incertidumbre. También hay que romper la idea del crédito usurario, porque hoy tenemos a mucha gente endeudándose. Hay que crear otro sistema de créditos no bancarios. Y por último, fortalecer la escuela: el único consenso real es que las familias saben que si su hijo está en la escuela, algo bueno va a pasar".
Kordon, en tanto, pone la esperanza en las experiencias barriales y comunitarias que recuperan ideales y aspiraciones colectivas, conformando lazos fraternos. "Funcionan múltiples solidaridades. En algunos casos en forma intimista. En otras se manifiestan en los ámbitos públicos, expresando colectivamente legítimas demandas al Estado. Estas acciones colectivas reinstalan el deseo de construir futuro, la esperanza de recuperar y construir nuevos derechos", afirma.
El bombardeo casi continuo de imágenes de violencia ciudadana demuestra que la idea de una sociedad integrada poco se condice con la Argentina actual. Mientras no se aborden adecuadamente las verdaderas causas, dicen los expertos, la frustración cotidiana traducida en desesperanza y a veces en raptos de furia seguirá actuando en el tejido social como un virus contagioso y, por eso mismo, letal.