A la primera de las islas ABC no le faltan argumentos para jactarse de su buen vivir; playas de postal sin Photoshop, sorprendente gastronomía, algo de aventura y cierta desaceleración general que asegura el descanso
Paredes de colores festivos, gigantografías con tragos de frutas frescas, ploteos de aguas verdes, barquitos y palmeras, y un camino alfombrado en el que se puede leer: wind, sand, welcome, welkom, bem-vindo, bienvenido. Parece la entrada de un salón de fiestas infantiles pero es el aeropuerto Queen Beatrix. La estela que dicta Welcome to happiness y la brisa caliente al cruzar la puerta terminan de indicar la llegada a Oranjestad, la capital de Aruba.
"Bon bini", saluda sonriente Yasmine, representante del Departamento de Turismo y anfitriona en esta travesía por la pequeña isla caribeña. Su bienvenida tiene un tono portugués pero en realidad es en papiamento, la lengua oficial, una mezcla de cinco idiomas difícil de descifrar. Viste un short suelto, una musculosa colorida, ojotas y una visera rosa que dice Aruba. Parece de vacaciones aunque en realidad está trabajando. Su cara de relax y su contagioso espíritu feliz no pasan inadvertidos. Pero estas marcas no son exclusivas de Yasmine; se multiplican en los lugareños, todos amables y apacibles.
También se multiplican los idiomas: casi todo el mundo habla en promedio cinco lenguas: papiamento, holandés, inglés, portugués y español.
Rápidamente entiendo que mi ritmo acelerado desentona con el lugar. Ubicada en el corazón del mar Caribe, Aruba es una isla de apenas 181 kilómetros cuadrados y se encuentra a 24 kilómetros al norte de Venezuela. Es una de las Antillas Menores y forma parte del grupo de islas conocidas como ABC (Aruba, Bonaire y Curaçao), aunque desde 1986 es un país autónomo de la corona holandesa; el gobierno holandés solo se ocupa de su defensa y relaciones exteriores. Hoy cuenta con 110.000 habitantes que representan más de 96 nacionalidades y recibe más de un millón de turistas al año.
El sol está asegurado en Aruba: la isla goza de un clima único con temperaturas que promedian los 28°C, es libre de huracanes (algo que sufren otros destinos del Caribe), la brisa es constante y, como mucho, tolera un ratito de lluvia cada varias semanas. Todo amante de la playa sabe que este último dato vale oro. Por eso, es común que quien viaje a este destino una vez, vuelva a visitarlo con la certeza de que las nubes no van arruinar su descanso.
Naturaleza por dos
El día arranca con un copioso desayuno en el Hotel Riu. Desde huevos, panceta, salchichas y panes de todo tipo, pasando por una variedad infinita de fiambres, yogures, cereales, frutas y jugos naturales recién hechos. Ese es el festín de la mañana. Con la panza feliz, me subo a un jeep y en sólo 15 minutos estoy en medio de un paisaje que me confunde: a la derecha, la naturaleza árida, los cáctus, los árboles fofoti y divi-divi –el más famoso del lugar– que aparecen peinados por los vientos alisios. Al otro lado, un panorama rocoso, el cielo brillante y el mar azul profundo rompiendo contra la tierra. Siento que recorro al mismo tiempo el norte y el sur de la Argentina. Pero estoy en Aruba y esta tierra de contradicción manifiesta es parte del Parque Nacional Arirok, una reserva que ocupa alrededor del 20 por ciento de la isla y que es un lindo paseo para alternar con la vida de playa.
En la costa norte, a mitad de camino, se encuentran las ruinas de Bushiribana, el antiguo horno de piedra natural donde se procesaba el oro de las minas de la isla a lo largo de casi todo el siglo XIX. Hoy no hay más que muros rotos, alguna ventana y lagartijas de color verde y turquesa que se escabullen por las piedras. A unos pocos metros está el mar aunque para alcanzarlo haya que sortear una suerte de tótems de piedras meticulosamente apiladas de a siete. "Dice la leyenda que hay que poner un billete entre la sexta y la séptima piedra e irse a caminar pidiendo un deseo. Si al volver el dinero ya no está, entonces el sueño se cumple", explica Albert, el simpático guía y conductor del jeep.
