Daniel Forster en la India
Todo empezó como un homenaje a los amigos. Cuando Daniel Forster viajó a la India, a principios de este año, hacía más de quince que había abandonado por completo la fotografía. El temor a obsesionarse por el mundo visto a través de una cámara ya había tenido tiempo de disiparse, y fue entonces que pensó en sacar fotos para regalar a los amigos a la vuelta. De esa decisión surgió finalmente la muestra India , que se presenta hasta mediados de junio en el Centro Cultural Recoleta.
"Me acuerdo que cuando estaba por llegar, en una de las escalas, alguien me dijo una frase -la India es un acelerador de los procesos espirituales- que a mí, un viejo agnóstico de formación científica, me pareció una tontería. Con el tiempo vi que algo de eso es cierto, que es un país donde se produce un impacto tan fuerte que no podemos dejar de cuestionarnos los paradigmas sobre los que construimos nuestra propia vida."
Pasaje a la India
Un sector de la muestra de Daniel F. está dedicado a las rutas, porque allí pasó mucho tiempo y porque, comenta, son un lugar de tránsito que dice mucho de la cultura india. "Las rutas están siempre atiborradas, llenas de gente en autos, en bicicleta, en rickshaws, en taxi, y entre ellos hay una multitud que camina. Todo el mundo grita, los autos tienen unos carteles que rezan por favor, toque bocina , y nadie deja de hacerles caso.
"Todo se demora, se entra en un tiempo distinto. Yo hice un viaje de 250 kilómetros entre Nueva Delhi y Rishikesh, y tardé ocho horas. Me acuerdo que viajé en un Ambassador viejo, bellísimo, y que yo, muy audaz, me senté con el chofer en el asiento de adelante.
A los pocos minutos tuve que cambiarme al de atrás porque no soportaba el pánico: avanzan justo cuando viene un camión por la senda contraria, salen a la banquina todo el tiempo, hay una increíble cantidad de accidentes.
"En ese viaje también se pinchó una goma. Ya habíamos parado cada vez que una vaca decidía interponerse en nuestro camino y ahora paramos otra vez. Entonces se me acercó un hombre vestido con harapos y me pidió una moneda. No quería las rupias que yo le daba, quería monedas argentinas. Yo creía que estaba frente a un mendigo y resulta que estaba frente a un coleccionista al que le brillaban los ojos porque no había ninguna moneda de la Argentina entre sus piezas."
Finalmente llegaron a Rishikesh, ciudad ubicada en el Estado de Uttar Pradesh, el más poblado y uno de los más septentrionales de la India. Rishikesh fue célebre en Occidente porque allí fueron a meditar Los Beatles con el yoghi Maharishi Mahesh. "Yo estuve en el Ashram del Sai Baba, y aunque no tengo ninguna simpatía especial por él, puedo decir que me emocionó ver toda esa gente meditando junta, es impresionante ese tipo de fenómenos que convocan a tanta gente."
En ese mismo Estado de Uttar Pradesh se encuentra el Taj Mahal, el monumento que Shah Jahan mandó a construir en 1631 para albergar los restos de su esposa y que demandó veintidós años para terminarse.
Después, su propio hijo impidió que realizara otro proyecto mucho más ambicioso: pensaba construir una réplica negra del Taj Mahal del otro lado del río para usarla él como tumba.
"Esa visita al Taj Mahal me puso en contacto con esa forma de ser de la gente india, que no deja de provocarme sorpresa y admiración. Estábamos ahí frente al templo que iba cambiando de luces y yo lo único que podía recordar, creo que por esos saberes escolares, era que se trataba de una de las maravillas del mundo.
"Todo el tiempo uno encuentra ese rasgo de su cultura que es admirable: la capacidad de aceptar lo que son y de disfrutar de lo que tienen. Es cierto que hay una enorme pobreza, pero también es cierto que cuando llegué pensé ¿cómo pueden vivir así? y, sin embargo, muchas veces lo que ellos me demostraban me ponía en contacto con mi propia miseria."
En Benarés, la ciudad que termina sobre el Ganges, Daniel F. vio cómo los hijos mayores creman a sus padres y asistió a los baños rituales de los peregrinos, que se hacen a las 6 de la mañana, cuando el sol sale por la orilla opuesta del río.
Otras ciudades lo pusieron en contacto con una India menos milenaria: en Madrás descubrió un barrio donde la gente vendía de todo y se sacaba fotos junto a las estampas recortadas de sus actores favoritos; en Jaipur vio la filmación de una de las tantas películas que la industria cinematográfica india produce por año y le hizo acordar a un teleteatro de las tres de la tarde; en Goa asistió a una fiesta rave en la playa, donde la gente bailaba y una señora arrugadísima se quejaba porque tiraban arena sobre la esterilla en la que desplegaba sus cigarrillos para vender.
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