Un poco más adelante hay un puente natural de coral, ideal para sacar fotos y sentarse a contemplar el horizonte. Además, el parque aloja a la Capilla Alto Vista (una reconstrucción del templo más antiguo de la isla), al icónico Faro California –que ofrece una vista panorámica de la costa oeste con sus playas de arena blanca–, a la gran cueva Guadirikiri con pinturas rupestres (y murciélagos), y al cerro Jamanota, de origen volcánico y el más alto de Aruba y mide 188 metros.
El recorrido termina en el West Deck Restaurant, un parador de playa (hay muchos y se repiten a lo largo de la costa) donde otra vez la comida es exquisita: variedad de pescados y mariscos fritos, albóndigas de caracol y triángulos de maíz con queso, son algunas de las delicias que desfilan por la mesa, todas acompañadas por una Balashi bien fría, la cerveza local. Después, no existe mejor plan que una siesta en una reposera de la playa del hotel, un chapuzón al atardecer y una ducha antes de salir a conocer la noche arubiana.
No se ven bicicletas ni tanto transporte público. La mayoría de la gente sale en auto. Quizás por eso a veces el tráfico puede resultar tedioso. "Siempre es así, pero ya tú sabes, no pasa nada; puedes aprovechar para mirar por la ventana y disfrutar de la vista", me dice Yasmine con su sonrisa dibujada. Me cuesta entender que no se altere. En ella y en el resto de los conductores se revela otra vez el buen temperamento de los locales: no hay gritos ni bocinazos; la isla marca su ritmo y en poco tiempo uno se acostumbra al tránsito pausado.
La cena en el restó Papiamento devela no sólo el vínculo estrecho de la corona holandesa con la isla, sino también su buen paladar. El lugar es el preferido de los reyes, Máxima y Guillermo, que lo visitan cada vez que van a Aruba. El entorno te hace suspirar: una antigua casona rodeada de plantas, árboles y flores, cuyo jardín propone una velada en las mesas alrededor de una pileta sutilmente iluminada. Los interiores de la construcción también tienen lo suyo: la vieja cocina es hoy uno de los salones más lindos y cálidos, decorado con ollas de cobre, un viejo horno, muebles añejos y recuerdos de sus dueños, una familia que lo maneja desde hace ya 120 años. Y ni hablar de la propuesta gastronómica: carnes y pescados hechos sobre piedra, mariscos de todo tipo en diferentes versiones… ¡para comer como reyes!
La noche sigue. Hay shows en los hoteles, fiestas en distintos puntos de la playa, más de 10 casinos, pequeñas tiendas para comprar souvenirs y bares, muchos bares para cerrar la velada con una cerveza o un cóctel dulce típico de la isla, el Aruba Ariba.
El mar. ¡Sólo la mar!
La arena de las playas arubianas es fina, suave y blanca. Y el mar, ¡ese mar! Es difícil pensar que existan aguas más cristalinas. Parecen piletas climatizadas por su tono entre verde y turquesa, su temperatura perfecta, su movimiento suave y por los pececitos que te cosquillean en las piernas. Zambullirse es como estar en un oceanario natural. Las playas más visitadas, al oeste, son Eagle Beach y Palm Beach, rodeadas por los complejos hoteleros (pero de acceso gratuito para todos) que ofrecen sombrillas de paja y reposeras a sus huéspedes.
Palm Beach cuenta con distintos muelles desde donde parten embarcaciones con turistas; en cada uno de ellos, además, se encuentran bares para disfrutar de una bebida helada y una buena comida. Los más entusiastas pueden realizar también alguna de las actividades acuáticas que se ofrecen, como vela, motos de agua, buceo y jetlev. Esta última es la novedad y te permite volar sobre el mar a través de la propulsión de un motor que se sujeta como si fuera una mochila.
Entre todas estas experiencias, la imperdible es la visita al naufragado Antilla, un barco carguero alemán de 130 metros de largo, al cual se llega navegando en catamarán, en 15 minutos. Dicen que fue hundido a propósito por su capitán, en 1945, al verse acorralado por los holandeses (corría la Segunda Guerra Mundial y ambas potencias se encontraban enfrentadas).
Hoy las ruinas acuáticas, que están a escasos 18 metros, pueden apreciarse con solo asomar la cabeza por debajo del agua con un snorkel. El espectáculo es mágico: no sólo porque la embarcación hundida tiene un halo de misterio sino, especialmente, por los peces de todos los colores y tamaños, los corales y esponjas anaranjadas que lo rodean; y, con suerte, incluso alguna estrella de mar. La escena hipnotiza e invita a sumergirse una y otra vez para llevarse el recuerdo y esa sensación única que genera la naturaleza.
Cuando todo parece insuperable, Yasmine me invita a subirme al auto con la promesa de llevarme a la playa más hermosa de Aruba. "Después de todo esto: ¡¿existe algo más?!", le pregunto. "Baby Beach es especial, es diferente, ya tu vas a ver", responde contundente. Y lo es… Ubicada al sureste de la isla, sin hoteles alrededor, se encuentra esta extensión de arena en forma de media luna donde reina la calma, unas cuantas palmeras y otros tantos divi-divi. Y otra vez el agua magnífica con la particularidad de ser poco profunda, se puede caminar unos 20 metros mar adentro y aún no supera la cintura.
Pero no todo es romanticismo y tranquilidad en Aruba. Para los que esperan adrenalina y aventura, la costa este, mucho más ventosa y con un mar fuerte y audaz, permite realizar deportes como kitesurf y windsurf.
De compras
Una alternativa para hacer shopping es ir al centro de Oranjestad, donde hay tiendas que se reparten entre pequeños paseos y shoppings. Se pueden encontrar marcas locales (los productos de Aloe Vera son el orgullo arubiano) e internacionales, de la talla de Calvin Klein, Armani, Gucci y Carolina Herrera, entre otros. Muchos aprovechan para comprar joyas, relojes y perfumes, ya que Aruba es un puerto tax free. En esa zona también se ven algunas de las más conocidas cadenas de comida rápida, como Starkbucks y TGI Friday’s, además de distintas propuestas gastronómicas y bares locales.
Las últimas horas en Aruba son de duelo, de mirar ese mar único que escapa. Sin dudas, la nostalgia anticipada es el signo de un paseo cargado de buenas sensaciones. Yasmine me lleva al aeropuerto y se despide con un cálido abrazo. Entro, y mientras hago la fila para el check in, veo a lo lejos mi reflejo en un espejo pegado a la pared: la postura relajada, el tostado caribeño, el sabor de los últimos langostinos y mi sonrisa de oreja a oreja me asombran. La isla feliz hizo efecto.
Datos útiles
Cómo llegar. En avión hay vuelos regulares con Avianca vía Colombia o con Copa a través de Panamá. También se consiguen vuelos con escala en los Estados Unidos (se requiere visa). www.avianca.com ; www.copaair.com
Dónde dormir. El Hotel Riu Palace Antillas es un all inclusive en Palm Beach, con salida a la playa, muy buena atención y actividades todos los días. Hay habitaciones con distintas prestaciones, la noche en base doble cuesta US$ 350. J. E. Irausquin Blvd. 79. Tel.: (297) 586-3900. www.hotelriupalaceantillas.com
Dónde comer. Zeerovers: pesca del día, todo fresquísimo. Un deck sobre el mar y un ambiente relajado para probar pescados en todas sus versiones. Savaneta 270A, Savaneta. www.facebook.com/zeerovers
Papiamento Restaurant: una casona del siglo XIX con un jardín magnífico y una amplia propuesta gastronómica. Ideal para una noche romántica, es un clásico de la isla. Conviene reservar. Washington 61, Noord. papiamentoaruba.com
Screaming Eagle: para una experiencia diferente, este restaurant ofrece comer en alguna de sus camas dispuestas en un salón aparte y con privacidad. Cocina francesa fusión de primer nivel. J. E. Irausquin Blvd. 228, Eagle Beach. www.screaming-eagle.net
Para tener en cuenta. La moneda local es el Florín arubiano (US$ 1 = AFl. 1,80). De todas formas, suelen aceptar dólares y en la mayoría de los lugares también se puede pagar con tarjeta de crédito.
Más información. es.aruba.com
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